Para nadie es un secreto que los hombres (al igual que las mujeres) no disponemos de ningún tipo de preparación para ejercer la paternidad, salvo nuestros propios modelos o figuras referenciales, las cuales, para rematar, a veces brillan por su ausencia.
La paternidad, así como la masculinidad no es algo que pueda ser aprendido en un curso o de lo que se obtenga un diplomado previo, simplemente es un aspecto de nuestras vidas que podemos ejercer o no, de manera consciente y responsable o no, para lo que es necesaria una especie de re-conexión, que reemplazará, si nos la permitimos, cualquier manual o información previa. Muchos no hemos tenido en nuestra infancia, la oportunidad de, por ejemplo, jugar libremente con muñecas, lo que podría verse como una excelente y hermosa práctica preparatoria para una paternidad responsable. Sin embargo y a pesar de esta privación, algunos solemos ser expertos acompañantes de parto, cambiadores de pañales, sanadores de cólicos, saca-gases, mecedores, “cantaores de nanas”, etc. Imaginen entonces cómo sería si nos dejáramos de prejuicios absurdos y no sólo “permitiéramos” sino que promoviéramos estos juegos en nuestros niños varones. Sería mucho más fácil para ellos ser adultos conectados, sensibles y empáticos, características todas indispensables para ejercer una paternidad amorosa.La paternidad es una hermosa oportunidad para re-conectarnos con el niño que fuimos un día y reconciliarlo con el adulto que somos hoy, pero el primer obstáculo que tenemos que superar para poder lograr esta re-conexión es el miedo, que sumado a la desinformación y a los prejuicios machistas con los que crecemos, se transforma en una especie de barrera que nos impide ver, sentir, identificar y gestionar nuestras propias emociones. Desde pequeños crecemos escuchando que no debemos llorar porque tenemos que “ser machos”, que llorar es de niñas (como si ser niña fuese un crimen), que aguantemos el dolor en vez de expresarlo, etc. Todo esto no hace más que invalidar y acostumbrarnos a no reconocer nuestras propias emociones, lo que desemboca en una pésima o nula gestión de nuestra inteligencia emocional. Cosa terrible, ya que la agresividad se convierte en una respuesta automática para todo, y la "desconexión" termina traduciéndose en irresponsabilidad y abandono. Hoy día, y a pesar de lo que las estadísticas aún señalan, podemos ver a muchos varones no sólo preparándose para el nacimiento de sus bebés, sino asistiendo a talleres, conversatorios y cursos sobre crianza respetuosa, educación sin castigos y hasta lactancia materna (tema que indiscutiblemente también nos compete). Es más común verlos atendiendo emocionalmente a sus hijos, llevándoles cargados, jugando y compartiendo responsabilidades de crianza y educación con sus parejas. Parece haber una especie de boom de las nuevas masculinidades, más abiertas a re-aprender, a sensibilizarse, a hacer las cosas de otra manera y hasta a sanar sus heridas de infancia y sus carencias emocionales para no repetir sus propias historias con sus hijos. Esto no es casual, y obviamente estos papás tienen que enfrentarse igualmente a la desinformación, los prejuicios y limitaciones sociales que hoy siguen imperando en este mundo aún machista-patriarcal.Cuando un padre abandona a sus hijos, antes o después de la gestación, posiblemente esté manifestando o repitiendo el mismo abandono que él, de una u otra manera vivió. También vemos que a los que abandonan estando presentes, esto quiere decir que están, pero no están, su presencia física se ve, pero su presencia emocional afectiva no, lo que también suele ser una repetición inconsciente de los esquemas vividos y de las situaciones no sanadas. Por eso, antes de hablar de “paternidad irresponsable”, deberíamos estar conscientes de que estas personas podrían no ser más que víctimas de víctimas. Eso sí, en el mismo momento en que alguno de ellos decida romper la cadena de abandono, no sólo estará sanándose a sí mismo, sino también a su árbol familiar y al resto de la sociedad.Por Elvis Canino