De los dos Alfonsos que reinaron bajo un régimen constitucional (previamente lo habían hecho Fernando VII -con la boca pequeña y sorpresa final-, su viuda María Cristina y la reina Isabel II), solo uno juró la Constitución. El tercero no llegó ni a hacerlo ni a reinar, pero celebró su mayoría de edad con un viaje a Asturias. Y, en todos los casos, la prensa nos lo contó.
El aldabonazo de Sandhurst. Una mayoría para recuperar el poder (diciembre, 1874)
Ni once años tenía el príncipe Alfonso cuando tuvo que abandonar España y renunciar a su sueño, si es que le había dado tiempo a tenerlo, de ser rey. En 1868, la Revolución Gloriosa echó a la familia real del país y el reinado de su madre, Isabel II, llegó a su fin. Pero al joven Alfonso, bien tutorizado desde España por Antonio Cánovas del Castillo, siguieron educándole para ser rey. Se hizo adulto al tiempo que Amadeo de Saboya, devenido monarca a su pesar a los 25 años, juraba la Constitución. La de 1869, en su caso, y bajo unas palabras definitorias de los nuevos tiempos, cuando los monarcas comenzaron a deberse al pueblo. «Acepto la Constitución y juro guardar y hacer guardar las Leyes del Reino», pronunció el italiano, para acabar abdicando a los dos años.
El resto de la historia es conocida. Se proclamó la República, la primera, pero a Alfonso siguieron educándole para rey. En 1874, el año en que cumplía los 17, entró a formarse en la Academia Militar de Sandhurst, en el Reino Unido, y dos meses más tarde se publicó una curiosa, e importante, carta de agradecimiento a las felicitaciones por su onomástica: el manifiesto de Sandhurst, en el que Alfonso aprovechaba la coyuntura para proclamarse «representante del derecho monárquico en España» y «príncipe leal», católico y liberal. Volvió y fue rey, aunque no juró la Constitución, remozada en 1876. Comenzaba así su breve reinado, detenido bruscamente por su muerte, en noviembre de 1885. Tenía solo 27 años y la mayoría de edad de su primogénita -con la reina embarazada, eran de momento solo niñas- tardaría en llegar. «La Princesa de Asturias tiene cinco años, dos meses y 15 días», decía El Comercio del día 28. «Llegará a la mayor edad el día 11 de septiembre de 1896».
«Juro por Dios y por los Santos Evangelios ser fiel al Heredero de la Corona en la menor edad, y guardar la Constitución y las Leyes. Así Dios me ayude y sea en mi defensa, y, si no, me lo demande», juró el 30 de diciembre de 1885 una enlutadísima María Cristina, a partir de entonces reina regente.
Coqueteos y opulencia para la jura de un rey niño. La mayoría de edad de Alfonso XIII (mayo, 1902)
Casi 17 años llevaba España sin rey (aunque sí con reina regente) cuando Alfonso XIII, nacido ‘in extremis’ tras la prematura muerte de su padre, juró la Constitución -la de 1876- ante las Cortes y asumió la corona del país. Tenía tan solo 16 años, un hecho que no pasó desapercibido para los republicanos. «Es la edad del sentimiento y de la fantasía», escribió, aquel 17 de mayo de 1902 en que un adolescente llegó al trono de España, Alfredo Calderón en la portada de El Noroeste, diario republicano de Gijón. El individuo púber, afirmaba Calderón, «responde de un modo desproporcionado a las solicitaciones de fuerza; en nada sabe guardar medida (…) No ve las cosas como son, (…) la plena libertad moral no ha nacido todavía (…) Un niño de 16 años no puede ser sacerdote, juez, jurado, profesor, diputado, concejal, gobernador, abogado, ingeniero, comerciante. Únicamente puede ser rey».
Causticidades aparte, Madrid se engalanó para recibir a un rey y al contento de sus súbditos, ofreciendo, según El Comercio, un espectáculo digno de verse. «Para el que nunca ha abandonado el pueblo en el que vive, Madrid tiene que resultarle en estos días una villa fantástica; los trenes, las manifestaciones del lujo y de la elegancia, llevadas al último extremo, pues nunca mejor ocasión se presentará que esta para hacer ostentación de la riqueza» -inciso: la hubo, casi cuatro años exactos después, en los desposorios del rey con Victoria Eugenia de Battenberg, pero hubo de teñirse de luto por el atentado terrorista protagonizado por Mateo Morral- «podrán hacer pensar que allí no existen las necesidades». No atinaba mal el tiro el diario decano, porque la comitiva regia fue todo un alarde de lujo y excentricidad, con varias carrozas destinadas a la familia real, tiradas por alazanes empenachados de blanco, lacayos, mancebos, e, incluido, hasta un rumor: según La Ilustración Española y Americana, antes de que el joven rey jurase se dijo por Madrid que había ocurrido un atentado que, al parecer, en efecto estuvo a punto de suceder, al haberse acercado al coche real «un loco o un miserable».
