Revista Cine
Me compré hace poco tres libros de Jenny Diski, antaño editados por Circe y ya difíciles de encontrar. Es una narradora que me interesa mucho porque escribe sobre sus viajes y sobre su vida y en su obra une los géneros: a veces parece que leemos una novela, a veces parece un reportaje, a veces una suma de recuerdos… He empezado con este título porque Diski, en sus páginas, habla del crucero en el que se embarcó para ver icebergs, encontrar cierta paz de espíritu y escribir sobre su madre. La autora no oculta sus episodios de depresión, lo cual hace más auténtico o conmovedor el relato. Aquí os dejo unos extractos:
Me salté el desayuno y las dos conferencias siguientes, pensadas para ocupar nuestras horas de travesía, y dediqué el día a mi resfriado, a mi cama, a mi libro y a la vista que podía distinguir a través de mi ventana. Me sentía completamente satisfecha. Dormía, leía y contemplaba la nieve y el mar: podría haber seguido así eternamente. Sin hermanas Winniki que me fastidiaran. Yo sola, disfrutando del placer de la indolencia. ¿Qué más podría nadie desear? Y entonces, por la tarde, vi pasar flotando el primer iceberg. Ante mi perezosa mirada, su forma emergió por la ventana como un espejismo, una apariencia onírica, un fantasmagórico edificio blanco y mate bajo la nebulosa luz gris y la cortina de nieve. Un acontecimiento súbito y suavemente deslizante en un gran océano vacío y bajo un enorme cielo desierto. Parpadeé. Carecía de la frustrante familiaridad de las cosas que hemos visto con demasiada frecuencia en la televisión o en las láminas de los libros. Su presencia sorprendía tanto por su flamante realismo como por su singularidad. Incluso las aves parecían haber enmudecido para señalar nuestra entrada en el mundo de los hielos. El altavoz emitió un chasquido y Butch anunció: -Damas y caballeros, tenemos icebergs.
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Se había decidido que el libro que proyectaba escribir sobre el viaje y sobre mi madre fuera mi primera obra larga de no ficción. Entendí con aquello que no se esperaba que escribiera una novela al respecto. Evidentemente. ¿Quién aceptaría escribir una novela que tratara de un viaje real que aún no había llevado a cabo? Las novelas no son así. Pero, aparte de eso, prefería reservarme mi propia consideración de lo que es “no ficción”. Existen infinitos modos de relatar la verdad, obras de ficción incluidas, e infinitos modos de esquivarla, obras de no ficción incluidas. Desde mi oscilante catre del camarote 532 comprendí que la verdad o la falsedad de un libro sobre la Antártida y mi madre no dependía del hecho de llegar a mi destino. Ni tampoco de no llegar a él. Me sorprendí desarrollando cierto interés por la no ficción.
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La depresión es algo sumamente doloroso, pero es también silencio y ausencia. He ahí una paradoja. El dolor, la verdadera angustia, es intolerable. Yo sería capaz de hacer casi cualquier cosa con tal de no experimentarlo, pero el silencio y la ausencia del lugar al que te conduce la depresión te proporcionan la posibilidad de aproximarte a un estado de satisfacción. No quiero decir que yo tuviera algún control consciente sobre la depresión, sino que descubrí que algunas veces, si conseguía aguantar hasta que pasara el dolor, llegaba a un lugar en el que reinaban la paz y la tranquilidad más completas. Tampoco pretendo defender las ventajas de la depresión. La depresión es terrible: es imposible aguantar el dolor si tus circunstancias no son las adecuadas, si no cuentas con apoyo o si tienes personas que dependen de ti. E incluso cuando de algún modo pueden darse tales condiciones, aguantar el dolor conlleva el riesgo real de que no seas capaz de sobrevivir a él. Pero, dado que la depresión era algo que me sucedía y que yo sí contaba con apoyo, descubrí que al cabo de cierto tiempo era posible lograr una especie de gozo completamente desconectado del mundo. Ansiaba hallarme ilocalizable en aquel lugar desprovisto de dolor. Y aún lo deseo. Está pintado de blanco y lleno de un silencio que retumba. Es una pista de hielo interminable. Es antártico.
[Traducción de Gian Castelli Gair]