Revista Cultura y Ocio

Pearl Harbor

Por Joaquintoledo

Pearl Harbor

Trasfondo

Cuando Estados Unidos ingresó al siglo XX, era ya considerada una potencia mundial. Se había convertido claramente en un país imperialista y su influencia hacia fines del siglo se extendía a zonas tan lejanas como Hawái y Filipinas.

Después de la Primera Guerra Mundial, salió fortalecido dejando una Europa devastada, débil y hambrienta. Llegado 1929 y como consecuencia del “crack”, los yanquis inician en el país la llamada “época de aislacionismo”, dejando a Europa y muchas otras economías dependientes en la ruina. Se cierran las fronteras, se cuidan los mercados internos. Más tarde Franklin D. Roosevelt crea el “New Deal” un plan político que buscaba reactivar la economía mediante salarios que beneficien el consumo, dicho salario obtenido de la construcción de grandes obras de arquitectura, así como autopistas y obras de reparación. Poco a poco la economía fue reactivándose. Casi al mismo tiempo, y al otro lado del mundo un país con casi la misma prosperidad y tampoco afectado por la guerra, mostraba una pujante economía. Nos estamos refiriendo a Japón.
Llegó entonces la década del treinta del siglo XX. Probablemente la problemática en la historia. Desde 1933 Hitler tenía el poder en Alemania, Mussolini hacia lo suyo en Italia, Stalin gobernaba en la Unión Soviética de modo despótico, y el Japón se afanaba en su agresiva política expansionista. Años más tarde, vendría el calentamiento al conflicto mundial a través de la Guerra Civil Española. A todo esto, sólo el continente americano parecía escaparse de semejante época de barbarie. En el caso específico de Estados Unidos, su gobierno trató de mantener una política pacífica contra los regímenes totalitarios aún cuando la guerra estalló en Europa finalmente en 1939. En diciembre de 1940 Roosevelt, propone la “Lend Pease” (ley de préstamo y arriendo), y aunque fue aprobada más tarde por el Congreso, estaba claro que los americanos se inclinaban a favor de los aliados, si bien la nueva “Act” contradecía mucho la “ley de neutralidad” de 1935. Como sea, los americanos ya habían decidido a que bando defender y su ingreso a la guerra era cuestión de tiempo, sólo faltaba la excusa perfecta, pues no sería Estados Unidos el primero en dar el golpe. La flota naval americana era por entonces la segunda en el mundo, después de Gran Bretaña.

Lamentablemente corría con la penosa necesidad de verse repartida entre dos océanos. Esto era preocupante, pues además de los submarinos alemanes que ya participaban en la Batalla del Atlántico, en el Pacífico se hallaba un terco y agresivo avance japonés en China y sus claras intensiones de extender sus dominios en el sudeste asiático. Esto forzó al gobierno de los Estados Unidos a interrumpir los suministros de petróleo definitivamente al país del Sol Naciente. Japón respondió movilizando su diplomacia mostrando ánimos de cooperar. Sin embargo la paz en Asia no llegaba y la agresión japonesa contra los chinos consternaba al mundo, cuando Hitler ya había arrasado Francia. Washington, como ya dijimos, inclinado a los aliados, finalmente no tiene más alternativa que detener a uno de las dos potencias del Eje. Eligió a Japón primero y el 26 de julio de 1941 el presidente Roosevelt congela todos los bienes nipones en Estados Unidos. Gran Bretaña y Holanda imitan dicha decisión en sus respectivos países. El principal y anhelado recurso de los japoneses era el petróleo que en un 90% importaban de América y de las Indias Holandesas.

Pearl Harbor

Japón corría el riesgo de quedar aislado y sobre todo desabastecido en su guerra. Estados Unidos sabía eso, por tanto, esperar un ataque era sólo cuestión de tiempo. Mientras tanto, el Primer Ministro japonés, príncipe Konoye, de tendencias pacifistas, es reemplazado por el general Tojo, de clara tendencia belicista, pues los militares nipones ya tenían planeada su guerra. Los americanos, fingiendo ingenuidad, trataron de llevar a cabo las negociaciones hasta el último momento; sin embargo se dedicaron a advertir a toda la “Pacific Fleet” que montara guardia en sus dominios. También se recurrió al espionaje y a la instalación de nuevos radares. Pese a todo eso los americanos también subestimaron a su par japonés, pues un ataque tan lejano como a Honolulu les parecía improbable. Tal vez, si bien las sospechas sobre una ofensiva o el ingreso a la guerra en sí eran incuestionables, el problema de Estados Unidos era no saber ni donde, ni cuando se produciría.

