En noviembre pasé unos días en Islandia. No es que acabe de acordarme ahora (aunque reconozco que de vez en cuando me quedo empanado recordando la nieve), pero sí que me ha venido a la cabeza una anécdota del viaje mientras terminaba de leer un libro. El libro en cuestión es "¿Está bien pegar a un nazi?" de Jaime Rubio Hancock (Libros del K.O.) y el párrafo evocador ha sido este:
Pero las buenas acciones también se contagian y esto es algo que, en mayor o menor medida, todos hemos vivido en alguna ocasión. Es más fácil reciclar si vivimos con alguien que recicla. En Japón hay poquísimas papeleras, pero nadie tira un papel al suelo, ni siquiera los turistas españoles.Una de las cosas que más de los nervios me pone en la vida es la absoluta desesperación que se contagia en el pasaje de un avión que acaba de aterrizar. He visto gente levantarse con el avión aún en movimiento, me han caído maletas en la cabeza, he pasado demasiado tiempo con la cara a la altura de culos ajenos no deseados (y, al menos, vestidos). Tres o cuatro horas sentados en moderado silencio y de repente cinco minutos se tornan eternos. Pues bien, cuando aterrizamos en Keflavík, en la península de Reykjanes, a escasos cuarenta kilómetros de Reykjavik (qué bonito suena todo en boca de Björk) no se levantó ni un mísero angustias. Todos esperamos pacientemente hasta que las azafatas abrieron la puerta y avisaron de que podíamos desembarcar. Y aun entonces, nadie corrió, un emocionante orden presidió el desalojo.
Me adelanto a las críticas a la anécdota: no, no éramos dos españoles desubicados en un avión repleto de islandeses. Había islandeses, claro, pero predominábamos, con mucho, los turistas españoles. Y no, el personal de cabina no estaba constituido por inquietantes vikingos hacha en mano. Fue simple vergüenza ante la posibilidad de cagarla, miedo a hacer el ridículo delante de gente civilizada de verdad.
Coincido con Rubio Hancock (que no se ha sacado el libro de la manga, son multitud los estudios en psicología y sociología que cita) en que, si queremos ser buenas personas y mejorar el mundo que nos ha tocado, necesitamos gente que nos motive a ser mejores. Gente que con su ejemplo nos inste a no conformarnos ni acomodarnos. Gente que, sin obligarnos a nada, nos indique la dirección hacia la que caminar. Y eso es lo que llevo intentando, sin saberlo y sin que Jaime me hubiera avisado, toda mi vida. Cuando me rodeo de amigos, cuando veo la tele, escucho la radio o leo un libro. ¡Cuando voto! Necesito saber que estoy entre gente buena que continuamente me rete a ser mejor persona. Aunque sea bajo la amenaza del ridículo y la vergüenza. No necesito gallitos, batallitas, identidades ni condescendencias. Supongo que porque soy un ser humano normal y no un puto nazi.
Citando de nuevo al autor:
Vale, somos poca cosa. Un grano de arena. Pero aunque no somos indispensables, tampoco somos innecesarios. [...] Sé que como comparación da bajona. "Felicidades, eres parte de un montón de arena" no es algo que apetezca escuchar. Pero, en fin, esto no es un libro de autoayuda.No es tarea fácil, al desembarque de vuelta en Barcelona me remito. Pero algo habrá que hacer. Y si alguien quiere saber si está bien pegarle a un nazi, que se lea el libro. Es tremendamente interesante y muy, muy divertido. El libro, no pegarle a un nazi. Que puede que también.