Ayer me llegué hasta el Ministerio de Defensa, concretamente a su Servicio de Publicaciones para comprar un libro sobre la vida de 230 militares profesionales de los más de 3000 que tras el golpe de estado de 1936 permanecieron leales a la República Española. Una vez llevada a cabo la compra del libro me detuve para tomar un café y mientras lo hacía comencé a leer el prólogo, un prólogo a cargo de un general de brigada del Ejercito de Tierra en el que se expresa (sic) "Los militares citados eran españoles, murieron o lucharon por España, porque su vocación les hizo hombres de armas, y merecen su lugar en la historia".
Una vez haya leído el libro daré cumplida cuenta de mi opinión sobre su contenido, esperando no encontrarme, una vez más, con un relato sesgado, con un relato basado en la óptica franquista como tantos otros hasta hoy publicados. Ya veremos que lugar en la historia les es otorgado por el autor, un comandante del Ejército.
Terminado mi café decidí caminar para volver a casa y tome dirección hacia la calle Bravo Murillo para desde allí llegar a la Plaza de Castilla y tomar el Metro. Me apetecía el rodeo, lucía el sol y hacía demasiado tiempo que no transitaba por ese barrio. Mi primera intención, como he dicho, fue pasear plácidamente, matar el tiempo, no obstante nada más comenzar mi andadura mi placidez comenzó a desvanecerse hasta tal punto que se convirtió en indignación y rabia contenida.
La primera calle que se cruzó en mi camino fue la de Capitán Haya, una calle en homenaje al destacado aviador franquista Carlos de Haya Gonzalez.
Girando hacía la derecha me topé con la calle general Yagüe, un militar falangista, amigo intimo de José Antonio Primo de Rivera, represor de la revolución de Asturias en 1934 e importante colaborador en el golpe de estado de 1936. Responsable de la "Matanza de Badajoz", asesinato de miles de civiles republicanos, que le valieron el apodo de "El Carnicero de Badajoz" y al que Franco nombró ministro del Aire y posteriormente Capitán General de la VI Región Militar, en Burgos. Cargos que durante la II Guerra Mundial no le impidieron mantener contacto y afinidad con Hermann Wilhelm Göring, jerarca de la Alemania nazi.
Sigo caminando, y pasada la calle Orense me encuentro con la calle general Varela, carlista, colaborador en la Sanjurjada de 1932 y conspirador destacado en los planes del golpe de estado de 1936. Un militar golpista que el 18 de julio de 1936, junto a José López Pinto y con la ayuda de refuerzos procedentes de Marruecos ocupan por las armas la ciudad de Cádiz, para después colaborar en el sometimiento al fascismo de las poblaciones de Sevilla, Córdoba, Antequera (Málaga) y Málaga. Desde agosto de 1939 hasta 1942 fue Ministro del Ejército.
Con el libro recién adquirido pesando cada vez más en mi mano y francamente triste, renuncio a seguir mi camino y giro a la izquierda en busca de una parada de autobús que me permitiera alejarme con rapidez de aquel escenario creado a la memoria del franquismo. Vano intento, pues antes de poder darme cuenta me encuentro en la calle general Orgaz, controvertido aliado de Franco, nombrado Alto Comisario Español en Marruecos por el bando sublevado, a fin de asegurar el reclutamiento y envío de tropas marroquíes a la península en connivencia con los jefes tribales marroquíes. Posteriormente Jefe de una división en la batalla de Madrid, en la del Jarama y en la de Guadalajara. En 1937 fue nombrado consejero nacional de FET y de las JONS y, poco tiempo antes de terminar la contienda, jefe del Ejército de Levante hasta el final de la Guerra Civil. Fue capitán general de Cataluña de 1939 a 1941, donde firma numerosas sentencias de muerte en Barcelona contra detenidos de diversa índole, así como a militares fieles a la república y que se ejecutan en el conocido Campo de la Bota. Procurador en Cortes del grupo de los designados por el Jefe del Estado en la I Legislatura de las Cortes Españolas (1943-1946).
Con una extraña sensación de pena, sigo andando y me doy de bruces con la calle Mártires de Paracuellos del Jarama, lugar desde donde literalmente huyo tomando un taxi.
Está claro, el miedo sigue dando nombre a las calles madrileñas mientras que los verdaderos héroes de la República son insultados y si acaso, levemente y en exiguo número, "oficialmente" recordados con reservas en las publicaciones del Ministerio de Defensa, de un ministerio que dicen es de todos los españoles.
Ahí siguen las calles en honor a los golpistas, en honor a quienes se levantaron en armas contra un Gobierno legitimo y llevaron a cabo acciones que en muchos casos bien pueden ser consideradas crímenes de guerra. Sin embargo, las victimas republicanas repartidas por todos los campos de España no quieren calles, solo quieren que su nombre figure en una lápida digna y que los nombres de sus ejecutores sean borrados definitivamente de todas las calles y plazas españolas. Al parecer es mucho pedir, tanto una cosa como la otra.
Benito Sacaluga