El día en que el gigante estadounidense se despertó

El ataque quedó fijado para el 7 de diciembre del año 1941, aunque para entonces en Tokio ya sería 8 de diciembre. Las semanas de noviembre de ese año fueron de intensas correrías ya que los espías japoneses fotografiaron el puerto y daban informes acerca de la posición y la permanencia de los barcos anclados. Como vemos Japón se aprestaba a dar un golpe rápido y eficiente que buscaba descalabrar los intereses americanos forzándolos a firmar un rápido armisticio. Sabían que esa era su única salida o perderían la guerra pues estaba claro que la maquinaria y la industria yanqui acabaría opacándolos. El “Imperio del sol naciente” sólo podría llevar a cabo una guerra a corto plazo por más grandes que fueran sus esfuerzos. Yamamoto estaría al mando de los acorazados que atacarían el sudoeste asiático, mientras que el almirante Nagumo tendría a su cargo el ataque a Pearl Harbor. Este último no conducía una fuerza compuesta por seis portaviones, entre ellos los modernos “Shokaku” y “Zuikaku”, dos acorazados, dos cruceros pesados, un crucero ligero, dieciséis destructores y tres submarinos. Además 423 aviones participarían en el combate. Los americanos por su parte tenían anclados 28 buques de guerra y dos aeródromos con algo así de 400 aviones. En cuanto a los portaviones, estos habían salido en una misión de apoyo a la isla de Wake y Midway, transportando algunos aviones. La ausencia de estos aeropuertos sobre las olas, llamados “Enterprise” y “Lexington” fue desalentadora para los japoneses; sin embargo, de igual modo creyeron que la destrucción del resto de la armada, incluyendo los ocho acorazados, valían la pena. Dichos cálculos fueron equivocados.

Los portaviones de Nagumo navegaban ya hacia Pearl Harbor desde el 22 de noviembre, habiendo zarpado desde las remotas islas Kuriles. Los aviones japoneses conformaban la fuerza aérea más poderosa del Pacífico y acaso una de las más modernas y jóvenes del mundo. Entre sus aeronaves se hallaba el excelente Mitsubishi “Zero”, mejor que cualquier caza aliado, y los “Aichi-Val”, aviones bombarderos en picado, además de los “Nakahima Kae”. Estos últimos eran muy especiales pues representaban la maquinaria aérea donde reposaba la esencia del ataque. En efecto los “Nakahima Kae” eran los principales aviones torpederos que tenían los nipones. El Capitán Fumio Aiko diseñó un nuevo torpedo, Torpedo tipo 91, que podía ser arrojado en aguas poco profundas, ideales para las del puerto en Hawái. Los técnicos de armas japoneses también produjeron bombas especiales de penetración de blindaje, al incorporar aletas en proyectiles navales de 14 y 15 pulgadas. Lanzadas desde 3000 metros, serían capaces de penetrar las cubiertas blindadas de los destructores y cruceros estadounidenses estacionados en Pearl Harbor.
Hasta ese momento la Inteligencia americana había demostrado ineptitud, pues la Armada Imperial había desaparecido y confundían a los americanos enviando mensajes fraude, por lo cual estos pensaron que el ataque sería en Filipinas o alguna otra parte del sudeste asiático. En efecto, así sería, pero no contaban con un ataque simultáneo en dos frentes.

La poderosa Armada Imperial se ubicó al norte de Pearl Harbor y el 7 de diciembre a las 6:15 a.m. se lanzó el primer ataque. Previamente todos los japoneses juraron fidelidad al emperador y a su bandera. Entusiastas, fervorosos y fanáticos emprendieron marcha a la misión que definiría el auge o la caída de su imperio. Cada uno reconocía su objetivo de antemano. La primera oleada constaba de 50 bombarderos con bombas ordinarias y otros 70 con torpedos, 51 bombarderos y 43 cazas Zero de escolta. La mañana era espléndida y apacible. Hasta el momento el servicio de inteligencia estadounidense negó la posibilidad de un ataque sobre Pearl Harbor y ningún barco de reconocimiento cercano dio algún tipo de alarma. Quedaba una única esperanza: el radar. Sin embargo cuando los yanquis observaron la enorme cantidad de puntos que el mismo detectaba aproximándose sólo creyeron que se trataba de una gran cantidad de “fortalezas volantes” que provenían del continente. Mucho se ha especulado al respecto, aduciendo que Norteamérica ya sólo esperaba el ataque para buscar el pretexto perfecto de entrar a la guerra a sabiendas de que casi el 80% del pueblo se encontraba en contra de ingresar en el conflicto europeo o asiático. Sea cual fuere el motivo real, los japoneses tuvieron bastante cabida para llevar a cabo sus planes. A la vista y paciencia de muchas personas de las islas hawaianas, los nipones lograron la sorpresa. A las 7:50 ya se podía ver la llanura central de la isla: la bahía de Pearl Harbor.

