Ayer (es un decir: hay que entender la expresión al modo luisiano) hablaba de José María Castellet, y de inmediato sentí que os debía estas líneas que hoy voy a dedicarle a una de las figuras que considero parte de mi patrimonio intelectual y estético, en tanto que persona vinculada a la editorial Seix Barral y lo que el proyecto tuvo de brillante realidad.
Y es que he estado leyendo Seductores, ilustrados y visionarios (Seis personajes en tiempos adversos).
Los personajes son Manuel Sacristán, Carlos Barral, Gabriel Ferrater, Joan Fuster, Alfonso Comín y Terenci Moix.
La narración de hechos (como tales hechos) no es lo que más me ha conmovido (igual no es esta la palabra, como tampoco lo es interesado; pero aquí escribo con rapidez, espontáneamente), dado que había leído un buen número de páginas memorialísticas sobre aquellos tiempos aventurados, firmadas por varios de sus protagonistas.
Lo que me prendió fue más el retrato personal de algunos de ellos, la selección de ciertos momentos decisivos (que Castellet vivió y compartió), reveladores del fondo personal.
La narración dedicada a Sacristán y su proceso de evolución ideológica es muy aguda, y además incluye cartas que el filósofo le enviaba a su amigo, por aquellos años (1950-51), recluido en un sanatorio de tuberculosos, en Puig d'Olena. Páginas memorables éstas, por cierto; páginas que dialogan con la más alta y mágica literatura sobre el tema, como podréis suponer.
Reveladoras son algunas instantáneas de Carlos Barral en torno a 1962 y su conflicto personal, y su necesidad de huir y el modo de sofocar tanta imposibilidad y el epílogo de 1972: "Huir, huir, todos lo hacíamos, siguiendo las pisadas del tiempo que huye de modo irreparable. Había que diferencias, sin embargo, a los que huían de la inexorabilidad del tiempo que pasa de los que huyen de sí mismos. Me miró. Tenía sueño y había bebido un poco más que yo. Dijo que sí y se tendió en la cama" (pág. 136).
En esa misma línea puntea Castallet un par de momentos en los que a Gabriel Ferrater empezó a entrarle el miedo. "miedo de perderse en el aeropuerto, miedo de enfrentarse a un trabajo de compromiso muy concreto, miedo de la posible soledad en Ginebra... Era el miedo que, como una constante, traduciría siempre su poesía, una de las mejores autobiografías que se han escrito nunca" (pág. 153).
Y recordé otras evocaciones de Gabriel Ferrater (y de aquellos años).
Sobresaliente es la de Félix de Azua en su novela Momentos decisivos (Anagrama, 2000), donde Azúa narra un periodo decisivo de nuestra historia, cuando amanecía "la barbarie de las imágenes" (o la sociedad del espectáculo, según los situacionistas, que también están por aquí) y algunos tomaron decisiones que nos seguirían amarrando durante un tiempo. Entre los personajes hisoricos, está Gabriel Ferrater, en una memorable escena que transcurre en la Plaza Real, cuando los poetas (Gimferrer incluído, llamado aquí Pere Comamala) son abordados por un par de grises:
Eran dos mozos altos y fornidos vestidos con pantalones lamentables que les quedaban cortos a la altura del tobillo y muy ceñidos en el culo. Miraban distraídamente pero sin perder detalle, con admirable profesionalidad. Por algún motivo uno de ellos se fijó en Gabriel, quizás en razón de las gafas oscuras que usaba incluso de noche. Los tres amigos habían callado y hacían esfuerzos para mirar hacia otro lugar. También en las mesas próximas se hizo el silencio. Era la ronda de las grandes alimañas y las dulces bestias rumiantes contenían la respiración.
Uno de los policías, adornado por un bigote mexicano de puntas caídas, se acercó a la mesa, metió los pulgares en el cinturón y se dirigió a Gabriel con un movimiento del mentón.
-Tú. Documentación.
El poeta Gabriel Vallverdú enderezó el cuerpo que había ido resbalando hacia el suelo y del que ya sólo apoyaba en el asiento el extremo de la rabadilla, y miró con expresión perfectamente ingenua al policía.
-¿Qué entiende usted por documentación, señor agente?
El segundo policía se colocó junto al compañero y dijo, 2déjamelo a mí".
La escena no ha acabaaún.
Es una invitación a la lectura de esta novela, así como también de "Historia de un iduiota contada por él mismo" (1986) y "Diario de un hombre humillado" (1987), espléndido díptico que acaba de reeditarse en un sólo volumen, dado que Félix de Azúa (también él como Ferrater, miembro del "legendario" comité de lectura de la editorial de Carlos Barral) y los escritores de su generación fueron "mis hermanos mayores", así que integran igualmente el mencionado patrimonio.Pero, volviendo a Gabriel Ferrater, aún he de recomendaros otra lectura: F (2003), la hermosa e inquietante novela en la que Justo Navarro nos entrega otros momentos decisivos, entre los cuales sobresalen aquellos en los que vemos al poeta, que en un café de la plaza Prim de Reushabía anunciado a su amigo Jaime Salinas la resolución de suicidarse a los cincuenta años ("edad a la que uno ya ha hecho todo lo que tenía que hacer")en esos instantes de ansia de purezao lo oímos expresar su convicción de que la literatura "no trata de la experiencia, sino de la inexperiencia con que nos acercamos a las personas" (pág.102).
Y podría seguir, claro, pero no se trata de poner más deberes...
P.S. Es Martin quien desde este otoño ilustra mis entradas del Blog. Aplausos, porfa!