Salimos del levante y hacemos nuestra primera parada en Lorca. Un viaje hacia el sur, partiendo desde el este: el mundo más opuesto al mío que pueda imaginar. Llegaremos al municipio más grande de todo el este español cuando la tarde cae. Abrazos. Claro que hay abrazos. Hay amistades que los años tardan en olvidar. Un baño. Un magnífico Parador. De cuando éramos ricos. Salimos a cenar la ciudad. Estamos en Semana Santa. Miércoles Santo. Nos desgranan la historia de rivalidades cainitas entre los blancos y los coloraos. Viajar no es sólo mirar. No es ni mucho menos mirar. Es escuchar, es leer, es aprender. Esta noche desfilan los coloraos. Es curioso que, como en muchas ciudades castellanas, una parte importante del tejido de la sociedad civil está también aquí ligado a la Semana Santa. Quizá para esconder identidades dudosas: Lorca fue siempre un país de frontera. Y los países de frontera eran territorios ideales para los emboscados. No hay más que ver los magníficos restos de la aljama que aún se pueden visitar en la vieja alcazaba lorquina.
Nos recogemos pronto. Mañana hay que seguir con la ruta...