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Pedro Páramo, de Juan Rulfo

Publicado el 30 marzo 2010 por Flenning

Decidí releer Pedro Páramo porque quería comparar, desde la perspectiva del más allá y desde la perspectiva de la búsqueda hecha mito, las vidas de Teresa Mendoza, La Reina del Sur, y de Juan Preciado, el hijo de Pedro Páramo. La comparación entre Juan y Teresa no es caprichosa porque, de hecho, Pedro Páramo es uno de los libros de referencia de Teresa, ella se sostiene a través de la ficción porque al menos en la ficción hay esperanza, sin embargo con la identificación con Juan es de otra categoría. Las decisiones de Teresa están profundamente influenciadas por Juan Preciado y por Edmond Dantès, El Conde de Montecristo, pero del amigo Dantès me ocuparé en otro momento.

Ellos buscan en Comala un paraíso conceptual, un lugar donde el agua no sea vieja y donde el campo huela a miel fresca.

«... Llanuras verdes. Ver subir y bajar el horizonte con el viento que mueve las espigas, el rizar de la tarde con la lluvia de triples rizos. El color de la tierra, el olor de la alfalfa y del pan. Un pueblo que huele a miel recién derramada [...]»

Ambos buscan el mismo paraíso, sin embargo. Teresa busca su destino a partir del olvido, de la desmemoria y de la huida de su pasado. Ella rompe la única foto que la vincula a su pasado y hasta se reconstruye a sí misma en una nueva crisálida. Huye de Sinaloa y busca en Comala, su paraíso conceptual, su futuro. Juan, en cambio, camina en dirección a Comala para reconstruir su pasado, para encontrar su identidad. Juan busca en Comala a su padre biológico, Pedro Páramo, oculto entre la vaguedad de las palabras y entre los ojos tristes de su madre.

Ellos siguen el mismo camino, pero con diferentes destinos. Pese a todas las intenciones, Comala es lo que es, una tierra yerma, sin ruidos o con ruidos lastimeros parecidos a tormentos, donde todas las horas del día son iguales, excepto por la aridez y la fuerza del viento.

«… Ahora estaba aquí, en este pueblo sin ruidos. Oía caer mis pisadas sobre las piedras redondas con que estaban empedradas las calles. Mis pisadas huecas, repitiendo su sonido en el eco de las paredes teñidas por el sol del atardecer […]».
«… Sentirás que allí uno quisiera vivir para la eternidad. El amanecer; la mañana; el mediodía y la noche, siempre los mismos; pero con la diferencia del aire. Allí donde el aire cambia el color de las cosas; donde se ventila la vida como si fuera un murmullo; como si fuera un puro murmullo de la vida […]».
«… El agua que goteaba de las tejas hacía un agujero en la arena del patio. Sonaba: plas plas y luego otra vez plas, en mitad de una hoja de laureles que daba vueltas y rebotes metida en la hendidura de los ladrillos. Ya se había ido la tormenta […]».

En las encrucijadas del camino hacia Comala, ambos personajes se enfrentan a la misma pandilla de gatilleros, traficantes y mercenarios. Cinco siglos igual, nada ha cambiado entre el mundo de Juan y el de Teresa. Viven la misma odisea. Unos trafican almas en la iglesia pidiendo diezmos a cambio de bendiciones y otros trafican hachís en el Mediterráneo pidiendo… pues, lo mismo. Unos quieren quedarse con las tierras de La Media Luna y otros quieren quedarse con la ruta de la seda. «¿Y las leyes? ¿Cuáles leyes?».

El pasado de Juan es reconstruido como si alguien mirase un álbum de fotos un poco desordenadas, u ordenadas por ese viento de Comala, tan distinto y tan igual. Este es Fulgor; aquella es mi madre, doña Doloritas, la Lola; aquel es Abundio; aquella es doña Eduviges; aquella es Susana; aquella otra es Ana, la sobrina del cura Rentería, aquel mi padre, don Pedro, y aquel su otro hijo, Miguel Páramo… ¡Qué jóvenes se veían!... Cada uno cuenta una historia, una historia un poco falsa, un poco sesgada y un poco bisbiseada entre huesos y dientes de calavera. Todos están muertos, todos amortajados por el desamor.

Fotos de y por Juan Rulfo

La vida de Teresa es reconstruida de un modo menos caótico; quizás se deba a que casi no hay fotos, porque de las únicas dos fotos que había, una la rompió Teresa. ¡Pinche güero, qué sola la has dejado a la Teresa…! Y la otra foto, la que está con el gallego Santiago Fisterra en la planeadora, no la conocía ella. Porque si no, también la hubiese rajado, a ver si sí.

Comala no solo es un lugar sin tiempo, también es un tiempo sin lugar, porque en Comala no hay retorno. Teresa y Juan van de la mano por el mismo camino; sin embargo, lo diré otra vez, sin embargo, no llegarán al mismo destino.

-¿Se siente mal?
-Mal no, Ana. Malo. Un hombre malo. Eso siento que soy.

Para Teresa, Comala es el mañana. Para Juan, Comala es el ayer. Para mí, y quizás para usted, Comala es un lugar sin tiempo, pero muy cercano al hoy, donde lo pasado aún no pasó y donde lo que pasará está pasando. Todos los días son iguales a ayer y a mañana. Comala, junto con su tiempo no tiempo, es la periferia de la muerte, porque en Comala no hay sueños, ni ilusión, ni esperanza, ni ayer, ni mañana.

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