Sin SMI, el mercado de trabajo se convierte en un mercadillo más de patatas, naranjas y melones
ientras Alejandro – catedrático de Derecho Laboral – explica a sus alumnos el "principio de norma mínima", Luis María Linde y Esperanza Aguirre arrojan sus municiones contra los logros laborales. El Salario Mínimo Interprofesional (SMI), en palabras del viejo letrado, sirve para que cualquier trabajador, llámese abogado, peón o camarero, tenga garantizado un nivel mínimo de renta por encima de los umbrales de pobreza. Esta barrera jurídica impide al "vampiro del capital" – en referencia a Marx – exprimir con sus colmillos a los "cuellos azules" del "ejército de reserva". Los mismos cuellos azules - se refiere al atuendo del proletariado – que lucharon durante cien años para que su debilidad en la balanza se inclinase, un poquito más, hacia sus intereses de clase.
Sin SMI, dicen los seguidores de Aguirre y compañía, España sería más competitiva en los campos de batalla. Gracias a la eliminación de la barrera salarial, los hombres fuertes del capital – o sea, los empresarios – contratarían más trabajadores por menos dinero. Habría más trabajo – en palabras de Josefa – y al mismo tiempo más compras en las calles del mercado. Subiría el consumo – dice esta señora de las tripas de Santiago – y ello serviría de palanca para que los flujos de la renta volviesen a sus cauces olvidados. Sin SMI, trabajaríamos más por menos pero, a cambio, conseguiríamos inculturizar a los nuestros con los mimbres orientales. Con los "minijobs de Rosell" – o dicho de otro modo, los cuatro cientos euros de nuestros vecinos germanos, saldrían de las colas del antiguo INEM miles de parados. Miles de parados, cuya fuerza laboral no está en consonancia con el pulso del mercado. El precio del trabajo – en palabras de Josefa- es el indicador que sirve al economista para comprender el desequilibrio presente entre la Oferta y la Demanda. A 645.30 euros al mes - SMI 2013 – nuestra mercancía laboral sigue siendo cara para los bolsillos del patrono. Bajando el precio del sudor, se conseguiría que nuestros compradores no tuviesen que buscar en lugares alejados, los sables de sus batallas.
Sin SMI, dicen los defensores de la barrera, corremos el riesgo de convertirnos en la Nueva China de Europa. La supresión de la medida implicaría un nuevo marco estructural para la Negociación Colectiva. La renegociación de los marcos salariales serviría – en palabras del viejo letrado – para estrechar, desde abajo, todos los eslabones de las cadenas profesionales. Actualmente las normas sectoriales no pueden establecer para sus categorías inferiores, salarios por debajo del umbral Ejecutivo. Ahora bien, sin norma mínima mediante, la dictadura de las empresas cabalgaría a sus anchas por los contratos debilitados. Los "cuellos blancos" de los despachos dejarían para sus lazarillos las migajas de sus panes. Las mismas migajas que siglos atrás comían las manos ásperas del capital en los campos de labranza. Sin SMI – y en eso le doy la razón a Josefa – se encontrarían las curvas de la Oferta y la Demanda. Cierto. Ahora bien, se encontrarían, decía, en un punto de equilibrio muy por debajo de los umbrales de pobreza. Entraríamos en un mercado de trabajo orquestado por la subasta. Una subasta de mercancía barata sometida a una explotación consentida del derecho al trabajo.
Para Esperanza Aguirre, a 645,30 euros al mes, la mercancía laboral resulta cara para el bolsillo de los patronos
La americanización de España, o dicho de otro modo, el desmantelamiento del Bienestar por el neoliberalismo occidental invita a la Crítica a posicionar su discurso en defensa del Salario Mínimo Interprofesional. Sin SMI, el mercado de factor – trabajo – se convierte en un mercadillo más de patatas, naranjas y melones. Un mercadillo, decía, sujeto a los mismos abusos salvajes del capitalismo presente. Un escenario marcado por el precio como único indicador de ajuste entre la Oferta y la Demanda. Desde este prisma – por cierto: defendido por Aguirre y el banquero - los trabajadores no son considerados un recurso a optimizar sino un coste a minimizar para salvar los márgenes estrechos de competitividad. Un melón o una naranja más – como ustedes lo quieran llamar – cuyo precio de mercado está en función de lo que otros – los patronos – quieran pagar. Triste.
Artículos relacionados:
Proletarios del PP