Pedro González de Mendoza era el quinto hijo del primer marqués de Santillana, Íñigo López de Mendoza, y de Catalina de Figueroa, nace en Guadalajara el 3 de mayo de 1428 en el reinado de Juan II de Castilla. Su infancia transcurre en Guadalajara y en 1442 se traslada a Toledo a estudiar y después a Salamanca, doctorándose en Derecho Civil y Eclesiástico. A sus 24 años de edad entra en la corte de Juan II, donde el rey estará encantado con él por su carácter, su educación y su personalidad.
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Le nombra obispo de Calahorra y de Santo Domingo de la Calzada. Pocos años después muere Juan II, pero continúa en la corte de su sucesor Enrique IV, a quien acompañará en la guerra de Granada. Durante ese año se celebra la boda de Enrique IV de Castilla con la princesa Juana de Portugal en Córdoba. Durante la boda el joven Pedro González conoce a una dama del séquito de Juana llamada Mencía de Lemos, que va a ser la compañera sentimental de su vida. A partir de la boda de Beltrán de la Cueva en 1460 con Mencía de Mendoza, hija de su hermano Diego Hurtado de Mendoza, segundo marqués de Santillana y, por tanto, sobrina de Pedro González, comienza su relación llevándola a su fortaleza de Manzanares. De su relación nacieron Rodrigo y Diego, que en su día llegarán a ser el marqués de Zenete y el conde de Mélito respectivamente.
Pedro González de Mendoza, el tercer Rey de España
La contribución de Pedro González de Mendoza a la formación de la España de finales del siglo xv fue decisiva, no solamente en el terreno político, militar y religioso, sino también en el artístico y cultural. Sirvió a tres reyes, desde Juan II a los Reyes Católicos, y siempre fue un fiel servidor de la corona, junto con el resto de los miembros de la familia Mendoza. Llegó a ser considerado como el tercer rey de España.
Lo que más llama la atención de este personaje es que era muy diferente a los otros dignatarios que habían acompañado a los reyes y que siempre habían actuado movidos por intereses personales y familiares, postergando los de la corona. Actuó en todo momento de forma fiel y cabal ofreciendo las mejores soluciones y consejos para el bien de la corona, lo que a lo largo de sus años de servicio fue generosamente reconocido por los reyes. Por otro lado, también fueron ejemplares las relaciones que existieron en la familia Mendoza, en el sentido de que estaban muy unidos y no hubo conflictos entre sus miembros. Pedro, al ser el quinto hijo de la familia de Íñigo López de Mendoza, no heredó el título de marqués de Santillana.
A pesar de ello, la colaboración entre los hermanos y su ayuda mutua forjaron el poderoso clan Mendoza frente al resto de la alta nobleza dentro de la jerarquía de poder de la corona. En 1452 comienza su carrera eclesiástica cuando es nombrado obispo de Calahorra y de Santo Domingo de la Calzada con 24 años de edad. Entra en la corte de Juan II y desde entonces hasta su muerte formará parte de la corona de Castilla como fiel servidor. Después de la muerte de su padre encabeza la poderosa familia de los Mendoza y ofrece apoyo a la corona con su poderío militar y económico. Aunque el privado en el reinado de Enrique IV fue Juan Pacheco, el marqués de Villena, Mendoza estuvo al lado del rey velando por los intereses de la corona dentro de sus posibilidades.
En 1460 Pacheco, utilizando su poder y aprovechando su posición de privilegio, quizá para molestar a Mendoza, se apodera de Guadalajara, dominio del hermano de Pedro González, Diego Hurtado de Mendoza, segundo marqués de Santillana. Sus hermanos tuvieron que huir a Sigüenza, donde Pedro era obispo. Pacheco manejaba al rey Enrique a su antojo, enriqueciéndose de manera escandalosa. El rey no se oponía, por lo menos aparentemente, y fue perdiendo cada vez más el poder real ya que los hermanos Pacheco y Girón saqueaban continuamente el patrimonio de la corona y controlaban cada vez más territorios y villas, con el consiguiente aumento de su riqueza. Mendoza fue la persona que vivió esa situación desastrosa en la corte y entabló amistad con el monarca, quien pensó en sustituir al privado Pacheco.
