El turista es un paseante nato, lo que sucede es que hay paseantes que pasan y otros que observan. Yo prefiero encuadrarme entre estos últimos. Miro a la gente, miro las tiendas, los precios; lo que se ofrece y lo que no en comparación con otros países y con el mío. Como se relaciona la gente por la calle, como circulan lo coches, y las diferencias comparativas de formas de vida entre los diversos lugares que conozco. Y eso tuve oportunidad de hacerlo en Trípoli y compararlo con otras ciudades de Marruecos, Senegal, Ecuador, Francia o España.
Lo primero que saltó a mi vista fue una ausencia. Hay pocas ciudades en el mundo donde no encuentres niños y niñas pidiendo por la calle, o madres con sus hijos a cuestas, o ancianos o personas con alguna discapacidad. En los siete días que estuve, en los que recorrí todo el centro de Trípoli, paseé por la Medina Kadima, y visité varios barrios, no vi más que a un anciano ciego que pedía limosna en la Medina el viernes. No es algo habitual no encontrarse con la pobreza de golpe, y aunque la Medina, en sus calles más interiores, se encontraba en unas condiciones deplorables de conservación, la gente parecía al menos, mantener unos estándares de vida aceptables. Cabría pensar que esto se debiera a políticas de “barrido” de las calles para evitar el encuentro con el turista, cosa habitual en las ciudades europeas, pero para eso deberían haberse dado otros dos factores, que no se daban.
Uno, es la presencia de turistas. Éstos se encuentran en pequeñas cantidades en las zonas de restos arqueológicos y en algunas zonas de la Medina en Trípoli. Siempre en viajes organizados, casi ninguno en solitario. El otro factor es el policial. Probablemente es la ciudad donde menos policías he visto en mi vida. Hay una policía de tráfico que intenta controlar algo realmente incontrolable, como es la circulación, en un país donde las autovías tienen el cambio de sentido en la mediana, justo en el carril de más velocidad, y donde la disciplina de carril es inexistente; pero su presencia es constante en las vía principales y en los cruces en las horas punta, vestidos de blanco, como antiguamente en las grandes ciudades de España. Y existe una policía de “turismo”, que está encargada de vigilar que a los turistas no se les robe. Su número es escaso, y su presencia más disuasoria que punitiva. Luego unos soldados a la puerta de los cuarteles. Nada más. Nada de policías patrullando las calles. Tampoco me sentí observado ni me sentí en riesgo de ser asaltado.
Frente a este panorama, le cuesta a uno asimilar como se consigue una situación así. En ningún lugar del África que he visitado, había visto recoger la basura diariamente o me había sido difícil ver un coche antiguo y destartalado; aquí tienen golpes y rozaduras (adivinen por qué), pero no tienen 20 años o más, como en Marruecos y Senegal. Si nos fijamos en el Índice de Desarrollo Humano que el PNUD emitió en 2009 sobre datos del 2007 (4 después del fin del embargo), Libia se encuentra en la lista de los países con un IDH alto, en el puesto 55 de 179 con un índice de 0,847 (Argentina es el 49 con 0,866, Chile el 44 con el 0,878 y España el 15 con un 0,955; Brasil el 75 con el 0,813, Rusia el 71 con 0,817 y Venezuela el 58 con el 0,844 por el lado opuesto), ocupando el primer puesto si lo analizamos por continentes, y miramos África.
Quizás todo esto sean apreciaciones personales, pero es en ellas en las que se puede uno basar para sacar conclusiones sobre el presente y el futuro. Una mirada de paseante me ha permitido vislumbrar un país con opciones, que ha arriesgado mucho por tener un sistema político diferente, con sus pros y sus contras. Unos lo verán medio vacío, yo prefiero verlo medio lleno.
Texto aparecido en EuroMundoGlobal