Edición:Errata naturae, 2015 (trad. Manolo Laguillo; pról. José Muñoz-Millanes)Páginas:288ISBN:9788415217886Precio:19,50 €
Pasear es una suerte de lectura de la calle, durante la cual los rostros de la gente, las vitrinas, los escaparates, las terrazas de los cafés, los tranvías, coches y árboles se convierten en letras, todas ellas igual de legítimas, que juntas forman palabras, frases y páginas de un libro en constante renovación. Para pasear de verdad es preciso carecer de un propósito muy determinado.(«El bulevar de Berlín», pág. 150).Decía García Márquez que «La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda, y cómo la recuerda para contarla». Se podría aplicar algo parecido a la forma de retratar una ciudad: no importa tanto cómo es la ciudad, sino cómo uno se relaciona con ella y cómo elige describirla cuando la comenta por escrito. Este componente personal, único y exclusivo, marca la diferencia entre unos libros y otros, y en él reside la genialidad de Paseos por Berlín (1929), una obra que recorre la metrópoli alemana en los años veinte tardíos de la mano de un cronista excepcional. La mirada del autor, su modo de elegir en qué detalles fijarse y cuáles omitir, dota el texto de una personalidad singular, tan lúcida que aún hoy, casi un siglo después de su publicación, deslumbra por su capacidad para mantener vivo en sus páginas un pedacito de la existencia berlinesa de la época.
Vista de Berlín.
El escritor alemán Franz Hessel (1880-1941) no es un narrador cualquiera. Su obra no se entiende sin su faceta de flâneur baudeleriano, que cultivó junto a su amigo, el filósofo Walter Benjamin. Su vida transcurrió entre Berlín y París, ciudades por las que vagaba durante las primeras décadas del siglo XX como un intelectual curioso, atento a cualquier particularidad que le desvelara los entresijos de la zona y de sus gentes para plasmarlo sobre el papel. Su contribución a la literatura de su país fue tan importante que se le conoce como el «constructor de Berlín». Hessel, novelista, poeta y traductor de autores como Stendhal, Balzac o Proust, dejó su huella de paseante en todos sus textos, pero sobre todo en Paseos por Berlín, recuperado ahora por Errata naturae con una nueva traducción de Manolo Laguillo. Este título se une a los tres libros del autor ya rescatados por esta editorial, que está haciendo un gran trabajo para darlo a conocer al público español: las novelas Romance en París (1920) y Berlín secreto(1927), y Marlene Dietrich (1931), un retrato de la mítica actriz en sus comienzos.Puerta de Brandeburgo
El libro, que se divide en partes dedicadas a diversos lugares de Berlín, comienza con un capítulo titulado «El sospechoso», en el que Hessel, que habla en primera persona, explica que en ocasiones los transeúntes desconfían de él por el interés con el que contempla el bullicio de las calles («Siempre me gano miradas de desconfianza cuando intento pasear por entre los atareados transeúntes. Para mí que piensan que soy un carterista», pág. 19). Este «sospechoso», no obstante, también se puede interpretar como una actitud, la que adopta el autor al caminar: no se fija en los lugares comunes, no se dedica a describir los monumentos emblemáticos, no hace la crónica de una guía de viajes. Para Hessel, hablar de Berlín no significa realizar un reportaje al uso, sino comprender el paseo como un arte, del mismo modo que cuando escribe otro género. Como buen flâneur, se deja sorprender durante el paseo, fija su mirada en lo inesperado, en aquello que para unos ojos menos educados pasaría desapercibido.Franz Hessel
No es extraño, por ejemplo, que preste una atención significativa al teatro, se interese por lo particular de los libreros de viejo o evoque imágenes cotidianas que le llaman la atención sobre trabajadores y niños («todo posee el encanto de las cosas que pasan desapercibidas y que, desinteresadas, hacen resaltar a las otras, a las decididas…», pág. 159). También abundan las referencias a sus recuerdos infantiles y a lo mucho que ha cambiado todo desde entonces, puesto que escribió este libro tras vivir una larga temporada en París y, al regresar, constató que Berlín se estaba modernizando. Como consecuencia, esta crónica se lee como una aproximación a una ciudad en proceso de reconstrucción, tal y como explica José Muñoz-Millanes en el prólogo. El estilo de Hessel, por otro lado, es minucioso, pródigo en detalles y poético en ocasiones, de oraciones largas y a veces un tanto «anticuadas», pero en cualquier caso hermosísimo; un tono evocador con el que nunca se había hablado de Berlín.Y así, mientras camina por el Tiergarten, contempla los animales en el zoo, se junta con los amigos en un café o recorre la ciudad en bus turístico, Hessel capta la esencia de la zona con brillantez y, de paso, nos invita a acompañarlo, a descubrir Berlín, su Berlín, bajo otra luz.Fotografías actuales de Berlín. Wikipedia.