Revista Cultura y Ocio
BORIS PASTERNAK EN SU DACHA
Cuando Boris Pasternak
ganó el Nobel
el gobierno soviético
no lo dejó viajar
para recibir su premio.
Tenían miedo de aquel escritor
serio y silencioso.
Siempre recuerdo su foto.
A página completa,
en la portada de Life,
en blanco y negro.
Alto y delgado,
moreno,
con una mirada penetrante y vital.
Muy serio, o triste quizás.
Tenía unas botas de goma,
de pie en el lodo,
en su huerto.
Con sus manos grandísimas y fuertes
agarraba el mango de madera de una pala.
La foto la tomaron
en su dacha,
en las afueras de Moscú.
Entonces yo era un niño
y pensé: "Este hombre es un amargado".
Ahora, cincuenta años después,
no tengo dudas.
El comunismo lo había amargado.
Stalin, la guerra, el KGB.
Ahora se sabe cómo lo hostigaron.
Un pueblo trágico. Demasiado castigado.
Pero él podía escribir poemas y novelas.
Y fue valiente.
Escribió duro
y se jugó el pellejo.
Pero no sonreía.
Supongo que después
invitó al fotógrafo
a un té negro y caliente
en el interior de la dacha.
Al parecer era otoño y había frío.
Los árboles ya no tenían hojas.
Y él, a pesar de todo,
seguramente era un hombre amable y educado.
Una vez, en abril de 1985, pregunté por su dacha.
Yo estaba en Moscú.
Todas las mañanas
salía a las afueras
a entrevistar cosmonautas
en su base de entrenamiento.
Había muchas dachas
en aquellos campos fríos y enlodados,
con niebla y restos de nieve.
Me pareció un lugar triste y pobre.
Pregunté varias veces:
¿Dónde está la dacha de Pasternak?
Y me respondían:
¿Quién es Pasternak?
Y sonreían con inocencia y candidez.
Pedro Juan Gutiérrez. La línea oscura. Editorial Verbum, 2015.