Revista Opinión

Pasión esférica

Publicado el 02 abril 2015 por Manuelsegura @manuelsegura

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Es posible que aquel gol de Aldo Poy a Newell’s Old Boys, su ‘palomita’ en el clásico con Rosario Central del 71, sea el más celebrado de la historia del fútbol. Al fin y al cabo, entre argentinos andaba el juego. Aquel tanto dio pie a que Roberto Fontanarrosa creara el que puede estar considerado como el cuento más hermoso que jamás se haya escrito sobre ese deporte: el de El viejo Casale, titulado originalmente 19 de Diciembre de 1971. Más argentino aun, si cabe.

Nadie que no vibre con su equipo, con el partido de una final, podrá entender esto. El fútbol traspasa la pasión, te envuelve y te transforma. Con él se puede experimentar lo que quizás nunca se llegue a sentir con el amor, por ejemplo, y ya no digamos con la política. Abrazar unos colores es esa simbiosis que supera la propia interacción biológica. Porque en la vida se puede cambiar de muchas cosas, pero nunca de pasión, como oportunamente recordaba el dipsómano Sandoval en la galardonada película de Campanella, El secreto de sus ojos. Más argentinos, al fin y al cabo.

A la ciencia le costará lo suyo descifrar lo que para un organismo suponen esas sensaciones. Con todo, hace un tiempo, científicos de la Universidad de Bristol, en el Reino Unido, expertos en Psicología Biológica, trabajaron con seguidores del Newcastle United y comprobaron que los hinchas se sentían más estresados si se rompía ante ellos una fotografía de sus compañeras sentimentales o esposas que si se hacía lo propio con las de los jugadores de su equipo. Menos mal, se dirían ellas. Otros estudios revelan que el fútbol es el deporte en el que más veces un equipo en inferioridad de condiciones puede derrotar al más poderoso, y contra todo pronóstico. Quizá en ello estribe parte del entramado: en que nada es imposible.

Pero volvamos al espléndido cuento de Fontanarrosa y al relato que traza del infarto fulminante que acaba con la vida del viejo Casale, tras la exigua victoria: “Se murió saltando, feliz, abrazado a los muchachos, al aire libre, con la alegría de haberle ganado a la lepra por el resto de los siglos. ¡Así se tenía que morir, que hasta lo envidio, hermano, te juro, lo envidio! ¡Porque si uno pudiera elegir la manera de morir, yo elijo esa, hermano! Yo elijo esa”. Y más de uno, que contempla desde su atalaya el devenir diario,  ante lo poco que nos dejan para saltar jubilosos, es probable que también la escogiera, tras levantar la Copa el capitán del Athletic, en el Camp Nou, el penúltimo día del próximo mes.

[‘La Verdad’ de Murcia. 2-4-2015]


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