Amar ya que estamos.
El día del estreno en España de la decimonovena película de Almodóvar Los amantes pasajeros, llovía. Pudiera parecer inapropiado, que quita lucidez al asunto y demás pero una vez en la sala incluso la película es como ese chocolate caliente, la mesa-camilla y la ropa cómoda mientras afuera todo cae y ya no por su propio peso. Así de acogedora, así de inocente, así de blanca, muy blanca es Los amantes pasajeros: nubes, espuma, droga, semen, burbujitas… Pero ¡ojo! No es una comedia inmaculada: en la concepción sí, pero no en el lastre (aparte de la liberación sexual que acontece). Es inocente en sí misma pero con un doble fondo muy incisivo. Y ese fondo tiene que ver con una gran Mancha, una mancha en toda esta blancura que nos contextualiza, que nos indica que bajo nuestros pies hay cosas muy negras. Pero volviendo a lo blanco, el momento blanco más hilarante es el momento coreografía de los tres azafatos (ya que lo ideó Blanca Li) sobre todo por las dotes humorísticas de los tres actores que intervienen (Javier Cámara, Raúl Arévalo y Carlos Areces). ¿Y si hubiera sido más musical? Hubiera ganado mucho pero supongo que se habría perdido la idea.
Apoteosis musical.
Si dije lo de inocente lo decía por la falta de drama o por no tomarse en serio el drama, porque por otra parte lo que deja bien claro el título es que aquí todo el mundo se ama y se manosea. Esta película ni se verá como una comedia en serio, ni la van a tomar en serio; es blanco fácil (¿no os había dicho que era blanca?). Fácil pues ofrece tal vez ese tipo de chiste que mucha gente puede agarrar y ningunear.
Sin poder salir.
Los colores, el escenario, el ritmo y la actuación deriva en una película cómica, colorista, casi como de los setenta, con la puntilla del plano congelado final. Todo es decorado, todo es extremo, todo es posible porque estamos viendo que todo es posible a nuestro alrededor. Si a la realidad le permitimos que se exceda ¿porqué no a Almodóvar que no nos quita el pan de la boca? Y ese «contexto real» lo hace divertido, lo hace chistoso pero al mismo tiempo con cierto veneno encerrado en el caramelo. Aparecen periódicos con noticias de escándalos financieros, y personajes corruptos o corruptores, que entran y salen, que critican, que miran pero al final nos enseñan que esas libertades que se toman (solo en el avión) son las que debemos tomarnos nosotros.
Norma cuenta su historia con ayuda.
El interés que despierta Norma.
En el fondo es una confianza en la relación humana. Al final todos salen más inocentes y puede ser por el alcohol, por la experiencia vivida, por el contacto personal entre todos pero el caso es que cada uno, aún pisando la Mancha, sabe a lo que agarrarse; a lo positivo. Mi lectura es que ante las críticas y las crisis nos divirtamos y probemos, que juguemos con nuestra creatividad, con nuestras sensaciones. Si España nos engaña, nos roba, se cachondea de nosotros, si no podemos huir, si andamos en círculos o son en círculos donde nos meten para marear al tonto o noquearlo, que seamos nosotros los que juguemos con nosotros mismos y podamos descubrir hasta nuestra propia sexualidad. Una virgen y un heteroconvencido cambian de titulillo: todo cambio es posible. Algo así comentaba Boris Izaguirre en su artículo de El paísdel 8 de marzo, el mismo día del estreno. Boris terminaba diciendo: «Porque la vida, como nos enseña Almodóvar en Los amantes pasajeros, se ha convertido en un trampolín hacia el vacío. Y hay que aprender a saltar».
La gente participante.
Almodóvar reconoce la posibilidad de mostrar una realidad, de criticar nuestra realidad pero no la destaca porque la película tiene otro foco pero es necesario que los demás lo veamos, lo resaltemos. El listado de fraudes del periódico se queda corto conforme pasan los días en este país. Los políticos y hasta el rey aparecen en la pantalla. Muerte, sexo, política: todo tiene cabida. Y todos con todos. La intuición y la verdad encarnadas por Bruna (Lola Dueñas) y Joserra (Javier Cámara) respectivamente, guían al resto de pasajeros y personal; son los que llevan la voz cantante. Y entre un extremo y otro, todo se revela y se arregla.
