Seguimos teniendo noticia de distintos problemillas que tienen las obras de Santiago Calatrava.
La última (por ahora) es que "Calatrava alerta del riesgo de que caiga la cubierta de L'Àgora".
Santiago Calatrava. L'Àgora. Valencia
Otra vez lo de siempre: Una obra faraónica que se empezó a hacer asumiendo que los costes serían monstruosos y acabó resultando que fueron muchísimo más monstruosos que lo que se dijo.
El harquitecto, que nunca se ha caracterizado por agachar las orejas y acobardarse, sino que, por el contrario, ante las dificultades ataca (lo que a mi juicio es su mayor virtud, si no la única), denuncia que la obra está sin terminar, que se han hecho cosas sin contar con él, que se está usando sin su consentimiento (¿eh?) y que para que esté en buenas condiciones de uso hay que gastarse otra porrada de dinero.
Desconozco si en su día el harquitecto hizo el correspondiente Certificado Final de Obra (se ve que no), y de qué forma ésta se recibió (odio el verbo "recepcionar", que es un monstrenco de "recibir"), pero os aseguro que yo he hecho un par de obras oficiales y que la burocracia del seguimiento de obra, certificaciones, informes mensuales hasta el certificado final y el acta de recepción es desesperantemente exhaustiva. ¿Qué pasa en estas obras? ¿Aquí no hay nada de eso? Supongo que se contrató a otro para que hiciera la faena de remate burocrático de la obra. No sé. Alguien debería explicar cómo se cuelan estas cosas.
Tampoco quiero pasar por alto la oportunidad de darle un palo al periodista que habla en el titular del riesgo de que se caiga la cubierta, y luego en el texto vemos que de lo que se trata es de que se le desprendan partes del recubrimiento. Hombre, no es lo mismo, pero ya en periodismo vale todo. Todo sea por el titular escandaloso. Tanto en arquitectura como en periodismo (como en todo) vivimos de la apariencia espectacular, y no del contenido.
Pero no era de eso de lo que quería hablar. Lo peor de lo peor es que ese edificio se encargó sin saber para qué.
De hecho, apenas se ha usado, y nadie encuentra destino ni ocupación para él.
Es decir, que se cierran alas oncológicas de los hospitales, se dejan de abrir bibliotecas en barrios de la periferia, se desatienden polideportivos y se encarga esta estrafalaria monstruosidad que no sólo cuesta el dinero que ni los valencianos ni los españoles tenemos, sino que exige, como un niño rico y malcriado, atención y gasto constante y eterno per secula seculorum.
Y la sociedad civil, democráticamente representada por sus eficaces, inteligentes y honrados políticos, asume (asumió en su día) estos despilfarros, estos despropósitos, estos pecados.
Porque ya no estamos hablando sólo de mejor o peor arquitectura. Estamos hablando de pecados. Estamos hablando de crímenes. Crímenes de lesa ciudadanía.
La empresa contratada para darle vidilla a estas instalaciones tiene que inventar ahora contenidos para ese mamotreto. (Recuerdo que durante años la única función de uno de sus pintorescos compañeros mamotréticos ha sido hacer un encuentro anual de internautas, que salían cada año en los noticiarios de la tele prácticamente tirados por el suelo, en una inmensa nave de veinte metros de altura). No hay quien encuentre contenidos para L'Àgora. Aparte de algún que otro mitin (¡anda, del PP!) ese monstruo no ha tenido nunca ninguna función, ninguna utilidad.
Es muy fácil estar en contra de la pena de muerte porque a veces se equivocan y ejecutan a un inocente. No, eso no vale. Contra eso está todo el mundo. Estar en contra de la pena de muerte es no querer que ejecuten al tío más malo del mundo, al más repugnante bicho del planeta.
De la misma manera, es fácil estar en contra de la arquitectura de Calatrava porque se le caen las piezas. Claro, eso es ya el colmo. Lo que hay que estar es en contra por los motivos que digo, aunque estuviera impoluta y primorosa.
Y que cada palo aguante su vela. Calatrava ya ha demostrado muchas veces que es muy mal profesional, que va dejando cagadas por todo el planeta porque no se estudia los proyectos, no los desarrolla, no los calcula. Hace dibujos muy atractivos (para quien le gusten) y sin ningún trabajo serio. Luego, que los construya quien pueda y que cuesten lo que cuesten, y encima llenos de pegotes de silicona, de chapones soldados y de remates improvisados.
Pero es que el pecado original es de los políticos, que tienen la obligación de administrar el dinero de los ciudadanos. Los políticos estiman cuánto dinero han de quitarnos a cada uno para, con todo ello, hacer obras públicas, dar servicios y buscar el bien común y la justicia social. Esa es su misión, incluso su sagrada misión, y si me parece perfectamente ético y plausible que me saquen los cuartos para con ellos abrir un centro de salud, comprar un autobús o incluso contratar a una banda de música o hacer un auditorio para escucharla, que los despilfarren en estas obras obscenas y nauseabundas es un pecado. Un horrible y cruel pecado.
Se baraja como una de las opciones la de derribar L'Àgora. El dinero gastado se daría por perdido definitivamente, pero al menos no habría que seguir gastando más y más dinero en rematar, reparar, mantener, volver a reparar, volver a rematar, volver a mantener, volver a... Y todo ello con el edificio cerrado por falta de uso. Porque no sirve para nada.
Sí, que lo derriben, y ya puestos que no paren ahí. Que sigan, que sigan derribando.
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