Parece mentira pero después de varios cientos de entradas en el blog, aún quedan artistas de mucha relevancia dentro de las llamadas nuevas músicas que no han tenido la suya pese a haber sido mencionados en multitud de ocasiones cuando hemos hablado de otros artistas. Tal es el caso de Paul Winter, una de las mayores figuras del ámbito de la música “new age” en los años setenta y ochenta. Winter estudió piano, clarinete y saxofón, instrumento al que se dedicó al cien por cien desde el momento en que cayó en sus manos. Su primer amor fue el jazz pero enseguida se dejó llevar, como le ocurrió a muchos músicos de su generación, por la música brasileña, especialmente desde que, a mediados de los años sesenta, vivió un año en el país sudamericano. De hecho, sus primeros discos en solitario y con su primera formación, el Paul Winter Sextet, estuvieron centrados en los ritmos y melodías de Brasil.
A finales de la década, Winter reformó su grupo creando el Paul Winter Consort, una formación de verdadero lujo por la que pasaron algunos de los músicos más impresionantes del género y, de hecho, una banda tan importante como fue Oregon surgió a partir de la grabación de uno de los discos del Consort: “Icarus”, que es justo el trabajo que vamos a comentar hoy aquí. “Icarus” fue una gran apuesta del sello Epic. La banda de Winter había grabado ya tres discos para A&M y con este cuarto lanzamiento daban el salto a Epic donde iban a hacer un importante esfuerzo por liberar todo el potencial del grupo. El disco se iba a grabar en cinco estudios y tres ciudades diferentes e iba a contar con la producción, nada menos que de George Martin. El funcionamiento del Consort era totalmente democrático y también lo eran las aportaciones de sus miembros hasta el punto de que en muchas ocasiones, el propio Winter ni siquiera firmaba ninguna composición del disco en solitario como sí hacían otros integrantes. La alineación de la banda para “Icarus” era un verdadero lujo. Aparte de Winter, que tocaba el saxo soprano y aportaba voces en varios cortes, en el disco participan: Paul McCandless a los vientos, David Darling al violonchelo, Herb Bushler al bajo, Ralph Towner a las guitarras, piano y órgano y Colin Walcott, batería y percusión. Como invitados en temas puntuales aparecen Billy Cobhan, Milt Holland, Barry Altschul, Larry Atamanuik o Andrew Tracey.
“Icarus” - Abre el disco una composición de Ralph Towner introducida por el violonchelo de Darling que ejecuta una breve melodía que más tarde será replicada por Winter al saxo. El papel de Towner es el de mero acompañamiento a la guitarra mientras que es la sección rítmica, con un magnífico Colin Walcott la que gana protagonismo con el paso de los minutos. Una pieza preciosa que se hace muy corta y que contiene ya todas las claves del sonido del Paul Winter Consort.
“Ode to a Fillmore Dressing Room” - La única pieza del disco firmada por Darling comienza con una serie de diálogos a cargo de todo el grupo pero enseguida se centra en un dueto entre su violonchelo, (pulsado, no frotado) y el sitar de Walcott al que se une la guitarra de Towner. Es una composición reflexiva y muy profunda con elementos de jazz, world music y algunos detalles folkies muy logrados.
“The Silence of a Candle” - Volvemos a Towner en la única canción con texto del disco. El propio Ralph es el encargado de cantar (casi podríamos decir de entonar) acompañado por su piano y por un acertadísimo bajo a cargo de Herb Bushler en una balada de aire folk en la que apreciamos la sutileza del Consort con aportaciones instrumentales precisas y alejadas del exhibicionismo por parte de todos sus miembros.
“Sunwheel” - Entramos en territorios más rítmicos, aspecto en el que la banda se encuentra como pez en el agua. Es, quizá, la pieza más jazzística de todo el trabajo con el grupo sonando por momentos en la onda de jazz-fusión de la Mahavishnu Orchestra o de Weather Report, algo en lo que la presencia de Cobham seguro que tiene mucho que ver pese a que la composición la firme, una vez más, Ralph Towner.
