Revista Cultura y Ocio

Pedro de Alcántara escribe a la Madre Teresa

Por Maria Jose Pérez González @BlogTeresa

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Pedro de Alcántara aparece con nombre propio en el Libro de la Vida, sin duda por su indiscutible prestigio espiritual, ya que Teresa apenas cita nombres de sus contemporáneos en un libro que pretendía ser lo más anónimo posible. Este ilustre franciscano  en 1554 obtuvo de la Santa Sede permiso para iniciar una observancia más fiel a la Regla, sobre todo en materia de pobreza.

Teresa lo conoció personalmente en 1560. Dirá que “era ya muy viejo” cuando ella lo conoció, aunque solo tenía 61 años. Hizo del fraile la famosa descripción: parecía “hecho de raíces de árboles”. El encuentro fue en casa de doña Guiomar, lugar al que Pedro de Alcántara acudió para concretar una fundación que iba a realizar en Aldea de Palo. Teresa encontró en él un hombre que hablaba “por experiencia”, y con el que enseguida conectó. Él le confirmó a la Madre el carácter divino de sus experiencias interiores, con lo que serenó su espíritu: «Dejóme con grandísimo consuelo y contento y con que tuviese oración con seguridad y que no dudase de que era de Dios» (V 30, 7).

Con ocasión de la fundación de San José de Ávila, Teresa consulta a Pedro de Alcántara sobre si ha de fundar con renta (como le aconsejaba el dominico Pedro Ibáñez) o si debe renunciar a ella para significar con mayor vigor la pobreza evangélica (Cf V 32, 13). Este le escribirá una enérgica carta haciendo una apología de la pobreza y que en temas de espíritu no busque «parecer de letrados». Así lo hizo la santa esta vez. Más adelante, fue flexible con este tema, y sobre todo, nunca dejó de pedir consejo a letrados, porque le daban seguridad, por su conocimiento de la Sagrada Escritura.

Carta de Pedro de Alcantara
Annales Minorum XIX, pp. 340–341

A la muy magnífica y religiosísima doña Teresa de Ahumada, que nuestro Señor haga santa.

El Espíritu Santo hincha el alma de vuestra merced.

Una suya vi, que me enseñó el señor Gonzalo de Aranda; y cierto que me espanté que vuestra merced ponía en parecer de letrados lo que no es de su facultad; porque si fuera cosa de pleitos o caso de conciencia, bien era tomar parecer de juristas y teólogos; mas en la perfección de la vida, no se ha de tratar sino con los que la viven: porque no tiene ordinariamente uno más conciencia ni buen sentimiento de cuanto bien obra; y en los consejos evangélicos, no hay que tomar parecer, si será bien seguirlos o no, o si son observables o no, porque es ramo de infidelidad. Porque el consejo de Dios no puede dejar de ser bueno, ni es dificultoso de guardar, si no es a los incrédulos y a los que fían poco de Dios, y a los que se gobiernan por prudencia humana; porque el que dio el consejo dará el remedio, pues que lo puede dar.

No hay algún hombre bueno que dé consejo, que no quiera que salga bueno, aunque de nuestra naturaleza seamos malos; ¡cuánto más el soberanamente bueno y poderoso quiere y puede que sus consejos valgan a quien los siguiere! Si vuestra merced quisiera seguir el consejo de Jesucristo de mayor perfección en materias de pobreza, sígalo; porque no se dio más a hombres que a mujeres, y él hará que le vaya muy bien, como ha ido a todos los que le han seguido. Y si quiere tomar consejo de letrados sin espíritu, busque harta renta, a ver si le valen ellos y ella, más que el carecer de ella, por seguir el consejo de Cristo. Que si vemos falta en monasterios de mujeres pobres, es porque son pobres contra su voluntad y por no poder más, y no por seguir el consejo de Cristo; que yo no alabo simplemente la pobreza, sino la sufrida con paciencia por amor de Cristo nuestro Señor, y mucho más la deseada, procurada y abrazada por su amor; porque, si yo otra cosa sintiese o tuviese con determinación, no me tendría por seguro en la fe.

Yo creo en esto y en todo a Cristo Señor nuestro; y creo firmemente que sus consejos son buenos, como consejos de Dios. Y creo que aunque no obliguen a pecado, que obligan a un hombre a ser más perfecto siguiéndolos que no los siguiendo. Digo que le obligan, que lo hacen más perfecto a lo menos en esto, y más santo y más agradable a Dios. Tengo por bienaventurados, como Su Majestad lo dice, a los pobres de espíritu, que son los pobres de voluntad; y téngolo visto, aunque creo más a Dios que a mi experiencia; y que los que son de todo corazón pobres, con la gracia del Señor, viven vida bienaventurada, como en esta vida la viven los que aman, confían y esperan en Dios.

Su Majestad dé a vuestra merced luz para que entienda estas verdades y las obre. No crea a los que la dijeren lo contrario por falta de luz, o por incredulidad, o por no haber gustado cuán suave es el Señor a los que le temen y aman, y renuncian por su amor todas las cosas del mundo no necesarias, para su mayor gloria; porque son enemigos de llevar la cruz de Cristo y no creen la gloria que después de ella se sigue.

Y asimismo dé la luz a vuestra merced para que en verdades tan manifiestas no vacile ni tome pareceres, sino de seguidores de los consejos de Cristo, que, aunque los demás se salven si guardan lo que son obligados, comúnmente no tienen luz para más de lo que obran; y aunque su consejo sea bueno, mejor es el de Cristo Señor nuestro, que sabe lo que aconseja y da favor para cumplirlo, y da al fin, el pago a los que confían en él y no en las cosas de la tierra.


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