Revista África
A medio siglo de la independencia de la República Democrática del Congo, muchas son las deudas de EE.UU. y Occidente, y principalmente de su ex metrópoli, Bélgica, con el presente y futuro de ese país. No solo sigue en las garras del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, y sacudido por el saqueo de sus enormes riquezas minerales —el Congo fue catalogado alguna vez como un «escándalo geológico»—, sino que su historia tiene aún muchos lugares oscuros, como el asesinato de Patricio Lumumba, quien dedicó su vida a luchar contra la dominación neocolonial e imperialista.
Hace unos días los reyes belgas, Alberto II y Paola, visitaron la nación africana para participar en las celebraciones por el cincuentenario de la independencia, pero la discreta delegación no fue bien recibida por muchos quienes, ante un presumible acercamiento entre su país y la ex metrópoli, prefieren mantenerse cautelosos y alertas. Aún siguen abiertas las heridas de una de las más crueles colonizaciones en África, y es página muy reciente los intentos de Bélgica por entrometerse en los asuntos internos del país y desestabilizarlo una vez que fue independiente. También caldea la tensión la complicidad del país europeo en la muerte del ex primer ministro izquierdista Patricio Lumumba, el 17 de enero de 1961, a solo meses de la independencia.
Precisamente en estos días, los hijos del líder anticolonialista hicieron pública su denuncia de 12 funcionarios, policías y militares belgas sospechosos de haber estado implicados en el crimen. Los sospechosos estaban en Katanga (sudeste del Congo) en la fecha y lugar exacto donde el ex primer ministro congolés fue asesinado, tras ser trasladado hasta allí desde la ciudad de Léopoldville (Kinshasa, en la actualidad).
La denuncia penal se interpondrá por crímenes de guerra y el traslado ilegal de Lumumba a Elisabethville (capital de Katanga, hoy Lubumbashi), delitos que no prescriben incluso aunque hayan pasado 49 años, según declaró el abogado de los hijos de Lumumba, Cristophe Marchand.
La querella también tiene como basamento las averiguaciones de una investigación parlamentaria belga que en 2001 puso en evidencia la responsabilidad de algunos miembros del gobierno de Bruselas y otros belgas, aunque se limitó a no mencionar nombres. Tampoco en la nación europea se levantó un dedo para emprender un proceso judicial, por lo que el asesinato de Lumumba sigue impune. ¿Temor a que se revolviera el estercolero?
Hasta hoy muchas verdades han dejado de ser un secreto y ha quedado al descubierto la complicidad del gobierno belga y EE.UU. en los hechos: la financiación de la inestabilidad de la provincia de Katanga en un intento de levantar un fortín de contención del colonialismo belga en África, con el apoyo de la CIA; el reclutamiento de agentes del ejército y la policía como Joseph-Desiré Mobutu para desestabilizar al país; la orden de asesinar a Lumumba dada por el presidente norteamericano Eisenhower; la componenda de los medios de comunicación occidentales para desacreditar al primer ministro congolés y legitimar así la secesión; y más tarde el espaldarazo dado al dictador Mobutu Sese Seko, quien durante más de 30 años saqueó los recursos del país y amasó una enorme riqueza personal que ubicó en bancos del extranjero. Mucho más debe quedar escondido.
Las ideas del carismático ex ministro eran muy peligrosas para Washington y Bélgica porque más que la independencia del Congo (entonces Zaire), Lumumba buscaba romper con todas las ataduras neocoloniales.
La entrada de Lumumba en la escena política africana tuvo un especial seguimiento por parte de las agencias de espionaje de Estados Unidos. Era un momento muy sensible para el poder colonial, pues muchos países africanos estaban enfrascados en la lucha por la independencia y muchos de sus líderes pensaban en una alianza continental y con el resto del Sur para impulsar su desarrollo económico y social y alcanzar un mayor protagonismo en la arena internacional, una vez que lograran romper las cadenas de las metrópolis. El propio Lumumba, en uno de sus discursos, afirmó convencido que la independencia del Congo marcaba «un paso decisivo hacia la liberación de todo el continente africano».
También están las maniobras de política sucia del presidente Kennedy —sucesor de Eisenhower—, para socavar la lucha resistencia de los congoleses que buscaban vengar la muerte de Lumumba e imponer un gobierno proestadounidense. Este fue el presidente que recibió a Mobutu en mayo de 1963 para agradecerle su jugada en el caso Lumumba. Posteriormente, el siguiente inquilino de la Casa Blanca, Lyndon Johnson, se encargó de afincar mucho más un gobierno alineado a Washington, en el Congo.
Hoy, con su visita real a la República Democrática del Congo, Bélgica intenta mostrar su mejor sonrisa, decirle al gobierno de Kinshasa que es momento de pasar página y olvidar los horrores del pasado. Como cuando en 2001 intentó darse un lavado de cara, lo que mueve a Bruselas es su interés por reconciliarse completamente con su ex colonia, aunque algunos asuntos como el caso Lumumba quedan como una sombra difícil de borrar, sobre todo cuando la parte responsable juega al arrepentimiento sin asumir abiertamente sus culpas. Otros como Estados Unidos ni tan siquiera han reconocido su responsabilidad en tan triste página de la historia del Congo.
Por ello, los Lumumba siguen luchando para que el asesinato de su padre, otro de los tantos crímenes del imperialismo, no quede en el olvido.
*En la imagen, Patricio Lumumba.