Enrique IV nombra a Beltrán nuevo privado y destituye a Pacheco en 1463 por recomendación de Pedro González de Mendoza. Beltrán de la Cueva, que ya servía en la corte como paje, era yerno de Diego Hurtado de Mendoza, hermano de Pedro. En 1464 el rey nombra a Beltrán maestre de Santiago, lo que provoca en Pacheco y otros nobles su total desacuerdo. En 1465, como represalia, Pacheco organiza la famosa farsa de Ávila, donde se nombra a Alfonso, el hermanastro de Enrique IV, nuevo rey de Castilla y se forma una alianza de nobles rebeldes en contra del monarca.
En 1462 nace Juana, llamada la Beltraneja por suponer que su verdadero padre no era Enrique IV, sino Beltrán de la Cueva. En Aragón Carlos de Viana fue preso por su padre Juan II de Aragón y posteriormente se produce la muerte sospechosa del príncipe Carlos en Barcelona. Los barceloneses, indignados, ofrecen el título de rey a Enrique IV de Castilla para expulsar a Juan II de Aragón de Cataluña, aunque Enrique IV no lo acepta para evitar el conflicto con Aragón tras la entrevista mantenida con Luis XI de Francia en San Juan de Luz y Fuenterrabía. Pedro González acompaña al rey a la entrevista. También se modifica el Consejo, sustituyendo las figuras de Pacheco y de Carrillo por las de Beltrán y Mendoza. En esa situación casi de guerra civil entre los dos bandos irreconciliables, cada uno con su propio rey, Pacheco, con su hábil maniobra de negociación, consigue convencer a Enrique IV para quitar el título de maestre de Santiago a Beltrán quedándoselo él y nombrar al príncipe Alfonso sucesor al trono.
Pedro González estuvo al lado del rey en todo momento. En 1467 se produce la batalla de Olmedo del partido realista de Enrique IV contra las tropas del bando que apoyaba a Alfonso. No hubo una clara victoria para ninguno de los bandos ni tampoco choques militares serios, pero pudo haber sido una gran victoria de Enrique IV si hubiera actuado de forma contundente. Como otras veces, el rey actuó de forma indecisa y la guerra terminó sin más consecuencia que una escaramuza. En el mismo año, Pedro González fue nombrado obispo de Sigüenza.
En 1468, debido a la muerte repentina de Alfonso XII en Cardeñosa (Ávila), surge la figura de su hermana Isabel como sucesora de Enrique IV. Se acuerda en Guisando un tratado entre el rey Enrique y la infanta Isabel para proclamar a Isabel princesa de Asturias y heredera del trono, lo que no le pareció bien a Pedro González, que tenía bajo su custodia a la hija del rey, Juana la Beltraneja, en su fortaleza de Buitrago. Él mismo guardaba la frontera aragonesa para evitar la entrada del príncipe Fernando, ya que se rumoreaba que iba a casarse con Isabel. Como es lógico, la familia Mendoza defendía la causa de Juana como heredera y estaba en contra de la causa de Alfonso y de Isabel. En 1469 el rey Enrique, junto con el marqués de Villena y Pedro González, viaja a Andalucía para sofocar la rebeldía de los caballeros andaluces. Mientras tanto, el 19 de octubre del mismo año se celebra la boda de Isabel y Fernando en Valladolid sin el conocimiento ni el consentimiento real. Ante la noticia el rey declara la nulidad del Tratado de los Toros de Guisando y nombra a su hija Juana princesa heredera. Pedro González, Fonseca y Villena se reúnen en Coca y en El Paular con el embajador francés para la preparación de la boda de Juana con el príncipe francés el duque de Guyena.
