Revista Opinión
Los detractores de la pena de muerte deberían oponerse también al suicidio asistido, pues existen muchas similitudes entre ambos. Pero vemos que en realidad no es así. Kevin Yuill resume en un artículo para Spiked por qué considera que la postura más progresista frente al suicidio asistido es oponerse a él.
Diferencias entre pena de muerte y suicidio asistido hay varias. Una de ellas sería la voluntariedad. el condenado a muerte es ejecutado contra su voluntad, cosa que no ocurre con el suicida. Sin embargo, explica Yuill, hay que ser coherentes con lo que entendemos por “decisión propia”. Por ejemplo, Amnistía Internacional ha señalado varias veces que, a pesar de que aproximadamente un 10% de los condenados a muerte en Estados Unidos renuncian a su derecho a apelar, ninguna ejecución puede calificarse como voluntaria. Pero ¿no es también coercitiva –se pregunta Yuill– la presión sufrida por los enfermos terminales, que a la sensación de irreversibilidad unen la de ir perdiendo autonomía y ser una carga para sus cuidadores?
Otro argumento para defender el suicidio asistido y no la pena de muerte es el dolor insoportable del enfermo terminal. Sin embargo, aparte de que los cuidados paliativos –como han repetido los especialistas– pueden reducirlo o incluso eliminarlo en la gran mayoría de los casos, Yuill recuerda que el dolor no está siquiera entre los cinco motivos más frecuentemente aducidos por los pacientes que solicitan ayuda para morir.
Otras veces se apela a la dignidad de una vida, pero resulta problemático: desde un punto de vista objetivo, ¿resulta más valiosa la de un preso en el corredor de la muerte por violación de menores o asesinato que la de un enfermo terminal? Y si el criterio es la valoración subjetiva de la dignidad propia, ¿es coherente matar a un paciente que considere que su vida no tiene valor y también a un condenado a la pena capital que piense que la suya sí?
La conclusión del artículo es que en el fondo de toda la argumentación proeutanasia, se encuentran razones más personales que otra cosa. El caso más paradójico lo tenemos en lo que ha sucedido recientemente en Bélgica, donde un condenado a cadena perpetua ha solicitado, con éxito por cierto, que le sea concedida el suicidio asistido.