Grabado publicado por La Ilustración Española y Americana (30 de mayo de 1902)
No hubo que lamentar consecuencias y, ese día, la familia real se pegó un auténtico baño de multitudes. Él, el rey niño, vestido de capitán general; la reina regente, María Cristina, de raso y terciopelo con incrustaciones de encaje de Venecia y toda ella, brillantes. El juramento fue tan breve como habría de serlo el propio reinado alfonsino. «Juro por Dios, sobre los Santos Evangelios, guardar la Constitución y las leyes. Si así lo hiciere, Dios me lo premie, y si no, me lo demande», dijo el a partir de entonces rey «con voz enérgica de simpático acento», según La Ilustración. Fuera del alcance de este humilde suelto está el presumir qué fue lo que acabó decidiendo el Supremo Creador; solo el pueblo fue responsable, 29 años después, del exilio de Alfonso XIII. «Las muchachas del barrio ofrecen a V.M. estas flores», cuentan que requebraron unas jovencitas, entre ellas una bella rubia llamada Carlota del Hoyo, al rey, entregándole un ramo de rosas de té y claveles rojos «sujetos con cintas amarillas y encarnadas». Él las coqueteó de vuelta: y así.
La mayoría del príncipe que no podía ser rey. El viaje a Asturias de Alfonso de Borbón y Battenberg (1924)
Toda la opulencia de la mayoría de Alfonso XIII fue inversamente proporcional a la de las puestas de largo, varias y a destiempo, extrañas y muy medidas, de su primogénito Alfonso de Borbón y Battenberg. La razón era de peso: Alfonso, quien renunciaría a sus derechos dinásticos en 1933 por enamorarse de una mujer que no llevaba sangre real en sus venas, nunca hubiera podido ser rey. Lo impedía su frágil estado de salud. La hemofilia, mal endémico de los descendientes de la reina Victoria de Inglaterra -su madre, Victoria Eugenia, era nieta- hacía muy volátil el calendario del pequeño Alfonso, a quien hicieron jurar bandera con tan solo 13 años. Era 1920 y los fastos dejaron ver el claro compromiso del rey Alfonso XIII con el Ejército y la patria, pero ni Alfonso (hijo) era aún mayor de edad ni estaba claro cuándo podría asumir la responsabilidad. En 1923 llegó la noticia: cuando ese momento llegase, el primer viaje oficial del príncipe sería a Asturias.
El momento, a medias, ocurrió el 29 de agosto de 1924. Ese día llegó el príncipe, con los 18 cumplidos, a Asturias, y El Comercio le dedicó una sentida salutación. «Sois, Príncipe, nuestro más alto honor, que nos mueve a la más alta gratitud. De todas las regiones españolas, Serenísimo Señor, es Asturias la única ligada a la Familia Real por un título de acendrado afecto, que es vuestro Principado. El nombre clásico y tradicional de esta tierra de reconquista, borrado torpemente por nomenclatura oficial administrativa, permanece sonoro y siempre triunfante». De Alfonso se decía que era maduro para su edad, aficionado a los estudios agrícolas, educado y serio, pero aún no había llegado su momento oficial. En aquel viaje, Alfonso XII dispuso que el príncipe no asistiera a fiestas, ya que «es propósito del Rey que hasta que el Príncipe llegue a la mayoría de edad no acuda a ninguna fiesta particular».
En septiembre de 1924, Alfonso visitó Gijón, Oviedo, Trubia y, por supuesto, Covadonga, vínculo imprescindible de la familia real con la religión, de la religión con el concepto de patria y, finalmente, de la patria con la familia real. Hubiera sido un buen preludio, pero aquel infante que nunca fue rey no llegó a jurar la Constitución, suprimida desde el ascenso al poder del dictador Miguel Primo de Rivera. No corrían, ni corrieron en los años venideros, buenos tiempos para las cartas magnas: un futuro monarca no volvería a jurar la Constitución en España hasta 1986, cuando lo hizo Felipe de Borbón. 84 años, que se dice pronto, desde aquella última de 1902.
El príncipe Alfonso, en la capilla de Peña Francia, en Deva, Gijón. El Comercio, 2 de septiembre de 1924
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