La princesa Juana pasa de la custodia de Mendoza a la de Villena, quien vuelve a ser el privado real, esta vez aún con más influencia, ya que casi reinaba en nombre del rey sin contar con su consentimiento. Desde entonces la actitud de Pedro González cambia a favor de Isabel y Fernando. En 1471 muere el papa Paulo II, amigo de Enrique IV, y le sustituye Sixto IV, que envía a la Península al cardenal Rodrigo Borja con el propósito de recibir el apoyo de los reinos peninsulares en la causa contra la amenaza turca. El cardenal Borja, de origen valenciano y por lo tanto vasallo de la Corona de Aragón, viene con una misión solicitada por Juan II de Aragón, que intentaba ayudar a su hijo Fernando y a su nuera Isabel para que fueran legitimados como reyes de Castilla, ya que no había recibido la bula para el reconocimiento de la legalidad matrimonial. Rodrigo trae la bula papal y también el nombramiento de cardenal para Pedro González de Mendoza, convenciendo a este para que apoyara a Isabel y a Fernando en contra del bando de Juana.
En 1472 Pedro González de Mendoza es nombrado cardenal de España y pasa, junto con sus hermanos, al bando de Isabel. Con esta incorporación la suerte se inclina hacia el matrimonio de Isabel y Fernando, ya que aunque el poderoso marqués de Villena y Alonso Carrillo, el arzobispo de Toledo, contaban con un importante número de nobles que seguían apoyando la causa de Juana la Beltraneja, un clan tan fuerte como la familia Mendoza resultó decisivo para el bando isabelino. Entre 1473 y 1474 sucede la muerte de Fonseca, el arzobispo de Sevilla, y Pedro González se hace cargo del arzobispado sevillano. El 14 de octubre muere el marqués de Villena. Pedro González trata con el rey Enrique sobre la sucesión al trono de Isabel y se convocan Cortes en Segovia, lo que produce el malestar de Carrillo, que apoyaba a Juana. Pero las Cortes no se llegaron a celebrar y el 11 de diciembre muere Enrique IV sin haber solucionado el asunto de la sucesión. Isabel se corona en Segovia reina de Castilla. Pedro González acude a la coronación mientras el bando juanista prepara la guerra civil nombrando reina a Juana la Beltraneja.
Alonso Carrillo organiza la boda de Juana con Alfonso V de Portugal, hermano de la madre de Juana y por tanto tío de la novia. Se celebra la boda en Plasencia, se proclaman reyes de Castilla y entran los ejércitos portugueses apoyados por las tropas del bando juanista. Comienza la guerra civil entre las fuerzas isabelinas y las juanistas con la intervención de Portugal. El ejército portugués ocupa Toro y Zamora mientras en el bando isabelino Fernando toma el mando para luchar contra el invasor, pero no puede organizar un ejército disciplinado con la suma de varias facciones enemigas de la nobleza que no se entendían desde un principio, por lo que fracasa en su intento de detener el avance de Portugal. Fernando recibe ayuda del ejército aragonés enviado por su padre, a cuyo mando viene su hermanastro Alfonso de Aragón. Mientras tanto, el ejército portugués avanza hasta Burgos y conquista varias villas importantes de Castilla.
Pedro González se pone al frente del ejército castellano junto con Fernando y juega un papel importante en la estrategia de la guerra. Después del primer fracaso, Fernando vuelve al ataque con la ayuda de Alfonso de Aragón y esta vez consigue expulsar al ejército portugués de Toro y de Zamora. Ante la retirada hacia la frontera portuguesa de los portugueses, que solicitaron una tregua, Pedro González aconseja no aceptarla y recomienda la persecución de los enemigos. Alonso Carrillo, el arzobispo de Toledo, estaba detrás aconsejando al ejército portugués que solicitara la tregua, pero el veterano guerrero Pedro González rechaza el trato para terminar de dar un golpe definitivo en el grueso del ejército enemigo que huía. Fernando siguió la recomendación de su mentor y hombre de confianza, con lo que prácticamente ganó la guerra en su totalidad. El triunfo del cardenal fue reconocido en el seno del mando isabelino. El destino de Castilla se había decidido con el triunfo de la batalla de Toro.
