Como comentaba en la anterior entrada del blog, Penélope la mujer del gran Ulises ideó una estratagema que ha calado muy hondo en la imaginación plástica y literaria de generaciones sucesivas: dijo a los pretendientes que tejería un sudario para Laertes, el padre de Ulises. Tejería todos los días y, cuando el sudario estuviera terminado, elegiría a uno de ellos. Sin embargo eso nunca ocurrió pues Penélope deshacía por la noche el trabajo que realizaba durante el día. El engaño se mantuvo un tiempo pero, al cabo de un tiempo, fue descubierto por una de las sirvientas infieles que se lo comunicó a los pretendientes.
El tiempo pasaba, Ulises no volvía y la situación se convirtió en desesperada para Penélope que llegó a plantearse tomar un nuevo esposo ya que habían pasado veinte años desde la partida de Ulises a la guerra de Troya. En el momento que Ulises vuelve a Ítaca y mata a los pretendientes, Penélope se muestra en silencio, dominada por emociones encontradas y vacila ante su presencia debido al sufrimiento y sucesivos desengaños vividos (algo que hasta su hijo Telémaco le reprocha) hasta que finalmente reconoce a su esposo.
Ahora nos centraremos en la explicación que se encierra detrás de este mito que ha fijado hasta nuestros dias el modelo positivo de mujer.
Nos fijaremos en el marco físico de la aventura de Penélope que no es otro que el de su casa. Penélope, igual que cualquier mujer identificada por este modelo positivo, debe resolver los problemas de la casa. Por difíciles que parezcan los problemas, la mujer debe tener una solución.
¿Cuál es el valor principal en el que debe basarse esta solución? La solución es clara: la fidelidad al marido. Penelope tiene su propia batalla: mantenerse a disposición de su marido, sin que ningún hombre toque siquiera un pelo de su cabeza.
Esa fidelidad es entendida en el sentido de que ella sigue siendo propiedad legal de un hombre, basada en el convencimiento de que esta propiedad no puede pasar a manos de un nuevo propietario. Penélope representa este ideal o modelo de fidelidad hasta límites verdaderamente heroicos y hacerlo sin la más, mínima vacilación ni duda porque los ojos de la sociedad están pendientes de su comportamiento.
Éste es el ejemplo más claro de fidelidad y de sumisión que la cultura patriarcal nos ha legado y que todavía hoy sigue vigente.
La pregunta es: ¿después de más de 3000 años, seremos capaces de cambiar alguna vez ese modelo?