Se puede aprender a hacer cualquier cosa
en esta vida a base de encontrar un método adecuado. Hasta para hacer
poemas basta con aplicar rigurosamente el siguiente método y salen de
corrido.
Consta de una introducción y siete breves reglas:
Introducción. Para hacer un
poema no es necesario esperar a que llegue ninguna inspiración especial,
ni hace falta estar en ayunas, ni ninguna de esas condiciones que hacen
falta siempre para las demás cosas. Basta aplicar las siete reglas
siguientes.
Primera.
Se cogen unas cuantas palabras, en sí mismo poéticas, y se van
distribuyendo poco a poco entre las diferentes estrofas. Por ejemplo, susurro, desvelo, tintineo, alborada, crespones, aleteo, nenúfar, alondra, etc.
Segunda. Se cogen unas cuantas palabras más bien vulgares a las que se poetiza dándoles una terminación adecuada: pajarillo, arroyuelo, blanquecino, etc.
Tercera. Se forman unas cuantas parejas de diferentes colores, de modo que se contradigan lo más posible los colores de cada pareja: negro verdor, blanco escarlata, azul blanquecino, etc.
Cuarta. A unos cuantos verbos se
les cambia de ocupación habitual, sin que se den cuenta. Por ejemplo:
se cierran las sombras –en lugar de las puertas o ventanas-, se masca el
silencio –en lugar de un buen filete-, se le clava un rejón al
firmamento –en lugar de a un toro de trapío-, se borda un aciago destino
–en lugar de un sufrido mantel-, etc.
Quinta. Se distribuyen también
entre las estrofas unas cuantas palabras, de esas que a veces emplea la
gente sin saber lo que quieren decir: enhiesto, hirsuto, inerme, inane, incólume, baldío, etc.
Sexta. Puede ir bastante bien,
para lograr mayor fuerza poética, aprovechar algún pedacito de una
poesía clásica conocida; así, a Rubén Darío, se le puede coger eso de
los “claros clarines”.
Séptima. Si se encuentra a mano, algún estribillo, aunque sea cortito, para repetir entre cada dos estrofas, mejor que mejor.
Pasos aplicados
AMOR
Mujer, yo hubiera sido tu hijo, por beberte
la leche de los senos como de un manantial,
por mirarte y sentirte a mi lado y tenerte
en la risa de oro y la voz de cristal.
Por sentirte en mis venas como Dios en los ríos
y adorarte en los tristes huesos de polvo y cal,
porque tu ser pasara sin pena al lado mío
y saliera en la estrofa -limpio de todo mal-.
Cómo sabría amarte, mujer, cómo sabría
amarte, amarte como nadie supo jamás!
Morir y todavía
amarte más.
Y todavía
amarte más
y más.
Neruda
Fuente: http://www.versoblanco.com/
www.poesiagt.com