“Juniper Bear” - Walcott aparece ahora como co-autor de la composición junto con Towner y se nota porque todo el peso de la misma lo lleva él al sitar, la tabla y demás percusiones exóticas. Towner, por su parte, se encarga de las guitarras que adoptan un tono rockero de carretera muy curioso en la parte final.
“Whole Earth Chant” - No es hasta el sexto corte del disco que vemos a Paul Winter acreditado como compositor de una pieza y ni siquiera es en solitario puesto que la firma con Walcott. Es un tema dominado por las percusiones y ritmos africanos en el que volvemos a escuchar al grupo en todo su esplendor, con un gran McCandless, un Winter protagonista y un Darling desatado. Junto a ellos, una sección rítmica arrolladora en la que vuelve a destacar Cobham. En la segunda parte de la pieza surge una melodía que se iba a convertir en un clásico imprescindible del Consort en el futuro y no es raro el concierto en el que el público termina cantándola junto con el grupo aunque se queda en un esbozo que enseguida se diluye en un final vibrante.
“All the Mornings Bring” - Los que conocimos a Paul McCandless por su etapa como uno de los músicos estrella del sello Windham Hill en donde era, no solo uno de los más destacados artistas en solitario sino también un apoyo imprescindible en las grabaciones de todo aquel compañero que se lo pedía, no tardamos en reconocer su impronta desde las primeras notas de esta pieza firmada por él. Una composición en su línea con toques de jazz-fusión que está entre nuestras favoritas del disco.
“Chehalis and Other Voices” - Ralph Towner se pone el traje del Miles Davis más misterioso para regalarnos una introducción fascinante que desemboca pronto en una demostración de sus habilidades a la guitarra. Una pieza enigmática con reminiscencias de “Sketches of Spain” y llena de vericuetos por los que perderse una y otra vez.
“Minuit” - Cierra el disco una adaptación de una pieza del poeta y músico guineano Keita Fodeba a cargo del propio Paul Winter. Una canción sencilla que crece con cada repetición del estribillo al que se unen poco a poco los miembros del grupo y algunos vocalistas invitados formando un precioso coro. Que nos despide lentamente.
Decíamos en la introducción que Paul Winter fue toda una institución en el ambiente de las nuevas músicas durante varias décadas y eso puede resultar chocante si reparamos en que en sus propios discos, como ocurre en el que nos ocupa hoy, su participación dista mucho de ser en un papel protagonista. Ni es el principal compositor, ni sus aportaciones instrumentales ocupan un papel destacado por encima de las de otros miembros del grupo. Sin embargo, su espíritu está presente en todas las piezas del mismo. Pese a que “Icarus” es un disco extraordinario (George Martin, productor nada menos que de los Beatles, llegó a afirmar que era la mejor grabación en la que había participado), el éxito masivo iba a llegar tiempo después. Primero en los ochenta con la incorporación de sonidos de animales a su música (ballenas y lobos, principalmente) y más tarde en los noventa y a raiz del Grammy obtenido por su disco en directo en España y las celebraciones anuales del solsticio de invierno que el Paul Winter Consort realizaba en la catedral de St.John the Divine.
Otra de las grandes aportaciones del Consort fue la extraordinaria calidad de todos los músicos que pasaron por él. Si ya la alineación de “Icarus” era impresionante, la lista de músicos que más tarde formaron parte de la banda lo es aún más: nombres como los de Glen Velez, Paul Halley, Russ Landau, Rhonda Larson, Glen Moore, Nancy Rumbel, Arto Tuncboyaciyan o Eugene Friesen figuran entre los más destacados artistas en solitario del género en las últimas décadas y todos ellos formaron parte en un momento u otro de la formación de Winter. Si no habéis tenido la ocasión de acercaros aún a la música del Paul Winter Consort, tenéis la posibilidad ahora de hacer un gran descubrimiento.