Tras mostrales las principales encuestas sobre la intención de voto del electorado frente al proceso electoral presidencial 2011, me parece interesante que lean este artículo de título Concursos de belleza y encuestas de opinión, realizado por Jurgen SchÜldt, Profesor de la Universidad del Pacífico para La República:
En un célebre pasaje de su “Teoría General”, Keynes ironiza sobre la forma como la mayoría de inversionistas decide dónde asignar su dinero para maximizar ganancias. Para ese efecto alude a “esos concursos de los periódicos en que los concursantes tienen que seleccionar las seis caras más bonitas entre un centenar de fotografías, ganando el premio aquel competidor cuya selección corresponda más aproximadamente al promedio de las preferencias de los competidores en conjunto, de tal manera que cada concursante ha de elegir, no los semblantes que él mismo considere más bonitos, sino los que crea que serán más del agrado de los demás concursantes, todos los cuales observan el problema desde el mismo punto de vista”.
Ajustando algo abusivamente la metáfora al caso de las elecciones del 10 de abril, observamos que ya no son 6 de las 100 fotos entre las que debemos elegir, sino apenas entre 3 de los 11 concursantes a la Presidencia. Este trío de “caras bonitas” es el que se desprende del veredicto ciudadano recogido por Imasen, publicado por La República . No hay que olvidar que la mayoría se informa en los quioscos, observando las primeras planas de los diarios, lo que luego se multiplica boca a boca.
Y, en efecto, estaría decidido que el concurso de belleza para llegar a Palacio se dará entre el bloque continuista representado por Toledo-Castañeda-Fujimori. Si realizáramos una encuesta, se tendría que no menos del 80% dirá –si las elecciones fueran mañana– que votará por uno de ellos. En ese sentido, también nos comportamos como la mayoría de consumidores: eligen únicamente las marcas de bienes que son preferidas por los demás, aún en contra de sus propias preferencias. Se trata de los “bienes ciempiés”, como los denominan los microeconomistas. La otra cara de la moneda de esta “externalidad” viene dada por el conocido efecto del “voto perdido”, ya que muy pocos poseen un voto tan duro como para elegir a uno de los de la cola.
Estos efectos vienen reforzados por el hecho que los medios de comunicación y las instituciones que realizan debates o entrevistas eligen a sus invitados casi exclusivamente entre los primeros de las encuestas. En pocas palabras, sin mala fe alguna, las encuestas de opinión sesgan las preferencias de los ciudadanos, para bien o para mal. Será por eso que en otros países algunos partidos políticos se compran la simpatía de ellas, distrayéndolas para que cometan algún error involuntario de digitación.
Pero no nos apuremos. Aún faltan dos meses para el magno evento. Entre tantos cantos de sirenas, garapullos, promesas divinas y destapes muy humanos, los resultados aún pueden cambiar bastante, a pesar del efecto ciempiés. Con lo que llegamos a un tercer factor, relacionado con el principio de la “carrera de caballos, parada de borricos”, que nos dice lo que dice y, además, que los candidatos que más avanzan en las encuestas que se publican en las dos últimas semanas –aunque vengan de muy atrás– son los que tienen muchas posibilidades de llegar a la segunda vuelta.
¿Eliminamos a las encuestadoras? Equivaldría a botar al niño con el baño, cuando la solución es bastante más compleja, por no decir utópica: se necesitan crear las condiciones para que todos los candidatos tengan igualdad de oportunidades, tales como equidad en los medios de comunicación, así como en los presupuestos con que cuentan. Y, sobre todo, habría que darles a los ciudadanos la posibilidad de enterarse que no están asistiendo –por más divertido que sea– a un vodevil y que necesitan esforzarse bastante más para conocer a los candidatos y sus programas, para que no se limiten a ver sus fotos –en paneles, pantallas o encuestas– antes de votar en estos burlescos concursos de belleza.