― ¡Qué dulce esencia!― Dije mientras apagaba la alarma de un topetazo.
Muy a mi pesar hoy no sentí el impulso para levantarme, simplemente mis extremidades pesaban más de lo habitual. Era denso el malestar que tenía. Como si alguien me empujara, sin dar tregua a que pudiera burlar esa embestida.
Echado en la cama me dije ― Me dominan los nervios― pero la luz en la habitación, que vino del primer rayo de sol, me insistía en levantarme. ―Me dominan los nervios― volví a decir.
Incité a mi cuerpo una y otra vez hasta que conseguí solo una seña escaza, una energía casi absurda, que ante todo tiene su lógica, puesto que si lograba abatirla podía llegar a levantarme como un motor que avanza en plena marcha. Extenuado llegué a sentarme al borde de la cama. Me estiré lo que pude y en breve la energía la estaba recuperando.
Con sosiego me puse en pie y desvistiéndome fui al baño, donde advertí con tino que el primer chorro iba a generar espasmos, propios de la temperatura que el clima de esta ciudad tiene.
Tras cincuenta minutos que utilicé para bañarme, secarme, vestirme y preparar el desayuno, pude por fin estar listo. Ahora sí podía prender el equipo de sonido donde “Plus doux avec moic” estaba de primera en la lista, era la canción favorita de Pascal. Cada mañana como amuleto de buena suerte, ella se ponía a escuchar esa canción, pensativa en el balcón, sentada con sus pies al suelo, con una chalina ploma que cubría su cuello de cisne y un peinado estrambótico. En sus manos un cigarro a medio terminar gestionaba una apolínea escena romántica, difícil de olvidar.
Escuchando dicha canción me puse a desayunar. Sin embargo la tozudez con la que una extraña energía abatía mi cuerpo, me estaba volviendo un trapo.
―No soy honesto conmigo mismo― Pienso mientras estoy mordiendo el emparedado.
Tomo el celular y leo algunos mensajes que le envié a mi novia.
“Pascal buenos días. Te escribo para decirte que el
desayuno ya está listo, por favor baja, tenemos que
desayunar”
Lunes 12 de agosto
“Hoy te espero como siempre en la biblioteca.
Por favor llámame cuando llegues, no quiero estar preocupado”
Martes 13 de agosto
“Pascal. Hoy dará Pulp Fiction. Te estaré esperando con las
palomitas listas, también traje gaseosa”
Miércoles 14 de agosto
“Ayer estaba muy buena la peli. Hoy podemos pasear
por el parque que está cerca a la casa. Cualquier cosa me escribes”
Jueves 15 de agosto
“Te recuerdas cuando corríamos en el parque San Marcos
mientras nos perseguía el perro del señor Lucci, que gritaba
a lo lejos ―Déjalos en paz, perro del demonio―.
Te recuerdas cuando nadábamos en la casa de mi tía Irene y
nos hacíamos a los ahogados para que se preocupara, aunque
un día de verdad me estaba ahogando y tú pensabas que estaba
fingiendo y me metiste al fondo, claro que luego tuve que ir al hospital
y tú renegabas porque decías que yo tenía la culpa, que era un tonto.
Te recuerdas de aquellas veces cuando te decía lo ansioso
que estaba por ser padre y tus ojos de pronto
brillaban y me decías con buen temple que sería el mejor padre del
mundo.
Pascal, necesito que vengas a casa, te extraño mucho”
Viernes 16 de agosto
Podía escuchar las manecillas del reloj. Podía sentir cómo mi cuerpo estaba cada vez peor, era un malestar insostenible, que a duras penas lograba estar consciente.
Hoy no le escribí nada. Ante todo ella nunca llegó al desayuno, ni a la biblioteca ni a la película. Pienso que debo visitarla, pero no con las manos vacías, quizá un objeto de recuerdo, como una escultura pequeña de la mitología griega, sinceramente, no tengo cabeza. Mientras pensaba en qué cosa le podía dar a Pascal. Yo sacaba mi billetera y contaba el dinero para ver si me alcanzaba o no.
Salí con dirección a la florería en mi carro vetusto. Sé conducir, pero a duras penas puedo tener la mirada en el volante.
―Quizá fue la noche que no me dejó dormir― Me digo, en voz baja.
Tras la calle Noruega, estacioné mi coche. Me bajé y con paso firme me acerqué, divisando tras los cristales, flores hermosas. La señorita que estaba atendiendo se llamaba Rose, era una amiga, hija de un viejo amigo, que se incursionó en el negocio familiar. Guapa de carácter y de presencia iluminada. Siempre que yo me animaba a ir, ella se me acercaba y me mostraba los nuevos productos.
Yo a unos pasos de la puerta, estaba oliendo una fragancia extraña, suave, cautivante, de hipnotista. Tras pasar el umbral, dicho aroma se instaló plenamente en mi nariz.
―Buenos días. Mire esto Sr Dante. Es lo más reciente que llegó a nuestra tienda. Tuvo un tratamiento especial para que el perfume natural pudiera percibirse hasta 10 metros―
Yo estaba atónito. Faltaba poco para morir de tanto placer que me producía dicho aroma.
Le dije que me lo llevaría y que tomase la tarjeta para que concrete el pago. No quería que me ganasen en adquirirlo otras personas.
Muy amablemente, en cuestión de minutos, se acercó y me dijo.
―Sr Dante, mis padres me dijeron que usted podía llevárselo sin costo alguno. Claro que es una adquisición muy delicada y cara. Sin embargo usted siempre nos ayudó. Íbamos a cerrar en muchas oportunidades, pero por sus donaciones y la ayuda a corazón en mano que le dio a mi padre cuando estaba enfermo, mientras que mi madre buscaba dinero para solventar la casa y yo todavía estaba en el colegio, es de digno elogio. Usted prácticamente fue un ángel caído del cielo, pero no supimos agradecerle como es debido por la propia condición en la que vivíamos, pero ahora que tenemos algo valioso y tenemos más tiendas, pues es para nosotros un honor que se lo lleve―
Me quedé estupefacto. Le dije que mis actos representaban la amistad vieja que teníamos, que era lo mínimo que podía hacer por alguien como su padre que me ayudó en situaciones de crisis. Que cuidase de ellos, que siga siendo una buena hija. Inmediatamente después de darle un beso en la frente, me retire de la tienda con el obsequio en mano y subí al coche, conduciendo hasta Pascal.
Pasaron 30 minutos. Ese es el tiempo que me demoraba en llegar desde la tienda hacia Pascal. Estacioné el auto y me bajé con el obsequio. Quería contarle tantas cosas. Caminé por una ruta doliente. La melancolía volvía. La miré por un tiempo prudente para definir sus rasgos más bonitos. Me paré frente a ella y le dejé aquellas flores encima de una losa con inscripción: “Aquí yace muerta Pascal de la Fontaine. Una mujer que debajo de su cabello, yacía el mar”