Revista Cultura y Ocio

Paseo literario por los Montes de Toledo

Por Pablet
Desde Garcilaso y Urabayen, a Béquer, Cervantes o Galdós, esta bellísima comarca es escenario real o imaginado para las más diversas historias
Paseo literario por los Montes de ToledoANA PÉREZ HERRERAUn hombre admira la belleza del amanecer desde una loma del Parque Nacional de Cabañeros, cerca de la localidad de San Pablo de los Montes
Los Montes de Toledo, moderados en sus proporciones y espectacularidad, no han gozado de excesiva atención literaria, pero tampoco carecen de una porción de literatura con mayúscula, e incluso en su suelo vivieron o nacieron algunos de nuestros más resonantes escritores. Por sus rañas y encinares pudo cazar el joven Garcilaso las metáforas cinegéticas de su Égloga Segunda durante sus estancias en el señorío paterno de Cuerva; las trochas monteñas vieron pasear al poetaMartín Chacón, natural de Noez y amigo íntimo de Lope; y en La Puebla de Montabán nació —y descansa una parte alícuota de sus restos— Fernando de Rojas, el bachiller que concibió la más truculenta historia de amantes con final descalabrado.
Pero de todos los autores que han perseguido a las musas en los Montes toledanos, uno podría lucir con mérito destacado el título de «cronista oficial de las gentes y paisajes monteños»: Félix Urabayen. El escritor navarro-toledano describió el paisaje monteño como una «enorme ola de montañas que avanzan montadas unas sobre otras, como un mar petrificado en plena galerna». La visión de Urabayen, aunque literaria, no dejaba por eso de ser realista, y su compresión de los montes incluía un fuerte componente solidario para con los más débiles de sus moradores. «Para que este suelo nada arcilloso dé cosechas recias —escribió— , forzosamente el sudor ha de llevar mucha sangre (…). ¡Qué duras tienen que hacerse las almas en un ambiente tan hosco!».
De su charla con los pastores de Hontanar, anota: «…los pastores nos relatan lances de su pelea diaria con la sierra brava; su fatalismo moro para luchar contra el frío y la nieve, contra el lobo y el zorro, la culebra y el mosquito. (…) Son igual que sus rebaños: duros, fibrosos, saltarines y recios de estómago. Por su parte, las mujeres (…) cultivan los huertos, trajinan y se afanan como hormigas y echan al mundo un pastorcillo anual».
Históricamente, los Montes de Toledo han visto asociado su nombre a la iconografía de esas figuras, entre siniestras y seductoras, de los bandidos de faca en el refajo y trabuco naranjero. Ahí quedan, inscritos para la negra historia, el nombre escalofriante de los hermanosJuanillones,los Purgaciones, el Magro, el Moraleda, El pastor de Los Yébenes… y tantos otros, que ponen nota de pavoroso pintoresquismo a parajes y grutas de la zona.
Pese a todo, a nuestros bandoleros les ha faltado lo que gozaron otros, como Luis Candelas, el Pernales, el Tempranillo y, no digamos, Curro Jiménez: es decir, un guionista de ingenio o, cuando menos, un coplero inspirado que los elevara a los timbres de la fama.
Sólo Lope de Vega se atrevió a poner su mano sobre el tema con una obra cuyo título no deja de tener gancho morboso: «Las dos bandoleras», aunque lo enfría un poco el subtítulo: «…y fundación de la Santa Hermandad de Toledo», seguramente impuesto por una supuesta parte contratante. El texto recrea la historia de dos hermanas, hijas de un cuadrillero de la Santa Hermandad que, tras ser burladas por unos desalmados, deciden echarse al monte para vengarse de cuantos hombres pudieran topar por esas agrestes soledades.
El Fénix de los Ingenios da culminación al drama con un pretendido final feliz que, en nuestro días levantaría más de un alboroto mediático, pues el monarca condena a los autores del atropello a casarse con sus víctimas —las dos bandoleras—, como en el mejor de los mundos posibles.
Cervantes cita en El Quijote nada menos que 34 veces a los cuadrilleros de la Santa Hermandad, prueba inequívoca de que su presencia era ostensible en la España de aquel tiempo. En cierto momento, en el episodio de la jocosa pendencia en la venta de Maritornes, un cuadrillero de la Santa Hermandad irrumpe en escena al grito de: «¡Téngase a la Justicia, téngase a la Santa Hermandad!». Y recordemos cómo Don Quijote y Sancho, tras la liberación de los galeotes, fueron perseguidos por la Santa Hermandad a título de peligrosos salteadores de caminos. Los Montes de Toledo figuran también en ese grandioso monumento histórico-literario que son los Episodios Nacionales de don Benito Pérez Galdós. Ahí se inserta la rotunda definición que de los Montes hizo el genial canario: «un país rocoso y montaraz, más habitado de alimañas que de personas».
