No hice daño a nadie. Si la policía llama a mi puerta, ya pensaré lo que hago. Como en la canción de los Clash, (dum-dum du-dum dum-dum du-dum), pensaré si voy con mis manos en la cabeza o en el gatillo de mi arma. Pero si el tipo real, ese tipo al que sólo yo, de los que participan (presente: aún no lo doy por finalizado), llega a conocer y a poner cara, si ese tipo aprovecha el tirón, o monta en cólera, o me acusa de ridiculizarlo o de aprovecharme de ese anonimato que da el plantarse en la acera de enfrente y observarle un tiempo, durante años, para penetrar en su intimidad y especular, no sólo yo, sino incitando a otros a hacerlo, sobre sus cosas, y su futuro, y si éste es halagüeño o no, entonces, no sé que le responderé. Quizás mencione nombres de personas que pedían ficción al precio que fuese, y de cuyas fauces colgaban, en forma de hilillos, hojas de novelas y de relatos cortos que nunca las saciaban. Por muchos ensayos y estudios sobre cosas reales que leamos, qué sabrosa y variada es la dieta basada en los productos de la imaginación humana.
Si fuera modesto, no escribiría aquí.
Si fuera modesto, no diría que Goldfrapp, que vende una mierda, es genial, y Sabina, que vende millones, es un idiota politoxicómano que se cree poeta o algo peor. O, ya puestos, es un penoso inspirador de karaokes para clientes de hotel al borde del coma etílico.
O sea: si fuera modesto, no alardearía de lo que ha pasado con el tema de Comida para reptiles, sino que escribiría prolongadísimas cartas de agradecimiento plagadas de elogios y de emocionadas palabras hacia los que se apuntaron al experimento.
Sí que soy lo bastante modesto como para apreciar, obvia y lógicamente, que el texto que menos me gusta es el mío propio, con ese final precipitado y brusco, brusquísimo como la puerta de una habitación sonando a las cuatro de la madrugada a puñetazos. Y con mi inestimable ventaja como agravante: la observación distraída, pero constante, en al menos los últimos cuatro años, de los personajes reales que inspiraron mi tema. Así que yo tenía mucho trecho recorrido de antemano: lo cual posiblemente acabe significando que mi imaginación no disponía de los estímulos necesarios para emplearse a tope, que funcionaba sesgada y mediatizada por una realidad: la del tipo con camisetas algo raídas y prominente calvicie, que muestra eterna cara de circunstancias, la de su novia, delgada, pequeña, que insiste en ataviarse con vestidos excesivamente ajustados, que empequeñecen su figura y le otorgan una imagen algo ridícula (agravada por sus andares a pasos cortos, nadie sabe si producto de una escasa gracia o del estrecho margen que le da la falda), como de muñeca de los años 60. Que cruzan, agarrados de la mano, la calle, nerviosos y algo inseguros, no cuando el semáforo se pone en verde sino cuando ven, al fondo, que ya no hay coches que aceleren enfilando hacia la zona alta de la ciudad. Saber eso, que era a priori una ventaja, ha sido un inconveniente, pues donde otros han escrito sobre papel en blanco yo lo he hecho sobre, casi, apuntes previos.
Ahora, visto que los que han participado, insisto, de momento (pues sé, repito, sé, que Talita y Pereira saldrán algún día con lo suyo), parecen haber disfrutado y que, encima, tenemos a un misterioso Villacresporker que se ha añadido (espero que no para suplir ninguna baja) con un excelente relato (que colgaré, lo juro, un día), y que Karina menciona haber expuesto el tema en cierto taller literario, pues, the ball is in your court: espero que alguien proponga algo de nuevo a lo que yo me sume sin la herencia genética que me condicionó en éste. Y que estuve a punto de repetir: andaba con tres temas a proponer, uno truculento y casi el reverso de la moneda de Comida para reptiles, otro, ingenuo pero ambicioso, y un tercero, que encontré brillante, que encontré audaz, hasta que una ráfaga de tramontana (poderoso viento de la zona en que vacacioné) decidió llevárselo de mi memoria, tan de raíz que no tengo el más leve recuerdo: ese tema cuelga de una rama de un pino o de un haya de los bosques de Girona esperando que algún paseante se lo encuentre y decida devolvérmelo.
Continuemos jugando, por favor.