Revista Opinión

Paz Entre Gritos De Guerra

Publicado el 19 febrero 2019 por Carlosgu82

Sus ojos. Brillantes, grandes, fijos en el techo. El techo à duras penas se mantenía sujeto, y el suelo de cemento bajo su peso; duro y frío sin nada que ofrecer.

Boca arriba, el portador de aquellas negras pupilas, se deja mecer al compás del aire que juega en sus pulmones, arropado únicamente por la fina túnica que la oscuridad reinante le ofrecía.

Cierra los ojos rendido ante la paz, libre de la esclavitud que los inexplicables temores del día le causaban. Lejos del agarre que le proporcionaba el sufrimiento rutinario en que había caído su suerte.

Cierra los ojos para romper con las cadenas que lo ataban a su realidad. Y junto al aire soltado de entre sus labios secos y agarrotados arroja al exterior las penas crecidas en su interior y escupe el amargo sabor de la desesperación.

Cierra los ojos aislándose de la oscuridad pintada por sus semejantes para caer en otra mas negra pero infinitamente compasiva.

Los recuerdos, tras los párpados se apartan y no lo envuelven como un manto monstruoso como suelen hacer a la luz de las velas. No es que detestara la luminosidad, al contrario, prefiere crear la suya propia; infantil, pura, sin riesgo de apagarse. Encendida siempre, alimentada por sus pueriles ilusiones. A sus escasos suspirados años comprende que la luz que lo guiará por el sendero recto lejos de la destrucción, es aquella que él mismo mantendría viva.

Los ojos cerrados, los oídos atentos a sus latidos, agradecido ante su continuo golpeteo. Pero la angustia perseguidora es aquella que insiste en recordar al ser, su posible agonía. Siempre atenta aunque el consciente rendido se encuentre en las profundidades del sueño. Los párpados a orden desconocida se enfurecen y se cierran con fuerza interrumpiendo la tranquilidad momentos antes construida, preparándose para el asegurado golpe que vendría.

Los brillantes y grandes ojos se abren,no abandonan las felices imágenes que levantaron en su sueño aunque reflejen pánico, se quedan quietos, eso sí, y esperan temerosos. La estridencia y el temblor de las paredes no tardan, la cruel explosión siempre puntual para destruir todo lo que alcancen sus manos. Todo a excepción del corazón puro de los ojos inundados en lágrimas de espanto. Una persiguiendo a otra sobre la áspera piel marchita . No corren por la desgracia de quien las suelta, sino que, quien las deja libres lo hace agradecido de ver el fin del derrumbe sin que él sea su víctima.

La paz no se arranca de entre las manos de nadie que así no lo quiera, aunque esta haya sido forjada à base de un desgarrador suspiro soltado en medio de gritos de guerra.

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