Dedicarte a la docencia durante 10 años ofrece cierta perspectiva. Pasar curso tras curso dentro las aulas de la enseñanza pública en Madrid, cada vez más complicadas y masificadas gracias a la doble segregación Concertada/Pública y Bilingüe/No Bilingüe, permite, si trabajas con los ojos abiertos y vives de manera activa tu profesión, construir un opinión sobre lo que enseñamos, cómo lo enseñamos y el contexto social y legislativo en el que podemos enseñar. Cuando curso tras curso cambias de centro y terminas comprobando que existen realidades inalterables cuyo origen es ese contexto socioeconómico y familiar del alumnado que menosprecia la Administración, eres aun más consciente de cómo el auge mediático de la innovación educativa y las nuevas pedagogías no son más que la manera con la que el sistema esconde sus vergüenzas e intenta imponer sus necesidades económicas a la escuela. No basta con la experiencia docente (que es imprescindible), creo firmemente que todo profesor que intente construir un argumentario fuerte sobre la educación y sus consecuencias está obligado a estar continuamente leyendo. Pero no hablo de leer sobre nuevas técnicas pedagógicas y cómo con ellas los alumnos alcanzarán ese insustancial y tiránico estado de absoluta felicidad, sino que hablo de leer sobre economía, política, filosofía y actualidad para realmente comprender el contexto real en el que trabaja cada día.
Una mirada curiosa e indagadora permite asegurar a todo el que sea honesto con la razón intelectual que, más allá de esa realidad determinista de origen socioeconómico y familiar que afecta decisivamente a la trayectoria educativa de los alumnos, no existen verdades absolutas en relación a las mejores maneras de enseñar. En cada centro no constreñido por proyectos educativos totalitarios y que permite libertad de método pedagógico a sus profesores se observa con facilidad cómo los mejores profesores, los que terminan calando en el alumno, aquellos que permanecerán en su memoria para siempre, nunca tienen un único perfil: no tienen por qué ser jóvenes ni mayores, ni innovadores tecnológicos o representantes de la vieja escuela, ni han de ser obligatoriamente cercanos y empáticos, ni necesariamente distantes. Pero hay una constante que se cumple inevitablemente en todos ellos y que surge siempre que los alumnos hablan sobre ellos, sobre sus mejores profesores. Es una certeza transversal: esos profesores les enseñaron. Les enseñaron cosas. Aprendieron con ellos. Aprendieron conocimientos. Conocimientos que en los siguientes cursos les facilitaron la vida para aprender nuevos conocimientos. No hablan así de aquellos que fueron buenos o cariñosos con ellos, aunque eso lo valoren. A esos profesores los aprecian pero no suelen ser los que los marcan. De los que hablan con esa profunda admiración adolescente que solo surge en los momentos especiales son de los otros, de los que les enseñaron de verdad, de los que les abrieron las puertas de saber. Aunque solo fuese una rendija durante un solo curso.
La enseñanza de contenidos (la instrucción) es la única que, paradójicamente, deja espacio al alumno para la crítica y la rebelión. Para el uso de la razón y de la reflexión. No se puede enseñar nada desde la nada. No se puede aprender nada cuando la nada inunda las aulas. Por mucho que las "invirtamos". Solo desde una defensa expresa del conocimiento podemos defender una escuela realmente útil para la sociedad. Por eso hay que luchar contra ese mantra liberal que, desgraciadamente, los viejos y caducos partidos socialdemócratas europeos han terminado asumiendo como propio: "hay que poner la escuela al servicio de la sociedad". En absoluto. La escuela (pública) es un servicio de la sociedad a sus ciudadanos.
El alumno solo encontrará ese espacio de libertad en las escuelas si sus profesores no son elegidos por empresas, entidades religiosas o estados totalitarios. Es irónico que aquellos que defienden poner el dinero público en manos de empresas privadas u organizaciones religiosas para que eduquen a sus hijos según sus limitantes principios ideológicos son los mismos que lanzan cada día soflamas histéricas sobre el supuesto control ideológico de los alumnos por parte del Estado a través de los profesores funcionarios. Hay que no tener ni puñetera idea de cómo funcionan los IES y los colegios públicos para creerse algo así. La oposiciones y el anoréxico mercado laboral hacen que exista una enorme pluralidad de voces en la enseñanza. ¿Control ideológico de la información que le llega a los alumnos? ¿Control ideológico y moral de la labor docente? No lo duden, si quieren encontrarlo saben dónde buscar: en la enseñanza privada y privada-concertada.
Actualmente vivimos inmersos en una nueva batalla por la "modernidad" de la educación. De momento apenas roza el día el día de las aulas pero se está convirtiendo en una clamor mediático que construye los cimientos para el asalto final del capitalismo al mundo de la enseñanza ¿Eres profesor? Pues o eres innovador o eres una rémora. Y por innovación hay que dejar de pensar en nuevas tecnologías. La cosa no va por ahí.La "nueva" educación psicoafectiva, cuyos mayores defensoresse encuentran curiosamente en cierta clase media pijoprogre que ha convertido la crianza de los hijos en un proyecto vital totalitario, intenta modelar emocionalmente a los alumnos y (re)construirlos según valores pretendidamente positivos.
Lo que finalmente se busca son consumidores dóciles y trabajadores entrenados (el puto coaching) emocionalmente para tolerar la frustración. Consumidores poco exigentes, sin criterio propio, sin rabia. Trabajadores adiestrados (¿amaestrados?) en las competencias y habilidades que el mercado considera adecuadas y aprovechables. Sin conocimientos, sin posibilidades económicas de alcanzar estudios superiores de nivel, las clases populares (vamos, los pobres) vuelven a estar de nuevo condenadas. Pero eso sí, estarán "educados", "entrenados" no solo para soportar su miseria y "comprenderla". Sino también para justificarla. No sabrán nada de nada pero creerán que lo que les pasa es normal, natural. Y ese será el gran triunfo de la nueva educación, esa que promete hacerlos felices a todos solo mientras son niños y adolescentes, para después abandonarlos en manos del Mercado, para que pueda disponer de ellos eficazmente. Y los siga formando durante toda su vida.