Patria no es un cacho de tierra que alguien pintó en un mapa con la leyenda “de aquí hasta aquí”. Patria no es una canción (al menos no un himno). Patria no es, desde luego, un trapo de colores.
Patria puede ser un pueblo encapotado cuyo frío nadie termina de asumir. Un pueblo que invoca al calor pero no lo soporta. Un pueblo cuyas urnas nunca hablan el idioma de los justos y con calles que solo se llenan de gente cuando se llenan de flores.
Patria puede ser un zulo de 30 metros cuadrados, mal ventilado y sin sol. Tan grande como una nevera en invierno y un horno en verano. Entre el polvo y los grifos que gotean se crean reflejos más potentes que mil banderas.
Patria puede ser un barrio amb accent obert que huele a mierda de perro salvo cuando llueve, que huele a alcantarilla, y quince días al año que huele a meado. Un barrio que no admite coches sin paciencia ni quiso estar nunca cerca de la playa. Un barrio que reclama independencia y parece conseguirlas todas. Patria con sabor a besos y cerveza.
Patria pueden ser hasta las horas en metro. O la canción que acaba en los auriculares. Patria puede ser cada libro que has leído, todas las últimas páginas que has decorado con un toque de angustia.
Porque lo que está claro es que patria, lo que se dice patria, solo es aquello que se abandona.
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