Cualquier gurú mediático de los miles que hay entre los 500 millones de usuarios de Twitter puede enviar irreflexivamente la primera idea que se le ocurra e iniciar un Efecto Mariposa que impulse a una lejanísima masa enloquecida a linchar a una familia ajena a su telemundo ególatra y exhibicionista.
Desnudar las emociones propias en Twitter sin cierto autocontrol puede divulgar una bobería, con frecuencia un eructo mental como el del estadounidense Spike Lee, que está a punto de costarle la vida a un par de ancianos.
Lee, notable cineasta negro y profesor de cine en la New York University, envió un tuit a sus 240.000 seguidores comunicándoles la dirección del hombre blanco que mató hace un mes a un adolescente negro, Trayvon Martin, en Stanford, Florida.
El supuesto homicida era un somatén nocturno voluntario –quieren reinstaurarlos en España-- que patrullaba para ahuyentar a los malhechores de su barrio.
Trayvon Martin no era un delincuente: estaba en la calle porque, según su familia, iba a comprar helados en una tienda nocturna.
El somatén dice que lo agredió, pero parece una defensa falsa.
Esta muerte llevó al presidente Obama a declarar, en una de sus irreflexiones raciales, y antes de conocer el informe policial, que el chico podría haber sido hijo suyo.
Los tuits comenzaron a clamar venganza y el cineasta se equivocó y dio la dirección de unos ancianos ajenos al homicida, que ahora están amenazados de muerte desde mil frentes.
Lanzarle a unos seguidores ideas o proponerles actos conforme salen de la cabeza puede provocar dramas: Twitter produce realmente el Efecto Mariposa.
Los gurús mediáticos exportando miles de ocurrencias, a veces bajo influencias químicas o alcohólicas, terminan descubriéndose: resultan ser bobalicones tan ridículos como algunos políticos cuyas ocurrencias espontáneas conocemos bien.
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SALAS