Espuma cosida al verbo. La sal es torpe. Ignora el llanto. Las gaviotas trenzan una blonda en la fuga del aire . El pecho de una mujer joven todavía se acompasa al baile loco del agua al precipitar su temblor antiguo en la orilla. El mar es entonces tatuaje. Alguna vez quisimos navegar así la piel elemental de los recuerdos. Prende la luz y avienta un olor a mañana gris de domingo mientras un vértigo de melocotón mordido jalea seda en el mismo brocal de la sombra. Cunde en el aire la saliva del amante ágrafo que manuscribe un temblor de nube en la orfandad de las olas. Pálido el rumor del agua, latido hueco. Sangre sin brújula. Vino el amor a quedarse y la música ungió un cuerpo con parábolas y con pequeños caracolas. La melancolía aspira a mudar su canto en susurro. El sol alivia la longitud sin consuelo del aire. Cuesta meter el fuego en la voz. Duele la evidencia del mar cuando no se escucha ni tiende a los ojos un horizonte azul como un abrazo.