Revista Cine
Corría el año 1985 cuando un sábado -quizás un viernes- por la noche pasé una agradable velada en el Teatro Condal de la ciudad de Barcelona, partiéndome el pecho de la risa provocada por una comedia británica escrita por un entonces para mí desconocido Michael Frayn. La idea no fue totalmente mía: si mal no recuerdo, mi amiga Pepi expresó su interés en verla y, aquí te pillo aquí te mato, rápidamente me ofrecí a comprar dos entradas para ir a ver Pel davant i pel darrera, que así se presentó en Catalunya la que seguramente es la obra más vista de Frayn, con la particularidad, observada posteriormente por el propio autor como un añadido muy favorecedor, de ser la única versión bilingüe.
Lo del bilingüismo es una característica muy curiosa, porque yo, que lo soy de nacimiento como quien dice, nunca le di importancia hasta que pasados los veinte años viajé fuera de Catalunya y percibí que, para algunas personas, los bilingües somos una especie de bicho raro y se muestran incapaces de comprender cómo funciona la cosa, cuando es muy simple: pensamos, leemos, escuchamos, hablamos, y algunos incluso escribimos con igual facilidad en castellano y en catalán. Porque desde pequeños, hemos recibido información en ambos idiomas y la hemos devuelto en el idioma con que se nos ha entregado; lo cual, para un foràneo, puede ser un verdadero galimatías, porque en una reunión o encuentro, el discurso se sigue en ambos idiomas y a toda velocidad, pues algunos bilingües no hablan catalán y se expresan sólo en castellano, pero todos sabemos que el catalán lo entienden perfectamente, aunque luego nos dirijamos a ellos en castellano: esto es lo normal.
Y esta normalidad se aprovechó muy bien por Paco Mir, miembro del Tricile, cuando afrontó la traducción de la comedia de Michael Frayn y decidió aprovechar el bilingüismo para reforzar los tiempos marcados por el autor, y el éxito de la representación a la que yo asistí se ha repetido en varias ocasiones y están a punto, dentro de unos días, de estrenarla de nuevo , porque hay gente que no ha tenido la ocasión de verla todavía.
Y un buen día de 1995, pasados diez años, de pronto veo en televisión una escena que me resulta conocida: veo a Supermán a trompicones con los pantalones caídos en los tobillos, una esplendorosa rubia corriendo en paños menores y un director de teatro a punto de sufrir un infarto por todo lo que está viendo y entre carcajadas me doy cuenta que alguien tuvo la feliz idea de aprovechar la estupenda comedia de Frayn, Noises off para rodar una película:
Ese alguien fue Peter Bogdanovich que requirió la colaboración de Marty Kaplan para que escribiera el guión sobra la excelente base teatral.
La trama, esquematizada, no puede ser más simple: una compañía teatral se halla ensayando una nueva comedia de tono vodevilesco y mientras ensayan y posteriormente en el primer mes de gira de rodaje antes de llegar a Broadway, las rencillas y problemas entre ellos sazonarán las representaciones.
La brillantez reside en la forma más que en los diálogos que se hallan al servicio de unos hechos a cual más alocado, situaciones impensables que se producirán a un ritmo vertiginoso aprovechando además la construcción del propio escenario de la obra que representan como marco idóneo para efectuar entradas y salidas de escena, puertas que se abren y cierran, no siempre como deberían, a una velocidad endiablada.
Bogdanovich juega con dos bazas a su favor:
La obra original, cuyo resultado es efectivo e indiscutible: alberga una comicidad irresistible que se pone de manifiesto en una puesta en escena nada sencilla que obtiene el aplauso del público allá donde va, y han sido muchos sitios.
El elenco a su servicio : a los tres ya indicados se añaden un grupo de intérpretes que demuestran poseer el arte necesario para representar vivamente a esos personajes que viven y actúan desaforadamente en una mezcla espontánea de ficción y realidad que parece quebrarse de un momento a otro.
Es una representación, más que de teatro en el teatro, de vida dedicada al teatro: los problemas interfieren, entorpecen y casi solapan la ficción, en un juego hilarante muy bien servido: la gracia de los intérpretes en el dominio del tempo de la comedia (todos, sin excepción, están magníficos) se ve reforzada por Bogdanovich que sabe mantener el plano cuando corresponde para que podamos observar las acciones físicas de esos actores que se pelean tras el escenario y se amenazan de muerte entre escena romántica representada frente a un público que no es consciente de lo que está pasando entre bambalinas.
Nosotros, como espectadores, alcanzamos de inmediato el grado de cómplices quietos, callados y sonrientes, porque sentimos que sabemos más que el público, ese público que está al otro lado, ignorante de lo que está pasando: sabemos que hay gente al otro lado, porque nos identificamos con los personajes y estamos casi que a punto de pedir silencio, no vaya a ser que nos oigan del otro lado. El otro lado: como si hubiera alguien detrás de la pantalla, situación que imaginamos gracias a la pericia de Bogdanovich y sus secuaces, contumaces comediantes.
Evidentemente, el origen teatral de la película ni es objeto de discusión ni mucho menos preocupación de Bogdanovich: al contrario: se ocupa de reforzar el aspecto teatral, ya que las pocas escenas que ocurren fuera del teatro o son oscuras o suceden en un triste callejón cabe la puerta de acceso de tramoyas, y el resto ocurre bien en el escenario bien tras él, así que pretender disimular que se trata de teatro sería una ingenua pérdida de tiempo y restaría fuerza a la comedia ya que ésta reside, principalmente, en conseguir que el espectador, crea que está asistiendo a una representación por los dos lados del escenario, Por delante y por detrás (Pel davant i pel darrera) que es como deberían haber titulado la película en castellano.
Esa y no otra es la clave de la obra y la película: el amor por el teatro y el gozo de vivirlo por delante y por detrás del escenario y todo ello, además, afortunadamente revestido de buen humor. ¿Qué más se puede pedir?
Imprescindible para el cinéfilo amante de las buenas actuaciones, de las puertas que se abren y cierran y del buen teatro.