Lunes 15 de marzo, 20:00 horas. "Conciertos del Auditorio", Oviedo. Orquesta Gulbenkian de Lisboa, Angelika Kirschschlager (mezzo), Die Singphoniker (cuarteto vocal), Lawrence Foster (director). Obras de Liszt, Kurt Weill y Prokofiev.
Tras perderme el concierto ruso del sábado que todos mis habituales me han recordado esta tarde -gracias por echarme de menos-, hoy era día de demonios, infiernos y pecados.
Con una formación orquestal del país vecino que se mostró versátil, homogénea, afinada y volcada con su director y un programa cuyas concisas e inspiradas notas a cargo de Begoña Velasco nos centraron en el tema recurrente de la velada.
El Vals Mefisto nº 1 "Der Tanz in der Dorfschenke" S. 110/2 (El Baile en la taberna del pueblo) de Liszt nos presentó el "Fausto" de Lenau (1836) que el húngaro eligió para este vals estrenado en ese Weimar tan de Schiller y Goethe pero tan poco de Bach. Obra que presenta guiños variados a ese Mefisto dramático y sensual que sirvió de preparación a orquesta y público, más bien fríos, en el plato fuerte de la tarde.
No se suele programar mucho a Kurt Weill en nuestras orquestas, y encontrarnos nada menos que Los siete pecados capitales (Die sieben Todsünden) -1933- con texto de Bertolt Brecht, interpretados por un elenco tan equilibrado y excelente para esta obra, fue de auténtico orgullo.
El Prólogo Mefistofélico sonó profético para disfrutar de estos "pecados", en especial por la mezzo austriaca que fue una "Anna" perfecta para poner en escena, pues así resultó (pese a la ausencia del baile) esta opera ballet, vestida con una especie de clámide negra que dejaba un hombro desnudo cual diosa bajada del Olimpo para caer al Tártaro, y con esa cabellera rizada, lujuria para vista y oído poseedora de un registro vocal a medida del papel, con melodías cantadas con gula desde los tempi lentos hasta los Allegro giusto y unos recitativos realmente vehementes para un idioma tan "duro" como el alemán. La riqueza tímbrica que supone una orquestación sinfónica donde arpa, piano, guitarra, banjo y percusiones varias dan esas notas de "cabaret exquisito", me provocaron envidia, formación bien llevada por una batuta con experiencia que supo repartir protagonismo entre instrumentos y voces cuando así lo exigía la partitura.
Y es que el cuarteto vocal (Alfons Brandl, tenor; Henning Jensen, tenor; Michael Mantaj, barítono; Christian M. Schmidt, bajo) del afamado grupo Die Singphoniker, resultaron los perfectos acompañantes sin pereza ninguna, algo "opacos" en algún momento puntual, sobre todo por el color de voz del tenor primero, pero exquisitos en su parte "a capella", realmente con avaricia escénica más que vocal, y cierto odio por no tener el mismo peso que nuestra lujuriosa mezzo.
Un buen epílogo para la primera parte de esta irónica visión del pecado como falsa moralidad.
Para la segunda parte quedaba Prokofiev y su Sinfonía nº 3 "El Ángel de Fuego", en Do menor, Op. 44, obra poco programada y también "teatral" en tanto que ese personaje está relacionado con el diablo y con Fausto que luego utilizará en la ópera homónima, ambas obras llenas de multitud de aristas, misterios y angustias, puro y duro expresionismo que me evocó la pintura de Lucian Freud: empastes de timbres y armonías que pasan del guante de seda a la mayor aspereza, con el impulso motor del ritmo, maleable, con unas dinámicas bien controladas en las manos del director. El Moderato sonó especialmente lírico en todas las secciones y desde esa colocación vienesa que nos hace disfrutar de los violines segundos con más claridad que en la clásica, para acabar con tensión y dolor en los ostinati. Más reposado y jugoso de texturas resultó el Andante donde la orquesta logró su mayor homogeneidad, retomando protagonismo la cuerda en el Allegro agitato - Allegretto, un scherzo realmente difícil que completarían unos metales perfectamente ensamblados. Y para abrir el averno donde volvería nuestro "leit motiv de hoy", ese tutti siniesto del Andante mosso - Allegro moderato final con intentos de escaparse de lo sombrío cual redención fina que no llega.
Pero la propina haría de bálsamo, perdón divino cual negación a dejarnos partir "quemados", y qué mejor que la orquestación hecha por Debussy de la "comercial" Gymnopedie nº 1 de Erik Satie para disfrute de cuerda y oboe. Realmente sonó a "La paz sea con vosotros"... aunque nadie contestase "y con tu espíritu".