Unos enormes zapatos de charol, de color rojo y verde, esperan alumbrados por un tímido rayo de luz que entra en el salón de actos. Los preparativos están listos. 'Denguito' (Albert Grau) con su humor; 'Peshosho' (Moi Queralt) con su talento musical; 'Birutilla' (Christian Olivé) con sus malabares y 'Fufur' (Oriol Liñan) con sus trucos de magia.
El poder de la nariz roja ha llegado a Líbano de la mano de la ONG catalana 'Payasos sin Fronteras' para devolver la candidez, la ilusión y la sonrisa a miles de niños que viven la exclusión social, el trauma de la guerra y las difíciles condiciones en los campamentos de refugiados.
Winston Churchill decía que la primera víctima en la guerra es la verdad. Pero el camino nos recuerda que en una guerra, la primera víctima son los civiles. Las madres que pierden a sus hijos, sus maridos, las infancias robadas, el desamparo del saber que no existe futuro ni presente, el vacío de la pérdida, lo ido…El conflicto es sólo la punta del iceberg. Las cicatrices invisibles de la guerra se arrastran y dilatan en el tiempo.
'No se puede abandonar a los refugiados. Hay que venir, reír con ellos y contar lo que vivimos. Vine por el compromiso que siento y porque la risa es un bien necesario al que todos tenemos derecho', explica Denguito, el responsable de la expedición de Payasos sin Fronteras en el Líbano y añade: 'regresar a el Líbano es revivir el dolor y la injusticia, su esencia de lucha y resistencia, el valor de la dignidad como pueblo: la necesidad de creer en los sueños imposibles'.
Durante 20 días, el equipo de la nariz roja recorre las venas abiertas del país de los cedros con la ayuda del fotógrafo afincado en Beirut, David Xavier Guerrero, que durante estos días conduce y coordina las actuaciones. Las distancias se acotan subidos en una furgoneta, mientras el paisaje nos regala pequeñas pinceladas de lo que una vez fue llamada los “Alpes libaneses”.
Dar para recibir. La expedición de Payasos sin Fronteras en el Líbano busca dar apoyo emocional a la infancia desplazada de Palestina, Irak, y Siria a través de dinámicas de relación junto con las artes escénicas ya que los niños son la población más vulnerable.
'Son víctimas que sufren el legado de la Naqba y arrastran una herencia marcada por los estragos de la guerra', explica Samuel Rodriguez, coordinador y fotógrafo comprometido de Payasos sin Fronteras desde una conversación vía Skype. Por un momento los destinos se cruzan, sin importar la distancia. Durante unas semanas, Samuel ha estado participando en la expedición a Túnez.
Unos ágiles dedos se deslizan por los agujeros de la trompeta mientras los labios soplan el metal. El sonido de la trompeta da paso al resto de los payasos que, con andares desgarbados, caminan hacia el centro del improvisado escenario, un campo de fútbol que alberga a centenares de personas mientras tocan al unísono la guitarra y los timbales.
Nadie se quiere perder la actuación. Los vecinos usan las azoteas de las casas como púlpitos temporales rodeados por frágiles escaleras mientras el resto les envuelve en un emotivo círculo. El público infantil se muestra nervioso… todos quieren jugar con los instrumentos y ver a los payasos.
Los que han llegado tarde trepan y se asoman sobre los hombros de sus madres para poder ver el espectáculo. Se ha creado la magia que envuelve a un particular público de niños. El poder de la sonrisa hace olvidar por unos momentos la herencia que ha dejado tras de sí, la guerra.
La UNRWA data de 455,000 desplazados palestinos en Líbano y denuncia la precaria situación en la que viven. Ciudadanos de tercera, los refugiados palestinos tienen vetado el acceso a muchos trabajos así como el acceso a la ciudadanía, hecho que acota mucho sus derechos. Otra población fuertemente marcada por la guerra es la iraquí.
ACNUR contabiliza a 50.000 refugiados iraquís en Líbano. Al finalizar la actuación nadie quiere perderse conocer a los payasos. Las preguntas se suceden. El ir y venir de cámaras da paso a la eterna pregunta. Barça o Madrid? Los payasos levantan la vista al cielo… Christian, el virtuoso musical deja por un momento la guitarra y no se lo piensa dos veces y pregunta. 'pásame el balón, vamos a jugar un poco'.
Durante 20 días, el poder de la nariz roja ha difundido la sonrisa y el poder del sí a lo largo y ancho del país. Veinte días de esfuerzo y duro trabajo. La belleza humana que desprenden los payasos ha contagiado los testimonios olvidados de la sin razón de la guerra.
Pero por un momento son recordados, queridos y admirados. Las despedidas reflejan los lazos creados.
Debido al rítmo frenético de los payasos a veces se hace difícil poder encontrar un momento de calma. Las distancias y las numerosas actuaciones obligan al grupo a un constante movimiento, marcado por el poder de la nariz roja.
El cansancio acumulado no se puede ocultar. Las habitaciones del hotel se convierten en placenteros habitáculos donde poder reponer fuerzas y repasar lo vivido. Las risas, situaciones o los errores.
El cúmulo de experiencias y contrastes no les dejan indiferentes. Líbano es como un charco de agua en movimiento que refleja una sociedad marcada por la herencia de la guerra, la amalgama de religiones y los extremos contrastes que se repiten en cada esquina.
Amanece en el Valle de Chouf mientras el despertador recuerda las últimas horas de la expedición. El desayuno recoge las primeras pinceladas de lo que será el día entre cafés, tés, libros y legañas. Por unas horas, la amabilidad y hospitalidad de la franco libanesa Anabelle ha permitido que los payasos repongan un poco las fuerzas.
Las trompeta marca la sintonía de despedida al final del último show, pero los acordes seguirán sonando en la memoria de los niños hasta la próxima actuación. Es hora de recoger, pensar y buscar la ducha añorada. Oriol enciende su ipod desgastado por el trajín de cada viaje.
La música inunda de nuevo una diáfana habitación de hotel. Oriol contempla las últimas pinceladas del día tras la ventana mientras que el resto cae por el agotamiento. Cuesta mantener los ojos abiertos.