Revista Cultura y Ocio

Pascal, uno de los nuestros

Por Calvodemora
Pascal, uno de los nuestros
No hay más que tres clases de personas: unas que sirven a Dios, habiéndole encontrado; otras que trabajan en buscarle, sin haberlo encontrado; otras que viven sin buscarle ni haberle encontrado. Los primeros son sensatos y felices; los últimos, locos y desgraciados; los del medio, desgraciados y sensatos.
          Blaise Pascal, Pensamientos, 257
Ayer estuve casi toda la tarde pensando qué clase de persona soy. Si ya he encontrado a Dios, si trabajo en buscarlo o si no lo busco y ni lo he encontrado. Convencido de que no alcanzaría una respuesta que me contentara enteramente, opté por entretener la tarde con asuntos que no requiriesen demasiado empeño. A veces cae uno en la cuenta de que el tiempo, al fijarnos en él, es cuando cobra verdadera importancia o cuando exhibe su dimensión trágica. Por eso es mejor no pensar, no ahondar, no exponernos al espectáculo miserable del interior. Conozco gente que disfruta enormemente de la vida sin pensar en demasía en ella y quien, bien al contrario, se la amarga porque no deja de pensarla, de considerar a cada momento en si ha encontrado a Dios o si lo busco afanosamente o le es indiferente. A Pascal lo invitaría esta noche a una ronda de cañas por mi pueblo. Creo que sería un rato instructivo. Tengo amigos que hacen las veces de Pascal en las barras de los bares. Nos enfrascamos en una metafísica de rango etílico que nos reconforta considerablemente. Nos creemos en posesión de alguna verdad inasible, de escaso afecto por manifestarse, que solo prorrumpe si se alcanza cierto estado, una de esas epifanías (no tiene que concurrir el alcohol para abrazarla) con las que nos sentimos congraciados con la vida y con nosotros mismos. Pascal está con nosotros. Que dure.

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