Los estadounidenses se hallaban tranquilos y realizando sus objetivos cotidianos un poco más tarde de lo acostumbrado, cuando de pronto las explosiones sacaron a todos de sus camas. Se habían dejado caer las primeras bombas y la mayoría de ellas alcanzó sus objetivos pues los japoneses conocían el puerto así como sus objetivos de antemano por fotografías. Cinco de los siete acorazados fueron alcanzados en los primeros minutos por fuego nipón, entre ellos el West Virginia, Arizona, Nevada, Oklahoma y el California. El Tennesse que se había escapado del ataque inicial fue “reventado” al igual que el Arizona, después de que bombas estallaran en su interior. Pese a eso los americanos lograron llegar a ciertas posiciones y abatir algunos aviones japoneses, si bien fue algo ridículo comparado con el de los japoneses. Después de los barcos anclados, los aviones nipones bombardearon los aeródromos inhabilitando la posibilidad de un contraataque. A las 8:25 se retiró la primera oleada de ataque dejando tras de sí un cuadro de llamas que se intensificaba cada vez más. La mayoría de buques como el California, el Raleigh, y el Arizona, o se hallaban en proceso de hundimiento o ya estaban al fondo del puerto. Este último se hundió con mil marinos en su interior.

La segunda oleada había despegado una hora después de la primera y constaba de 54 bombarderos, 80 bombarderos en picado, y 36 cazas, al mando del comandante Shimazaki. No fue tan exitosa y se halló con una resistencia relativamente reacia pues los americanos ya estaban advertidos. No obstante, el Pennsylvania fue averiado y el Nevada también. A las diez horas todo había acabado. El zumbido de los aviones pronto fue reemplazado por el de las llamas y los gritos de angustia de miles de hombres. El almirante Nagumo no consideró apropiado enviar una posible tercera oleada, el mismo día o al día siguiente, pues los norteamericanos, aunque débiles, se encontraban ya perfectamente advertidos, los objetivos principales habían sido alcanzados, por tanto una mayor pérdida de vidas era un procedimiento absurdo. Japón había perdido nueve cazas, quince bombarderos y cinco aviones de los 384 que intervinieran, además de cincuenta y cinco aviadores muertos, cinco mini-submarinos hundidos, nueve marinos muertos y uno capturado. Eso pues no representaba una amenaza para la maquinaria bélica japonesa. Los americanos por su parte perdieron 3.403 vidas, cinco acorazados fueron hundidos y otros tres dañados, tres cruceros hundidos, tres destructores hundidos, 188 aviones destruidos y 155 resultaron dañados o inutilizables. Las llamas y el fuego afectaron también los pueblos aledaños y algunos civiles resultaron perjudicados. El gigante se había despertado furioso.

Al día siguiente en un mensaje a la nación el presidente Franklin Delano Roosevelt le declara la guerra al Japón. Tres días más tarde Italia y Alemania, confiados en que Estados Unidos jamás podría llevar a cabo un ataque en dos frentes tan extensos y lejanos como Europa y Asia le declaran la guerra a los Estados Unidos de Norteamérica. A los yanquis les tomó cerca de seis meses recuperar su mermada flota, no obstante, por fortuna aún contaban con los portaviones, hecho decisivo que en 1942 aniquilaría la flota japonesa en la batalla de Midway. Lamentablemente los planes de Japón fueron mal previstos y no dieron los resultados esperados. El enorme potencial económico e industrial americano los arrollaría, además los mentados portaviones habían desplazado a los acorazados como unidad naval principal y determinante en tan vasto campo de operaciones. Los japoneses lucharon con honor por su país y su patria, lamentablemente su despótico modo de actuar fue aplastado por los occidentales enterrando sus sueños de “el nuevo orden oriental” para siempre.


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