“El fútbol no es una cuestión de vida o muerte; es mucho más que eso”. Bill Shankly
Podemos perder el trabajo, el piso, el coche, el alma o incluso soportar cualquier barbaridad, pero por nada del mundo nos perderíamos el partidito de nuestro equipo. Me parece que ya pocos se acuerdan cosas como el asunto Bárcenas, que han aniquilado la Ley de la Dependencia, parece que el peñazo del Peñón ya no pesa tanto, se difuminan cosas como que las residencias de ancianos en Cataluña están medio vacías porque no hay dinero para ayudas y que el lunes en Madrid se privatizaron los últimos hospitales. Todo se diluye ante esa sopa de césped que nos da el debatir sobre la conspiración arbitral contra nuestro equipo, a grito pelado en el bar de la esquina (que por cierto vuelve a estar lleno, me alegro por “el barero”). Todo vuelve a la “normalidad razonable”, somos así, nos cambia el ánimo cuando Messi, Ronaldo y Cia. gritan a la grada como lo hacían sus ancestros en el Coliseo: “Ave, peña! Los que van a forrarse os saludan”.
Eso de utilizar el deporte para controlar a las masas y que de paso crea que el hambre y la injusticia es algo normalísimo no es nuevo, siempre se ha usado, algunas veces con resultados contradictorios pero memorables. Como cuando Hitler vio como Jessie Owens, un afroamericano, destruía toda su teoría de superioridad de raza aria en los Juegos Olímpicos de Berlín (1936); o cuando Franco retiró a la selección de la Eurocopa 1960 por el miedo a que los comunistas (URSS) le dieran una goleada o algo más reciente, cuando nos hicieron creer que eramos los dueños del mundo al ganar un mundial de fútbol para así poder avanzar en eso de “reforzar el sentimiento de nación”, igualito que con el gol de Marcelino allá por el 1964.
En el siglo XIX , época de explotación obrera (mira, tú, como si ahora no la hubiese), Karl Marx decía aquello de “La religión es el opio del pueblo”. Creía el buen hombre que la religión tenía en el vulgo el mismo poder que comer pipas, pero a la bestia, lo mantenía sedado y entretenido Pero de haber nacido Marx un poco más tarde, no habría dado tanta importancia a la religión y hubiese salido desnudo a la calle con sus barbas, estilo Arquímedes, gritando desencajado: “El fútbol es el opio del pueblo”. Es la receta clásica para mantener a un país dormido, que no piense, que sea ignorante y sin educación, alejarlo de cualquier texto discordante con el régimen de turno, vamos igualito que la política del señor Wert, ministro de ”Des-educación”. Marx alucinaría al ver que un país destrozado con millones de parados, víctima del desgobierno y con unos niveles de corrupción inauditos se olvida de sus desgracias escudado en su equipo favorito, aunque tenga que desembolsar la mitad de sus ahorros para ver el partido en Tv a horas propias de vampiros y ,dicho sea de paso, aunque ese mismo forradísimo club sea tan moroso que si pagasen todas sus deudas al fisco otro gallo nos cantaría a todos, a los futboleros y a los otros
En resumidas cuentas, este sistema de entretenimiento de masas es más viejo que la tos, ya lo practicaban los romanos con su “Panem et circenses”. Pero al menos, entonces, el imperio tenía que procurar el pan para saciar el hambre de la plebe. Hoy resulta más fácil tenerla divertida, se contenta con la mitad de la frase, con el fútbol.