Juro por la filmografía íntegra de David Lynch que cuando vi Crime d’amour (2010) de Alain Corneau pensé que asistía a un verdadero despilfarro. Dos actrices estupendas, Kristin Scott Thomas y Ludivine Sagnier, en una historia de ambición y poder pero a la que le faltaba suspense (el director enseña muy pronto todas sus cartas) y sobre todo el morbo que, a primera vista, prometía. Salí desde cine frustrado al ver un equipo estupendo y una buena historia que sólo alcanzaba un discreto resultado.Brian de Palma debió pensar lo mismo. Alejado (¿expulsado?) de los grandes estudios norteamericanos, este joven de 72 añitos nacido un 11 de septiembre, obsesionado por la visión de Vértigo a los 18 años, lleva desde la década de los años 60 agitando las pantallas del universo, El fantasma del paraíso (1974), Carrie (1976), El precio del poder (1983) o Los intocables de Eliot Ness (1987) contienen tantas escenas grabadas en la retina del espectador como sustos sufridos en la oscuridad de las salas.De nuevo unas excelentes actrices para encarnar esta historia, y además aumentadas, de dos pasamos a tres: Rachel McAdams, Noomi Rapace y Karoline Herfurth. La rubia, la morena y la pelirroja deseosas de todo lo que las demás tienen: posición, poder, dinero, estatus y, como culminación de la total posesión, hasta sus cuerpos. El morbo vuelve a estar servido, la peli promete, un lado surrealista añadido al estar rodada en inglés en Alemania (capital francés y alemán obligan) y todas comienzan a afilar sus cuchillos, o mejor dicho, la punta de sus taconazos.Brian de Palma despliega las obsesiones que han recorrido su obra en las últimas cinco décadas: el tema del otro inquietante, la dualidad de personalidad, la representación, las imágenes y su poder, el voyerismo, una sexualidad morbosa y la atracción del poder, todo ello a través de su marca de fábrica, decorados fríos, multitud de ángulos y el recurso del split-screen (dividir la pantalla), herencia que tan sabiamente han recibido los nuevos cineastas, como el excelente Jaime Rosales.Mención aparte, sin dudad alguna, merece la fotografía de nuestro genio de la luz, José Luis Alcaine. Casi expresionista, al mismo tiempo que pop e industrial, la luz corta los espacios, delimita las zonas, enfría unos ambientes muy caldeados y crea en cada plano un soplo de inspiración. Ya tengo ganas de que salga en vídeo para poder parar la imagen, una por una, para disfrutar este trabajo tan sublime.Una película morbosa, para amantes del voyeurismo, las relaciones intensas y nostálgicos de los años 80. Si se toma mucho en serio la película, puedes acabar cabreándote; pero si la recibes como lo que es, el sueño de una noche de invierno en una ciudad del norte de Europa de la época de las “sobras” de Grey, resulta muy divertida.