Alocado y excéntrico amor
En el año 2002, Paul Thomas Anderson dividía al público, prácticamente sin medias tintas, cambiando su registro y dando a luz a Punch-Drunk Love. Mientras las comedias románticas no ofrecían nada nuevo al enseñarnos una y otra vez el mismo tipo de historias, el director de Magnolia apostaba sus fichas a un tono diferente y excéntrico (fiel a su estilo) dentro del género. El resultado fue una suerte de experimento envolvente, amado por muchos y odiado por otros tantos.Lo que para un cúmulo de personas resultó un aburrimiento sin sentido, para otro gran porcentaje acabó siendo una obra única y magnética. Existen cuestiones que separan a defensores de detractores: sobre gustos no hay nada escrito y en este aspecto nunca se pondrán de acuerdo entre ambos bandos, pero lo que se desprende como irrefutable es el carácter original (y arriesgado) que supo distinguir (y todavía distingue) a la proyección de Anderson de una amplia variedad de películas que se lanzaron en el rubro.Punch-Drunk Love contó con la peculiaridad de trabajar en el inconsciente del ser humano (algo curioso y recurrente dentro de la filmografía del realizador), llevando al espectador a experimentar una diversidad de sensaciones con las que se sienta a gusto sin poder explicar con certeza por qué. Para conseguirlo, vale remarcar, en primera instancia, el magnífico y sorprendente rol ejercido por Adam Sandler como Barry, un sujeto solitario, introvertido, al que le cuesta expresar sus emociones. Dueño de su propio negocio y criado alrededor de siete hermanas, Barry es más misterioso de lo que nos muestra la historia apenas en su escena inicial (en la que descubre cómo sacar provecho de una falla en una promoción para obtener importantes beneficios). Su vida da un giro brusco ante la aparición de una mujer llamada Lena (Emily Watson) casi tan rara como él, con la que inicia una aventura romántica.Anderson supo aplicarle al relato unas breves dosis de surrealismo en determinados pasajes, dejando marcado su sello y permitiendo así que el asunto suene más interesante. Otro de los aciertos, además, estuvo dado en la elección de una musicalización tan extraña como agobiante. Las melodías que acompañaron cada secuencia se valieron de una condición opresiva y sofocante, transportando al observador a insólitos y abrumadores estados (muchos consideraron este elemento como algo insoportable).Lo que captó la atención de gran forma fue esa capacidad de volcar a la pantalla una relación de amor entre dos personajes acomplejados, estando ambos más cerca de lo “freaky” que de lo cuerdo. De ese vínculo singular, de esa sensación de que cualquier cosa puede pasar, se desprenden cuestiones que permitieron que el film gane puntos en imprevisibilidad, algo que definitivamente lo hace todo más atractivo. La paranoia, la locura, el retraimiento de Barry y la personalidad intrigante de Lena sirvieron para introducirnos y hacernos partícipes de la estrafalaria conexión entre los intérpretes centrales.Lo trillado se hizo a un lado. Punch-Drunk Love no aceptó ningún tipo de acontecimientos vistos y quemados por las típicas y sensibles comedias románticas. Paul Thomas Anderson conmovió a su manera: lejos de un humor hilarante y más próximo a un tono absurdo, repentino e inesperado, el realizador arriesgó y consiguió, nuevamente, diferenciarse.
LO MEJOR:lo original de la propuesta, la forma elegida para narrarla. La increíble interpretación de Adam Sandler. Excéntrica y diferente, combinó la comedia con el drama romántico. La música, agobiante acorde a los estados y momentos del protagonista.LO PEOR:esencial verla con paciencia.
PUNTAJE:8,5