Revista Cultura y Ocio

Pelo ceniza

Publicado el 25 octubre 2012 por Misafueras
'Este niño tiene el pelo ceniza'. Las peluqueras de mi madre se llamaban Mari y Sabi, y ese era el color que le adjudicaban a mi cabello. Su peluquería estaba en la primera planta de una casa baja de nuestro barrio. Estuve allí muchas veces, acompañando necesariamente a mi madre, que me llevaba de la mano a todas partes.
Era un lugar curioso, cargado de olores únicos, singulares, algunos muy atrayentes y otros muy fuertes, como los de los tintes. Las peluqueras usaban un cubilete de plástico del que iban extrayendo aquellas sustancias con una brocha para aplicarlas sobre la melena de las clientas. Me hacía gracia verlas con el pelo mojado, peinado sobre la cara, con aquellas capas de tela de forro en tonos rosa o azul por encima de los hombros.
A veces también me tocaba que me cortaran el pelo. ¡Era un martirio! Antes de pasar a la tijera, utilizaban una navaja con peine con la que, a tirones, iban rasgando mechón tras mechón, lo cual sonaba como cuando se raja un trozo de tela estirajándola a golpes secos. Mis rizos ceniza iban cayendo al suelo, amontonándose unos sobre otros. Y yo acumulaba tensión y suplicio en el cuero cabelludo.
Pero no todo era desagradable en aquella peluquería. Un día sentí una enorme paz al observar a una señora que, bajo un secador, toda cercada de rulos, se estaba comiendo un bocadillo. Recuerdo el apetito con que la mujer se nutría y el ruido que hacía al remangar el plástico transparente con el que estaba envuelto el bocata. Debía de ser de jamón de york, o de chopped, y no negaré que deseaba estar comiéndomelo yo. Pero, sobre todo, lo que recuerdo es la sensación plácida que aquella escena me transmitió.
Hace décadas que no me veo obligado a acompañar a mi madre a la peluquería. También hace muchos años que nadie ha empleado navaja para cortarme de pelo, lo cual agradezco infinitamente. Aunque, no quisiera engañarme, de ser así, los mechones ceniza ya no caerían al suelo abundantes como antaño.

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