Revista Opinión

Pecado original

Publicado el 04 diciembre 2019 por Carlosgu82

Tal vez por unas lecciones que debo dar sobre Agustín de Hipona mi mente ha retornado al Génesis. No me gusta la interpretación de San Agustín sobre ese relato. Como un cortesano que defiende a su rey se esfuerza por justificar a Dios, por asegurar que el castigo por esa desobediencia -la pérdida de dominio sobre las pasiones, el sufrimiento y la muerte para todas las criaturas- no es excesivo, ya que era muy fácil para la primera pareja humana obedecer y la transgresión se hizo por pura soberbia. Era fácil permanecer en un estado de ignorancia, pero no era bueno y no creo que un creador hubiese querido eso para sus criaturas. Luego vinieron otros teólogos a discutir cómo el pecado original se podía transmitir. Santo Tomás, para quien Dios debe crear el alma de cada ser humano, nunca pudo explicar cómo un alma puede nacer caída. Tal vez convenga salirse por un momento de esa terrible relación desobediencia-culpa-caída-muerte. Veamos el mito como una alegoría. Aristóteles inicia su Metafísica con la célebre frase: Todos los hombres desean, por naturaleza, saber. La única manera de conocer la ciencia del bien y el mal es experimentándolos. Solo conocemos verdaderamente lo que hacemos, decía Juan Bautista Vico. Experimentamos el bien y el mal haciéndolos y recibiéndolos. El relato pone como primera reacción la vergüenza. La risa y la vergüenza son características exclusivamente humanas. Indican separación. Nos hace reír alguien que hace el ridículo porque pudimos ser él pero afortunadamente no lo somos. Nos ruboriza que alguien descubra que no somos lo que aparentamos y aparentar ante los otros es una muestra de nuestra debilidad, enseñamos una imagen porque no podemos mostrar al verdadero yo, de nuevo separación entre la imagen y la verdad. Conocemos el bien y el mal porque sabemos que somos incompletos, carentes de muchas cosas. Necesitamos oxígeno, alimentos, reconocimiento, afecto... Y competimos con otros por esos bienes. En esa lucha por completarnos aprendemos a conocernos. Sabemos si somos valientes o cobardes, generosos o egoístas. De nuestra incompletud nace nuestra ética. Si fuéramos completos, la moral sería innecesaria. Nadie necesitaría de nosotros, ni nosotros de nadie. Por eso en el Génesis Dios no expulsa a Adán y Eva como castigo por su desobediencia, sino para que no alarguen su mano al árbol de la vida y vivan para siempre. En ese punto la narración nos dice algo muy profundo que me parece que ni San Agustín ni Santo Tomás notaron. La expulsión no es un castigo. Si el hombre viviera para siempre volvería a ser completo y perdería la ciencia del bien y el mal. Sartre decía que la aspiración de toda persona es ser un en-sí para-sí. Un ser consciente pero completo, invulnerable, en suma, ser Dios. Pero eso es imposible, por eso el filósofo francés define al hombre como una pasión inútil. Pero tal vez no sea imposible, tal vez un día podamos comer del árbol de la vida, pero solo después de haber agotado el del conocimiento.

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