El agua lame la orilla con el frescor salado del mar y, como una esperanza, surge la espuma blanca e impenetrable acercándose, rugiente primero, después sumisa a ofrecer su ofrenda a los pies de la roca. El sol juega con el agua retándola en sus brillos de puñales y plata, en ese vaivén traidor que alumbra su hermosura. No sé si el salitre suspendido en el aire hace que los pensamientos sean más pegajosos, o si, simplemente, es el recuerdo de ciertos momentos, lo cierto es que sigue estando presente, como esas olas eternas que vienen y van, pero nunca se quedan. Como la felicidad cuando le dices “quédate conmigo”, pero, remolona ella, ya se está yendo de nuevo.