Almodóvar regresa a su tierra aunque nunca se fuera. La canción que cierra la película, la que lleva los títulos de crédito y que os dejo justo aquí encima dice: This town’s the oldest friend of mine (este pueblo es mi más viejo amigo). Almodóvar nunca abandonó su tierra porque ahí estaba integrada tanto por su madre como por sus historias (la vuelta al pueblo en ¿Qué he hecho yo para merecer esto? (1984) o en La flor de mi secreto, 1995) pero ahora aterriza en ella y es algo más, es España toda aunque ahora que lo pienso España siempre ha estado en él tanto para ignorarla diciendo mucho (Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón, 1980) como para enmarcarla (principio y final de Carne trémula, 1997).
Ya que salimos, salimos primaverales. Por cierto, otra Blanca.
No es una comedia inteligente. Es ligera y como tal, se basa en los chistes, situaciones y expresiones de los actores. Se trata de colocar un microcosmos, una selección humana in extremis para zarandearles y que se liberen. Hay que aprovechar estos momentos tan críticos para liberarnos. La sofisticación de un colorido y primaveral Madrid de las escenas fuera del avión, parece llevarnos directamente de la mano hacia Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988), última comedia plena de Almodóvar hasta hoy mismo, de la que se destacó la sofisticación. Sobre todo lo hizo Carmen Maura, la protagonista, que por primera vez salía en una de Almodóvar con tacones, disfrutando de los trajes chaqueta, sobre todo cuando echaba la vista atrás hacia esa madre sacrificada que encarnó en ¿Qué he hecho yo para merecer esto?
Carmen Maura de barriada.
Carmen Maura de ático.
De ese diálogo entre las dos películas me es difícil escapar como seguidora inevitable del director que soy. ¿Me remonto? Y esto último queda sellado ya, si no en la memoria colectiva al menos sí en la mía, pues desde que vi Los amantes pasajeros, sin pretenderlo, lo he empleado dos veces pero claro, la gente no me lo ha captado. El tiempo me dará la razón. Me remonto entonces:1. El silencio que a tres bandas no se cumple. Joserra (Javier Cámara) no puede evitar decir la verdad y Carmen Machi tampoco porque aunque asegure guardar silencio, todo lo raja. A Chus Lampreave le pasaba lo mismo pero por otros motivos en Mujeres.
2. El aeropuerto y sus destinos. Estocolmo entonces, México ahora. Chiitas entonces, andaluces ahora.
El poder del gazpacho.
3. Beber para olvidar. Aquí un agua de Valencia bien cargadita realiza su cometido y despierta a la gente, allí, al contrario el gazpacho cargadito con Morfidal, hecho por Pepa, tenía la intención contraria pero también afectó a varios personajes sobre todo a Marisa (Rossy de Palma). Aquí en realidad también el Morfidal se emplea en demasía para la masa.4. El pelo alborotado. El plano en escorzo del cabello suelto de Lola Dueñas, que vi antes de ver la película y sabiendo que iba de aviones era inevitable que me recordase el cardado lateral de Julieta Serrano al final de la película cuando esta «corre» presurosa al aeropuerto. Pero no, Lola, aquí también «corre presurosa» pero en otro contexto diferente. Declaro aquí «el plano de la película».
5. Alguien dormido resulta excitado sexualmente tal como le ocurría a Marisa (Rossy de Palma). Y en ambas situaciones tiene lugar un desvirgamiento.
No estamos solos.
6. El teléfono como vox pópuli. Norma (Cecilia Roth), el señor Mas (José Luis Torrijo) y Ricardo Galán (Guillermo Toledo) ven aireadas sus privacidades por culpa de un teléfono «al aire». Aireadas también, las de Pepa (Carmen Maura) esta vez por la secretaria «dame ese papel»-Loles León.
El peculiar altar de La ley del deseo.
El altar de Fajas (Carlos Areces) se desvía a La ley del deseo (1987) pero es otro tipo de diálogo que se me puede permitir que asome, al igual que el aire de Bruna (Lola Dueñas) con Volver (2006) no por el personaje de la misma actriz sino por eso de lo chamánico/fantasmal. Se puede decir que Almodóvar me formó y deformó como puerta de entrada al cine. En algún punto tenemos que comenzar y yo me enorgullezco de ello. Cuando vives en un pueblo donde no había ni hay cines y no podías acceder fácilmente a las películas como ahora, un pase televisivo de una de Almodóvar era una fiesta. Pero había que grabarlo porque a ciertas horas una no podía y luego se quedaba para verla a modo estreno en el propio salón. Esta es una película festiva. Celebrémoslo.