Peleando con uñas y dientes

Si los vecinos me pudieran ver en estos momentos a través de la ventana, seguramente llamarían a Derechos Humanos para acusarme de que torturo a mis hijos. No es para menos. He aquí la escena:

Luca, acostado en el piso, llorando ―todo rojo y sudando― pegando de gritos a todo pulmón. Yo ―toda roja y sudando― aplastándolo con una pierna para mantenerlo quieto, prácticamente sentada encima de él. Luca, tratando de defenderse, soltando patadas… pero sólo con una pierna porque yo tengo la otra inmovilizada, o por lo menos, eso intento. Juntos, somos como un pretzel humano.

¿Qué sucede aquí?

Nada de qué preocuparse. Simplemente le estoy cortando las uñas. Juzgando por los gritos, se podría pensar que le estoy cortando los dedos, pero no se preocupen, son las uñas. Esta escena se repite semana tras semana porque a estos niños les crecen las uñas como si fuera competencia.

10 dedos de las manos + 10 dedos de los pies x 3 hijos = 60 uñas que tengo que cortar cada semana. Créanme que la tortura no es para ellos, la tortura es para mí.

Por eso, ayer que me topé en Liverpool con estos cortauñas de la marca Titania me inspiré para hacer la siguiente reseña de Pingüicas.

Por fin, ¡una solución a todos mis problemas! (ok, exageré… pero sí es una solución a mi problema de la cortada de uñas).

Estos animalitos les fascinan a los niños. Invéntales la historia que quieras: diles que les gusta comer uñitas, que les quieren dar besitos en los dedos, es más, hasta agrégale efectos especiales… un cuac-cuac con cada click los tendrá muertos de risa y distraídos el tiempo suficiente como para terminar tu misión sin complicaciones. Sí, a lo mejor te verás un poco ridícula, pero no más ridícula de lo que me veo yo haciendo esa escenita descrita al principio del post.

Ahhh, como me encantan todas estas cositas (realmente innecesarias) que te hacen la vida mucho más fácil… ¿qué haríamos sin ellas?