Una mujer asesinada en un bar de La Habana, una joven violada en su propia casa, un suicidio a consecuencia del dolor por una pérdida tras una negligencia médica, las aventuras nocturnas de los hermanos Kennedy con el alcohol y una espía… Estos son algunos de los componentes que conforman la novela del escritor Paul Seaquist, Vuelo de rapiña (editorial Caligrama).
El autor muestra en cada uno de los dieciséis cuentos que se encuentran en su obra la cara más violenta y oscura del ser humano. En ellos, personajes que conviven en una cotidianidad a la que están acostumbrados se enfrentan a situaciones desconcertantes, impetuosas y atroces que irrumpen en sus vidas y terminan transformándolos del modo más cruel e inimaginable. De esta manera, Paul Seaquist expone una temática en la que la belleza es efímera y subjetiva y siempre da paso a la oscuridad que se encuentra presente, aunque no se es consciente de ella.
«Tengo la impresión de que muchas veces lo bello no le pertenece solamente a lo hermoso, sino a lo que, por regla tradicional, por lo general no lo es. No hay nada más horrible ni menos bello que lo brillante, que lo poco armónico, que lo exagerado. Es por eso por lo que tal vez trato de darle un espacio de belleza a lo que, si no, no lo tendría. Puede haber belleza en el desconcierto, en lo oscuro, de eso no tengo dudas».
Así, los personajes de esta novela destapan el interior más misterioso y sórdido de las personas y deambulan por las páginas del libro con libertad y, en muchos casos, con total impunidad. Estos personajes no solo son víctimas, sino también verdugos: desde asesinos, violadores o estafadores, la moral se ve invalidada y se da rienda suelta a los deseos más torcidos y a las acciones más impulsivas.
En Vuelo de rapiña, Paul Seaquist presenta un estilo desenfadado y conciso que rememora al lector a escritores de la talla de George V. Higgins, Luc Sante o Donald Ray Pollock, del que ha plasmado el uso de introducir personajes de unos relatos en otros.
Con una pluma más madura e íntima, el autor traslada al lector a una atmósfera cinematográfica, vertiginosa y envolvente, en la que le lleva a recorrer lugares en los que ha vivido y que conoce de memoria, como Madrid, La Habana o Berlín. Esta multiculturalidad se refleja también en algunos de los personajes de habla no hispana que aparecen en algunos de los cuentos.
«Creo que uno como escritor debe hablar solo de lo que sabe, de lo que ha vivido y ha experimentado cotidianamente. Yo conozco lo que es vivir en Berlín, lo he hecho desde hace casi veinte años. Conozco sus inviernos interminables y sus veranos pasajeros. La Habana es mi segundo hogar, sé cómo huele, y también cómo duele. En Santiago viví toda mi infancia, mi adolescencia. Yo soy Santiago. Y Madrid o España es donde paso gran parte de mi vida ahora. Creo poder contar esas ciudades, con mayor o menor certeza, con mayor o menor objetividad, pero puedo contarlas. No creo poder escribir un cuento sobre Sri Lanka, por ejemplo, no he navegado sus calles, ni he vivido sus amaneceres. No he reído en ella ni tampoco la he llorado. Los lugares deben transformarse en uno y uno en esos lugares. Luego, tal vez y solo tal vez, se pueden contar».
La tragedia en la que desembocan las situaciones que se viven en los relatos provoca en los lectores una sensación de compasión y horror para con las víctimas que las sufren. El escritor tiene la habilidad de conseguir que esa finalidad de la que hablaba Aristóteles, esa catarsis purificadora, se manifieste en las conciencias de todas aquellas personas que se asoman a estos cuentos y que, de algún modo, reaccionen ante ellos.
«Hay algunos cuentos que cuesta escribir más que otros. A veces cuestan por aspectos técnicos, otra por razones emocionales. Me parece que, de la colección, el que más me costó escribir emocionalmente fue “Cristales rotos”. Recuerdo haber llorado mientras le daba forma. Habla de pérdidas del alma. Luego, técnicamente, el que más me costó fue “Porvenir y Fonts”. Es un cuento largo y con bastantes voces. Además, son hechos relativamente verídicos, lo que presenta el desafío de la verisimilitud y de la objetividad. La niñita violentada, las locaciones, el nombre de esas calles o el padre borracho han sido de alguna manera parte de mí en algún momento de mi vida».
Paul Seaquist ofrece así, sin duda, una antología que arrebatará el aliento y que refleja, tristemente, algunas de las realidades presentes en la sociedad actual.
Vuelo de rapiña ya está disponible en las librerías para aquellos lectores amantes del lado desconocido y retorcido del ser humano.
Fuente Comunicae
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