En 1476 se celebran por primera vez las Cortes en Madrigal de las Altas Torres, reuniendo a altas personalidades de la corona y poniendo las bases del nuevo reinado de Isabel y Fernando, principalmente aumentando el poder regio para el mejor control de la caótica sociedad, casi en ruinas. El establecimiento de la Santa Hermandad, salido de las Cortes de Madrigal, fue la puesta en marcha de la política de los Reyes en la gobernación de Castilla, ya que hasta entonces la nobleza había ejercido su poder en contra de la corona y había dejado el reino sumido en la anarquía. Una vez asentado el modelo del reinado de los Reyes, comienza la etapa de la pacificación de los territorios rebeldes, tales como Extremadura y Andalucía.
En 1477 Pedro González acompaña a la reina Isabel en ese viaje de pacificación mientras Fernando termina de apagar los focos rebeldes ayudados por el ejército portugués en la zona fronteriza, que aún mantenían algunas fortalezas en contra del bando isabelino. En 1478 la reina da a luz a su primer hijo varón, Juan, en Sevilla. Fue bautizado por Pedro González, que era arzobispo de Sevilla y cardenal. Extremadura y Andalucía pasan a engrosar el territorio de la corona después del triunfo de la política pacificadora de la reina, acompañada por Pedro González. Destacados personajes, como el duque de Medinasidonia y el marqués de Cádiz, se convierten en fieles vasallos, quedando solo el reino de Granada como el último territorio pendiente de conquistar. En el mismo año se crea el Tribunal de la Inquisición por la concesión de la bula en noviembre de 1478 y Pedro González se hace cargo de la preparación de los documentos para la instauración de la Inquisición.
En 1479 Alfonso V de Portugal vuelve a entrar por la frontera ayudado por Alonso Carrillo y por los nobles rebeldes castellanos partidarios de Juana la Beltraneja, pero fracasa de nuevo en su intento de invasión, por lo que abandona definitivamente la idea de convertirse en el rey consorte de Castilla y da por finalizada la guerra que había pretendido ganar a favor de su sobrina y esposa Juana. En el mismo año muere Juan II de Aragón, el padre de Fernando, por lo que este se convierte en el nuevo rey de Aragón. Tras las celebradas en Madrigal en 1476, en 1480 se celebran las Cortes en Toledo. De las Cortes de Toledo sale reforzado el poder de los reyes Isabel y Fernando por la pacificación de los territorios anteriormente dominados por la nobleza (prácticamente ya inexistentes) y la recuperación de gran parte del patrimonio real, siguiendo la recomendación de Pedro González. Las villas y ciudades que sus antecesores Enrique IV y Juan II, el hermanastro y el padre de Isabel, habían otorgado a la nobleza a cambio de que se mantuviera sumisa y obediente a la corona, clara muestra de su debilidad ante las amenazas de la nobleza rebelde (sobre todo del marqués de Villena Juan Pacheco, el privado del rey, y de sus familiares y amigos), se recuperan y vuelven al patrimonio de los nuevos soberanos Isabel y Fernando. La posición de Pedro González al lado de los Reyes es más fuerte y está más consolidada que con los anteriores reyes, ya que tanto Isabel como Fernando no necesitaban de un privado para gobernar, sino de un consejero asesor de máxima confianza con poder militar y religioso demostrado. Pedro González era la persona que reunía esas condiciones.
