Hay criterios muy variados por los que la gente juzga un viaje. De ello dependerá la satisfacción cuando llegue a casa. Esta fue una de las ideas que pensé en mi reciente escapada a Patones de Arriba, un pueblecito de la Comunidad de Madrid. Así, después, pensando más acerca del tema, fui desgranando tres ingredientes que creo que son fundamentales para conocer “bien” un lugar.
El primero es el tiempo, pues determinará el ritmo y la forma en que nos acercamos al lugar; el segundo, la compañía, pues animará u obstaculizará este proceso; y el tercero, el interés, que acabará siendo directamente proporcional al ánimo y la intención que vamos a poner en todo ello. Tuve la suerte de disfrutar de todos estos elementos en Patones de Arriba, disfrutando del momento idóneo para perderme entre sus callejones y verde naturaleza. Su arquitectura, reposo y belleza hacen de él sin duda uno de los más bonitos y conocidos de la Comunidad de Madrid por méritos propios.
Un poco de información
Patones de Arriba es un pequeño pueblo situado en la Sierra de Madrid, a una hora escasa desde la capital. Al más puro estilo guerra de pueblos, Patones de Abajo existe y está situado a pocos kilómetros, en la carretera. Lo más característico de Patones de Arriba son sus casas hechas con pizarra, lo que le da un color negruzco a todas ellas. En esto, recuerda a los pueblos de arquitectura negra de Guadalajara, que si bien están a un ratito en coche, se sitúan en la zona montañosa.
Por su carácter turístico, no te faltarán lugares para comer o tomarte algo. En mi caso, decidimos no comer porque el menú valía 18 euros, lo que consideramos algo caro. En los alrededores, se pueden hacer rutas de senderismo, como la que te lleva al curioso paisaje de las Cárcavas, o el Pantano de Atazar, con unas preciosas vistas y una imponente presa de enormes dimensiones.
El tiempo
Fuimos a Patones un día de la semana, cuando la gran mayoría de madrileños estarían seguro trabajando frente a las pantallas de un ordenador o en cualquier otro modo. Fue seguro un acierto porque Patones de Arriba es un pueblo pequeño en mitad de la montaña y te obliga a dejar el coche antes de adentrarte en él, siendo este aparcamiento bastante pequeño.
La concepción del tiempo cambia en un lugar donde apenas parece que pasa. Por eso, lo mejor en este y en casi todos los lugares del mundo es olvidar que existe una cosa que se llama reloj y comenzar a caminar abriendo bien los ojos.
Para ello creo que ayuda también pararse a hacer fotos, como así fue. Aunque muchos pensamos a veces que parar a tomar instantáneas puede hacer que no disfrutemos el viaje en sí, en ocasiones me parece del modo diametralmente opuesto: ayuda a tomar esos pequeños descansos donde al cambiar la actitud, cambia la perspectiva; ayudando a los momentos especiales a aparecer en escena.Fue así como aprecié el puente de Patones de Arriba, que fue el primer fondo de la primera de nuestras muchas fotos; y el cartel del pueblo anunciando nuestra llegada.
Gracias a la decisión de olvidar que contábamos con una mañana para conocerlo, pues Patones de Arriba es un pueblo pequeño, disfrutamos plenamente del paseo, intentando conocer cada rincón del lugar. Nos desviamos por un lateral, que nos llevó a un puente de piedra digno de un cuento; seguimos el jolgorio de una excursión de niños para llegar a lo que era el antiguo lavadero; subimos a la zona donde se araba en el pasado; y nos tomamos algo en uno de los edificios que ahora son negocios turísticos (la gran mayoría).
Y así nos dejamos maravillar por este pueblo característico por sus construcciones de pizarra y aire relajado. Y nos encantó.
La compañía
La compañía es clave para conocer un lugar a tu manera. Porque con amigos, pareja o familia, seguramente, tengas esa confianza para marcar los ritmos y decidir con libertad qué hacer, cómo y cuándo hacerlo. En mi caso y en este viaje fui con una amiga de esas que no recuerdas el día en que la conociste. Unidas por el pueblo de nuestras madres, hemos sido casi siempre como hermanas. Así que casi nunca sale nada mal con ella.
Es más: hace los viajes mejores. Nos gusta hablar, reflexionar sobre lo que vamos haciendo, hacernos fotos o impulsarnos la una a la otra.
En Patones pudimos disfrutar de un ambiente parecido al que nos ha visto crecer. Ese calorcito que parece ya veraniego, ese silencio tan propio del pueblo, ese canto de pajaritos…
- Irene: Pues no te lo vas a creer pero yo en Madrid, oigo a pájaros por las mañanas…
- Teresa: Ya, pero también escuchas a los coches. Yo quiero a los pájaros, pero no a los coches.
El interés
“El interés mueve el mundo”, que dicen. Pero para goce y disfrute de todos, no siempre este interés es feo y egoísta. No. En este caso, es lo que nos impulsa a movernos de los sillones de nuestra casa; lo que mueve nuestros pasos a lugares desconocidos.
Y en este caso, había interés por Patones. Mucha gente nos había hablado de su belleza e incluso pudimos ver imágenes de lo que nos esperaba. A ello, hay que sumar que llevo un tiempo viajando menos de lo habitual porque como en años pasados estoy juntando días para un viaje largo; uno de esos que se convierten en algo más que un viaje.
Visita a Atazar, cerca de Patones
Tras el paseo relajado por el pueblo y celebrar la visita con una cerveza en una terraza encantadora, buscamos un lugar para comer en los alrededores. Nos habían recomendado un lugar en Atazar, así que cogimos el coche y allí nos encaminamos.
De camino, pudimos parar en uno de los miradores para divisar el inmenso pantano, sujeto por una también increíble presa que nos impresionó. El pueblo no tiene nada especial, más allá de esa tranquilidad que nos acompañó todo el día. El lugar que buscábamos estaba cerrado, así que acabamos en el típico bar de pueblo donde solo servían bocadillos para comer. Ya era tarde y no podíamos volver atrás, así que acabamos comiendo allí.
Al final no fue tan horrible porque era buena carne y disfrutamos de ello en la terraza con una cerveza bien fría. Un helado puso el broche final a un día muy de pueblo, para dos personas muy de pueblo. ¡De diez!