En el Episodio dedicado al general Prim, Galdós recrea el paso por los Montes de Toledo de la figura gallarda del general, convertido en símbolo de las libertades y de los ideales progresistas, camino del exilio a Portugal, al frente de una columna de húsares. Unos cuantos carboneros lo ven pasar y se quedan «atónitos y con la boca abierta»—escribe— «… sin saber de dónde salían tales hombres ni qué buscaban por aquellos riscosos vericuetos».
Algo hay en esta estampa que recuerda la visión machadiana del Cid camino del exilio —«polvo, sudor y hierro»— por los campos de Castilla. Pero Don Benito no hace sino seguir al pie de la letra los acontecimientos históricos. El general Prim acaba de fracasar en su intento de sublevar al país contra el gobierno, y no ve otra opción que huir a Portugal pasando antes, para pertrecharse de lo necesario, por su finca del Cerrón, en pleno corazón de los Montes de Toledo. Sólo una cosa cabe reprocharle al genial y entrañable don Benito: que por descuido de las musas, vino a confundir en su relato la localización de la hacienda de Prim, situándola en el término de Urda.
Otra de las fincas famosas de los Montes, la de «El Castañar», es encumbrada por el dramaturgo toledano Francisco de Rojas Zorrilla a categoría de paradigma idílico de la vida campesina, en su famosa obra «Del rey abajo, ninguno», también conocida como «García del Castañar o el labrador más honrado». La existencia feliz de aquel rincón paradisíaco («cuyas flores repartidas/ fragantes estrellas son/ de la tierra, y del sol hijas»), se ve alterado por la visita del rey y su corte, que acaban infectando la pureza bucólica del lugar y el candor de sus habitantes con enredos y vicios palaciegos.
Los Montes también han producido personajes literarios como el sencillo campesino de Sonseca al que Azorín conoce en una pensión de Zocodover, y que le mueve a exclamar en su novela «La voluntad»: «Por primera vez (…) encuentro a un místico en la vida, no en los libros, que habla con la sencillez y la elegancia de un Fray Luis de León…». En Polán brilla un personaje histórico-literario de gran relieve: el poeta don Lope de Estúñiga, señor de la villa de Polán, que da nombre al célebre «Cancionero de Estúñiga», del siglo XV.
Las novelescas bizarrías de don Lope podrían llenar muchos episodios de la serie «Águila Roja», y si al aguerrido poeta cancioneril nunca le faltaron enemigos, uno especialmente se convirtió en su encarnizado adversario: don Pero López de Ayala, señor del cercano castillo de Guadamur. Dicho sea de paso, este don Pero López de Ayala, es el que, siglos después, protagonizará junto con su mujer, Elvira de Castañeda, la famosa leyenda de Gustavo Adolfo Bécquer, «El beso». Cierto día, con una excusa de las que nunca faltan, el Ayala arrasó la casa fuerte del poeta, que por suerte no se encontraba en ella, y todos sus bienes y riquezas fueron a parar a las bodegas del castillo de Guadamur.
Sin posibilidad de contraatacar, el aguerrido poeta cancioneril no cesó de lanzarle al señor de Guadamur furibundas misivas de desafío hasta los últimos días de su vida. Y todavía hoy, las torres sobrevivientes de su castillo de Polán parece que miran en actitud de reto al cercano castillo de Guadamur, que, con altivez de triunfador, se diría que no se da por enterado.
Y, finalmente, hay un grupo numeroso de personajes, mezcla de realidad y ficción, que transitaron por la comarca de los Montes haciendo ruta entre Toledo y Andalucía. Son —al decir de Cervantes— la «caterva innumerable de los picaros», residuos opacos de nuestro brillante Siglo de Oro, de alguno de los cuales, como Carriazo y Avendaño, quedó constancia expresa de su paso por Orgaz en la «Ilustre Fregona».
Si es la mirada humana la que convierte a la naturaleza en paisaje, la mirada de autores como Lope, Francisco de Rojas y Urabayen, es la que ha alzado a los Montes de Toledo a la categoría de paisaje literario.
MARIANO CALVO / NAVAHERMOSADía 11/05/2014Fuente : http://www.abc.es/toledo/20140511/abcp-paseo-literario-montes-toledo-20140511.html

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