La última guerra contra el ejército portugués y la pacificación del territorio rebelde demostró la valía de Pedro González, y todos reconocían el importante papel del cardenal en los asuntos del reino. Su postura fue sincera y humilde, y, a pesar de su poder militar por ser cardenal de España, nunca hizo nada que perjudicara a la corona y a la figura de sus superiores. Fue considerado como un tercer rey, pero no albergó ninguna ambición personal, sino que ofreció siempre su apoyo total a Isabel y a Fernando. La familia Mendoza en su conjunto también estuvo con Pedro González ayudándole en todo momento para que cumpliera su deber como consejero y fiel defensor de la corona. Los Reyes no tomaban decisión alguna sin antes consultar con el cardenal. En 1481 acompaña a Isabel y a Fernando en el viaje a Aragón, Valencia y Cataluña, junto con sus sobrinos Diego y Pedro Hurtado de Mendoza, hijos de Íñigo, el conde de Tendilla. En 1482 muere el polémico Alonso Carrillo, a los 60 años de edad, después de treinta y siete años ejerciendo como arzobispo de Toledo. Los Reyes solicitan al papa la bula del nombramiento de Pedro González para la silla toledana y obtienen la concesión. Ahora Pedro González es cardenal de España (será conocido como el Gran Cardenal) y arzobispo de Toledo, además de ser la persona más influyente dentro del reino de Castilla después de los Reyes.
En el mismo año nace María, hija de los Reyes. Con dos años de retraso el nuevo arzobispo de Toledo hizo su entrada en la capital toledana junto a la reina, a pesar de que Isabel había propuesto que Pedro González entrase solo para conseguir mayor protagonismo. El arzobispo rechazó el ofrecimiento y entraron juntos. Otra demostración de la actitud siempre humilde de Pedro. Sus ingresos ya superaban los 68 000 florines de oro, cantidad superior a la del gran maestre de Santiago y a la del condestable de Castilla. En 1484 viaja a Santo Domingo de la Calzada acompañando a la reina para resolver los asuntos del condado de Vizcaya y Guipúzcoa. También se encarga de los preparativos de la boda del príncipe Juan con la reina de Navarra, aunque finalmente la boda fue rechazada por parte de la princesa madre de la soberana, que estaba emparentada con Carlos VIII de Francia. En ese año muere el papa Sixto IV y le sucede Inocencio VIII. En 1485 la familia real se traslada a la villa de Alcalá de Henares, lugar del primado de la diócesis de Toledo, donde nace la infanta Catalina en el mes de diciembre. Ya en plena guerra de Granada, en 1486, se celebra el primer sínodo diocesano después del viaje a Galicia de Pedro González acompañando a los Reyes. Se producen importantes avances en la guerra de Granada: toma de Íllora, Loja, Vélez Málaga y Málaga. Pedro González convierte las tres mezquitas de Alhama en iglesias católicas, las primeras de la tierra reconquistada, con el dinero aportado por la Iglesia. En Córdoba la reina, por la ausencia del rey, reúne a numerosas personalidades de la alta nobleza para la causa de la guerra y nombra a Pedro González capitán general.
En 1488 va a Zaragoza para establecer allí la Santa Hermandad. En 1489 la reina y Pedro González cercan Baza (Jaén), pero los moros ofrecen una dura resistencia durante seis meses sin rendirse. Debido al cansancio y a la desesperación de los soldados iban a proceder a abandonar el cerco, pero la presencia de la reina y del cardenal en Baza dio ánimos al ejército castellano y surtió el efecto contrario en los cercados. Tiene lugar el encuentro del caudillo moro con la reina y el primero acepta la rendición a cambio de salvar la vida de la población mora. Baza contaba con suficientes provisiones para resistir durante mucho tiempo, además de con 20 000 soldados armados para atacar al enemigo si fuera menester, mientras que el ejército cristiano estaba muy desanimado después de seis meses de cerco sin resultado positivo. Al no contar con la presencia física y la lucha constante de Fernando al frente del ejército, la toma de Baza no se alcanzaba. Sin embargo, la presencia de la reina y del cardenal Pedro González ayudaron a levantar la moral de los soldados y finalmente se consiguió la rendición de Baza.
