Revista Cine
Director: Nicholas Ray
Chicago, principios de los treinta. Se supone que la Gran Depresión ha comenzado más o menos recién, causando devastadores estragos, el desempleo creciendo como un gran monstruo alimentado de miedos y muchas instituciones derrumbándose, todo un estilo de vida cayendo a pedazos; para qué hablar del frío, del hambre, de la pobreza, de la gente común y corriente, de los obreros y de sus esposas, o de los oficinistas y de las secretarias, las colas en las calles para encontrar algún trabajo o conseguir un poco de comida en las ollas comunes, la gente muriendo en las calles, de frío o de hambre o de pobreza, como si fueran de ese tercer mundo tan lejano e imposible. Chicago y su desempleo del cincuenta por ciento, veteranos vendiendo manzanas en las calles, desempleados comprado frutas a crédito, pero también de gente sonriendo y poniéndole el hombro al destino... El crimen organizado no sufrió demasiado; a los matones y a sus jefes y a los jefes de los jefes, no les faltó la comida, digamos el pan o las sopas, tampoco los licores o los delicatessen de sus lujosos restaurantes, ni menos oportunidades para fabricarse una ventana cuando a los demás se les cierra una puerta; después de todo, la mafia suele crecer, brillar y deslumbrar ahí en donde la sociedad civil flaquea, es cosa de claros y oscuros, o claroscuros: las grandes fiestas, por contraste, desdibujan todo cuanto las rodea. Sin embargo, con crisis o sin crisis, con grandes depresiones o sin grandes depresiones, una muchacha no la tendrá fácil, menos si planea ganarse la vida en el mundo del espectáculo (manera democrática y no pedante de decir "escena artística", no se nos vayan a ofender los consumidores masivos) y no es de extrañar que una aspirante a bailarina termine moviendo el culo sobre el escenario de algún club de dudosa elegancia y categoría, seguramente uno de esos negocios que los mafiosos usan como fachada para aparentar legitimidad en sus negocios, al cual de todas formas arriban personajes importantes que luego necesitan algunas chicas para sus fiestas privadas, así como para animar a los invitados en caso de que el licor ya no sea suficiente (en términos morales, porque las botellas no escaseaban). Sí, una amplia flora y fauna se puede apreciar en ciertos círculos privilegiados: el gángster deprimido porque Jean Harlow contrae matrimonio con algún pelafustán en la soleada California; el abogado de conveniente moral que sabe que el dinero está del lado de los ofensores de la ley; o la chica, la bailarina, que debe ganarse la vida como sea...
"Party Girl" es una muy buena película de mafiosos violentos, bellas bailarinas y hombres corruptos; una muy buena película de chicas, agujeros de bala y charcos de sangre en el piso; una muy buena película que combina con habilidad cine de gángsters y melodrama, y que por lo demás cuenta con un par de exquisitos números musicales... Una película dirigida con la ya conocida mano maestra de Ray, de su pulso visual y gusto estético, que cuenta con un efectivo relato sobre un improbable amor enmarcado en guerra de mafias, asesinatos por encargo y otras lindezas. El reparto está compuesto por una correcta Cyd Charisse, el siempre atractivo Robert Taylor, un John Ireland que a estas alturas sólo sabe fruncir el ceño, arriscar la nariz y torcer la boca en desdeñosa mueca, y Lee J. Cobb, acá jefe mafioso pero que la semana pasada hacía de principal antagonista de Henry Fonda en "12 Angry Men", interpretando al hombre que con más ahínco defendía la culpabilidad de ese muchacho acusado de asesinar a su padre.
Será lugar común decir que "Party Girl" no es lo mejor de Ray (no quería decirlo pero quería aclararlo, a veces es fácil confundir comentarios favorables con superlativos elogios), pero a mí me ha gustado, cumple cuanto se propone y no deja de dar gusto ver cómo Nicholas Ray, sin alejarse demasiado de los códigos de determinados géneros, imprime su particular sello a los mismos, a sus historias. Totalmente recomendable.