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Si os decidís a recorrer Canadá, ese montañoso, civilizado y cosmopolita país (donde parecen vivir tranquilos dejando las puertas abiertas de las casas y según ‘Cómo conocí a vuestra madre’ tiene un miedo atroz a la oscuridad) tendréis multitud de sitios que descubrir, tanto gigantescas urbes como pintorescos pueblos pesqueros, especialmente si tenemos en cuenta que cuenta con uno de las mayores zonas verdes del planeta, dando lugar a verdaderos paraísos naturales. Entre todos ellos, Hopewell Rocks, en la Bahía de Fundy, tal vez sean uno de los más asombrosos que visitar.
Los canadienses intentan convertirla en Maravilla Natural (en uno de esos muchos rankings internacionales de ‘Las 7 mejores bla,bla,bla del Mundo’) y lo cierto es que se lo merece. Es un entorno costero, abrupto, plagado de acantilados y salientes que se recortan impasibles ante un ligeramente “apaciguado” Océano Atlántico. La península de Nueva Escocia le hace de parapeto y es uno de los atractivos turísticos de la región de New Brunswick.
Si acudís a lo loco, tal vez no disfrutéis de la magia del lugar, por eso es aconsejable informarse bien de los ciclos de mareas, pues lo curioso de este sitio es tanto su formación geológica (una gran cantidad de formaciones rocosas que parecen sustentadas por pequeños pedestales de piedra debido a la erosión) como su inundación natural, según la hora del día en que se visiten. Las corrientes marinas han conseguido a lo largo de los siglos, provocar un desgaste continuo en los acantilados y rompientes de la zona, separando y fragmentando grandes grupos de rocas, que se perfilan como torres, grandes “edificios” naturales donde uno se imaginaría vivir, en lo alto de uno de ellos, sobre una pequeña cabaña y una hamaca.
El otro aliciente, el mar que ha provocado este espectáculo, se ha reservado para sí, una aparición estelar en cada función de este teatro de la naturaleza. Dos veces al día, cuando la marea sube, la zona se cubre de agua y perdemos de vista la vasta zona que antes podíamos recorrer a pie. La piedra se cubre de agua y podemos recorrer entonces el entorno en kayak, internándonos en las grutas que se forman a decenas de metros de altura y que serían inaccesibles cuando la marea está baja.
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Ver retirarse las aguas, para acto seguido volver a convertirse en un entorno transitable donde unas horas antes había un verdadero mar, es sin duda una panorámica bella de conocer. Se puede visitar el parque durante dos días, con una entrada de unos 9 dólares, por lo que es recomendable estudiar los horarios con antelación y tratar de captar ambos movimientos y recorrer las dos caras de esta moneda, maravilla de la naturaleza y patrimonio de la gente de la hoja de arce. Es impactante ver la subida de la marea completa, con sus casi 30 metros de inundación natural y su posterior evacuación.