En 1490, encontrándose en Sevilla, llega la propuesta matrimonial del príncipe Alfonso, hijo de Juan de Portugal, con la hija mayor de los Reyes, Isabel. Pedro González acompaña a la princesa Isabel hasta la frontera de Portugal junto a otras personalidades de la alta nobleza castellana, tales como el maestre de Santiago, el de Alcántara, los condes de Benavente y el de Feria; en total, unos 1500 caballeros. Se acerca el fin de la guerra de Granada, el histórico año 1492. El sobrino de Pedro González, Íñigo López de Mendoza (conde de Tendilla), fue nombrado gobernador de Granada una vez finalizada la guerra: todo un premio para la familia Mendoza. Una gran contribución del cardenal Mendoza a finales del siglo xv fue la relativa al descubrimiento del nuevo continente, por el hecho de recomendar y presentar a la reina a Cristóbal Colón. Desde hacía años intentaba convencer a los Reyes para realizar esa hazaña, pero la guerra de Granada impedía desviar la atención a ese proyecto.
El duque de Medinaceli, sobrino del cardenal Mendoza, ayuda a Colón durante esos años de espera para que pueda presentar su plan de navegación con el objetivo de encontrar la ruta occidental de llegada a Cipango y Catay. Después de ocho años de espera, por fin Colón pudo convencer a la reina para realizar su sueño, gracias a la mediación, ayuda y recomendación del cardenal. La comisión de expertos dio su veredicto negativo al proyecto de Colón y por lo tanto el plan fue rechazado en un principio, pero la reina lo autorizó de forma personal, a pesar de la oposición de su marido. Pedro González estuvo al lado de la reina para sacar adelante la arriesgada aventura que traía el súbdito Colón. Antes de su muerte en 1495, toma la decisión de nombrar a Cisneros, un monje ermitaño desconocido en el mundo de la alta nobleza y en el eclesiástico, sucesor de Hernando de Talavera, el confesor de la reina. Cisneros, que profesaba en un convento, se presenta ante la reina Isabel y acepta ser su confesor por la recomendación del cardenal. Este gesto, poco habitual en la Baja Edad Media, en la que normalmente se transmitía la herencia a los familiares más cercanos, demuestra una vez más la personalidad de Pedro González como hombre de Estado, o mejor dicho, de reino. En su testamento también recomienda a Cisneros como sucesor para los puestos de cardenal y de arzobispo de Toledo. Pedro González, a pesar de su posición y de su enorme poder, fue una persona sensata y generosa y eligió siempre lo mejor para el futuro de la corona, por encima del beneficio de los intereses familiares. Su contribución artística quedó manifiesta en la construcción de varios edificios de gran importancia, como el Colegio Mayor Santa Cruz en Valladolid, el Hospital de la Santa Cruz de Toledo, el palacio de Guadalajara, los castillos de Pioz y de Jadraque y los monasterios de Guadalajara y de Hita, todos ellos de estilo renacentista, un estilo que hasta entonces no se conocía en Castilla.
El cardenal fue el introductor del arte renacentista en España y un gran mecenas de las artes. Desde el punto de vista humano, fue un hombre de carne y hueso, de carácter cálido: a pesar de ser clérigo, amó al menos a dos mujeres, ambas reconocidas como mancebas. Los hijos que tuvo con Mencía de Lemos fueron reconocidos por la reina Isabel como hijos legítimos, concediéndoles los títulos nobiliarios que les correspondían. El mérito del Gran Cardenal de España estuvo por encima de esos pequeños detalles de su vida sentimental. El de Tercer Rey fue el sobrenombre que ganó por su propio esfuerzo, sobrenombre que se conserva aún en la historia de España.
Autor: Yutaka Suzuki para revistadehistoria.es
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Yutaka Suzuki, Personajes del siglo xv, Origenes del imperio español. ISBN 9788460690399
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