(Foto By crlsblnc Carlos Blanco, Flickr-2009)
Hablando un día con mi amigo Martín éste me dijo: “Me gusta cruzar las calles de mi ciudad con la seguridad de que ningún coche vaya a pasarme por encima. Siempre busco los semáforos para pasar al otro lado de la calle. Cruzo por los pasos de cebra siguiendo un ritual metódico de la infancia. Primero miro a la izquierda y luego a la derecha. Cuando los semáforos tienen una cajita con un botón, lo pulso y espero pacientemente a que la luz intermitente que ilumina el letrero que dice “espere verde” cese y se encienda el muñequito verde que anda. Siempre lo hago así, porque me gusta cruzar las calles con seguridad, metódicamente, como aprendí de pequeño“.
Esta seguridad con la que Martín declaró su necesidad de que no le atropellasen siguiendo un método tan trivial, me pareció común a cualquier mortal que se encuentre en el trance de cruzar una vía llena de coches. Miramos y si no vienen coches, cruzamos, lo normal.
Luego, pensando en los pasos que se construyen ad hoc para realizar este acto simple de cruzar una calle, me he dado cuenta de que seguir las sensatas normas de mi amigo Martín no es tan fácil. Lo digo porque en estos días he observado un caso que me ha dado que pensar.
Es verdad que muchas veces lo que entendemos que debería ser normal no lo es, o así nos lo parece. Esto, llevado al terreno de lo más pedestre, lo podemos aplicar a las cosas cotidianas. Sin ir más lejos, al caso de Martín y a su método para cruzar las calles.
Cuando los responsables de urbanizar las ciudades preveen, planifican y llevan a cabo los proyectos, todos suponemos que han prevalecido criterios técnicos de solvencia y sensatez provada. Debería ser así. Pero, a veces, surgen dudas.
FOTO: Enrique F., 2010
Llevado al terreno de lo cotidiano, como digo, resulta que en estos días de paseos post-vacacionales, al cruzar la Avenida de Reina Victoria a la altura de donde estuvo el Cine Metropolitano que ahora es un hotel, descubro que en el lugar en el que debería haber un paso de peatones señalizado no hay nada. Unos metros más atrás, haciendo una diagonal de escaso ángulo, la Avenida dirige el trafico en dirección a la Glorieta de Cuatro Caminos y facilita el cruce de los peatones por medio de un paso de cebra señalizado con las rallitas al uso y con una señal vertical. A continuación, un vulevar permite el acceso al otro sentido del tráfico de la Avenida en dirección a la Ciudad Universitaria y ahí un rebaje en la acera nos dirige hacia el segundo cruce, que es al que me refiero.
FOTO: Enrique F., 2010
Así lo comprobé cuando me ví en la situación. Frente al hotel -antiguo Cine Metropolitano, como ya dije-, a pesar de estar ambas aceras intencionadamente rebajadas para el cruce y protegidas con bolardos, no se podía pasar al otro lado. En efecto, el paso señalizado con un semáforo se encontraba más allá, en la esquina de la Avenida con la Glorieta, a unos 100 metros, centímetro arriba, centímetro abajo, insisto.
FOTO: Google Maps, 2009
Es verdad que ante la puerta de un hotel pinta muy mal un paso de peatones, pues dónde iba a apearse la selecta clientela si no en ese lugar. Situar justo ahí un paso de peatones no era, por lo tanto buen idea. Así que el cambio de planes por quien en origen lo situó ahí debió de parecer obligado. Los clientes se apearían en la puerta de su hotel, a pesar de no figurar ninguna indicación de vado reservado para ese uso, y los peatones a dar paseitos subiendo la calle para luego bajarla.
FOTO: Google Maps, 2009
Gozoso el peatón que ya ha realizado la primera parte de su proeza cruzando media avenida y se lanza a terminar el trabajo. Sorpresivamente se encuentra con que el paso seguro lo tiene a unos 100 metros, centímetro arriba, centímetro abajo.
FOTO: Enrique F., 2010
Huelga decir que todo el mundo cruza por el paso natural, es decir, por donde el sentido práctico así lo sugiere, aunque “legalmente” no se pueda. Así crucé yo también. Tengo la duda de si mi amigo Martín, tan metódico en su comportamiento ciudadano, lo haría frente al hotel como la mayoría o cincunnavegaría afablemente los 100 metros que lo sapararan del semáforo.
Referencias.-
Acerca del Cine Metropolitano:
El Titanic se hunde en Cuatro Caminos (El País, 2003)
El Cine Metropolitano (Rosa Montero, 2003. En El Universal)
Cines del barrio de Tetuán (Blog Historias Matritenses)
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