Revista Cultura y Ocio

Peces

Por Calvodemora
PecesAl principio hacerle fotos a peces muertos fue una ocurrencia sin propósito. Me agradaba esa quietud triste como de trofeo a la que luego se le pone tasa y se sirve en la mesa. Están los peces exhibiendo su dignidad ciega, tienen el cáncer en los ojos, miran con intención de sombra, lo que ven es una perversión de su memoria. No podemos saber nada, es una de esa tramas invisibles que ocupan el aire y lo vician y nos perturban. Morir es un contratiempo, una clausura de la luz, un desquicio del tiempo. No se alcanza a entender los motivos de la muerte, el libro cerrado de las horas, el pulso oxidado de los días. Lo que no hay es pudor. Se muere uno y lo exhiben toscamente. La muerte es tosca y es impúdica. Quienes la observan tienen un aplazamiento, se les ha concedido una pequeña dilación. La vida es un viaje del que no tenemos propiedad, da lo mismo ser pez que hombre. Es el mismo viaje y finaliza con idéntica brusquedad. No hay cese razonable, ninguno lo es. Uno querría no haber sido informado de la brevedad de la travesía, ir a ciegas, desavisado, no tener la presencia de las muerte de los otros, sea cercana y dolorosa o ajena y aséptica. Lo que tenemos es esa constatación brutal del presente, pero conforta no haber nacido pez o insecto, tener el refugio de la palabra. Tampoco sabemos si el pez, en su condición de criatura afásica, tendrá la fantasía del deseo de haber sido otra cosa o si en su intimidad invisible hay una trascendencia que el hombre cercenó a beneficio propio. No se les tiene a veces el afecto que se le dispensa a nuestros semejantes, no aplicamos piedad cuando acucia el hambre, pero duele verlos en la plancha con hielo de las pescaderías, duele su sencilla fragilidad fúnebre. Ahora está mi mujer pagando. El almuerzo de hoy tiene dedicatoria.Sábado 29 de septiembre, Mercado de Abastos de Cabra.

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