Primero fue la bandada de patos en la piscina. Vinieron
de Canadá. Se lo cuenta Tony Soprano a su psicóloga en el primer episodio de la serie Los Soprano: "He adoptado una familia de patos". Les hizo construir una rampa para que se desplazaran y accedieran al agua con más entera comodidad . Habla con ellos. Les promete otra rampa si esa no les satisface. Cuando izan el vuelo en busca de otros horizontes, se viene abajo, se da de bruces consigo mismo. Cuanto más se alejan los patos, más se percata de sí mismo. El vuelo lo postra en un estado de indefensión, de fragilidad muy parecida al estado natural del pato, que es en esencia huidiza, de poco afán por perseverar en un sitio. La lírica chabacana del vanidoso capo, su épica de pasta y balas, entrega horas de absoluta fascinación. Suelo llegar tarde a muchas cosas, pero compenso con devociones íntegras. Adoro a este tipo que va al psiquiatra después de haber molido a golpes a alguien o se pone hasta arriba de pastillas para no silenciar la memoria o para no desplomarse cada vez que sale a la calle con el traje de rey de Nueva Jersey. Se ama a Tony Soprano al modo en que se aman ciertos monstruos con los que intimamos cuando se deshacen de la parte animal y miran con ternura un amanecer o acarician la cabeza de un niño, pero el mal está dentro, no hay que olvidar el tumulto de la sangre, que desoye la quietud de un paisaje y se pertrecha de sospechas para que nada lo perturba. En el fondo, el pato es un recuerdo de la infancia o de los sueños o de la madre.